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Efebocracia

Los conflictos generacionales son un invento de los viejos para joder a los jóvenes. Esta alerta cínica de Anthony Burgess puede resultar útil a la hora de abordar la efebocracia, un neologismo que –ya lejos de los antiguos griegos- es admitido en la actualidad para definir el poder de la juventud. Hubo un tiempo, al menos en Occidente, en el que adelantar la madurez fue un signo importante de la cultura. De ahí que la juventud no sólo apareciera como la etapa del ímpetu, sino también de la fugacidad: un instante que debíamos “quemar” sin contemplaciones.

A menudo los románticos sentían, incluso desde la adolescencia, que habían “vivido suficiente”. Por eso su afición al suicidio temprano (Larra), a la vida extrema (Rimbaud) o a cualquier guerra que pudiera redimir una existencia inútil (Byron). Con sólo 16 años, José Martí cumplía condena de trabajos forzados por oponerse al colonialismo español en la isla de Cuba. Elvis ya era el Rey antes de los treinta y los Beatles apenas llegaban a esa edad cuando se separaron.

Estos y otros ejemplos –pongamos el tan llevado y traído Club de los 27- hablan de una juventud cuya pujanza pasaba por una oposición sin cuartel a la gerontocracia, que se manifestaba en el gobierno y en los padres, en los maestros y en cualquiera que tuviera autoridad.

Y es que ser joven fue casi siempre sinónimo de vigor, aunque casi nunca de poder.

En los últimos tiempos han cambiado las ternas y se nos habla de que lo importante no es devorar rápido la juventud, sino estirarla. Mantenerse joven, incluso adolescente, el mayor tiempo posible. Esta situación se debe a una compleja y siniestra combinación entre las lógicas de la precariedad y las lógicas del mercado. Entre ambas, la juventud parece haber perdido su carácter efímero, hasta el punto de que podemos afirmar que su problema –contrario a lo que pueda pensarse o desearse- radica en que dura “demasiado”. Aquí se da un grave dilema histórico, sobre todo si tenemos en cuenta que el mundo, casi siempre, se ha revolucionado gracias al impacto de una juventud corta pero problemática antes que a la impronta de una juventud larga y sin conflicto.

¿Puede hablarse hoy, en propiedad, del poder de los jóvenes?

Para contestar esta pregunta es necesario echar un vistazo al lugar de los jóvenes en la política (y aún más al lugar de la política en los jóvenes), habida cuenta de que –tal como dijo Marx- “los hombres se parecen más a su época que a sus padres”.

Lejos de los spots y de la ilusión de una energía sin límites, del maquillaje trendy y de la implantación planetaria de lo que podríamos llamar la púber-industria, Ingrid Guardiola ha diseccionado a la juventud actual, en un artículo con todas las señas de un manifiesto, como una generación de sampleado y remix, multiplicidad y precariedad, incertidumbre y cierta actitud neo-romántica.

Una generación 2.0 cuya brújula no parece apuntar, tal cual existen, al poder o a la oposición -esa otra adicción de nuestra época- sino a la activación de una especie de política de código abierto. Un grupo humano que, ciertamente, no será recordado en el futuro por su manera de compartir un estilo de gobierno, sino por su forma de compartir la plaza pública.

Los conflictos generacionales son un invento de los viejos para joder a los jóvenes. Esta alerta cínica de Anthony Burgess puede resultar útil a la hora de abordar la efebocracia, un neologismo que –ya lejos de los antiguos griegos- es admitido en la actualidad para definir el poder de la juventud. Hubo un tiempo, al menos en Occidente, en el que adelantar la madurez fue un signo importante de la cultura. De ahí que la juventud no sólo apareciera como la etapa del ímpetu, sino también de la fugacidad: un instante que debíamos “quemar” sin contemplaciones.

A menudo los románticos sentían, incluso desde la adolescencia, que habían “vivido suficiente”. Por eso su afición al suicidio temprano (Larra), a la vida extrema (Rimbaud) o a cualquier guerra que pudiera redimir una existencia inútil (Byron). Con sólo 16 años, José Martí cumplía condena de trabajos forzados por oponerse al colonialismo español en la isla de Cuba. Elvis ya era el Rey antes de los treinta y los Beatles apenas llegaban a esa edad cuando se separaron.