De la esclava Ellen Craft a la viajera Dieulafoy: mujeres que se vistieron de hombre más allá de Juana de Arco

Pau Rodríguez

15 de mayo de 2021 21:56 h

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A sus 22 años, Ellen Craft, esclava en el sur de Estados Unidos, tuvo que convertirse durante una travesía de 1.300 kilómetros en el señor William Johnson. En 1848, esta mujer ideó junto a su marido una fuga que debía llevarles desde Georgia hasta Pensilvania, un estado libre de esclavitud, y para lograrlo ella se tuvieron que disfrazar. Al tener ella un tono de piel más claro, decidió disfrazarse de amo, mientras que él sería su sirviente. Así, Ellen tuvo que hacerse pasar por hombre –además de blanco y rico–, puesto que no estaba bien visto que las mujeres viajasen solas. Su gesta, utilizada por los activistas abolicionistas, quedó plasmada en el libro Running a Thousand Miles for Freedom, que inicialmente –y nada casualmente– firmó solo el marido.  

Para Ellen Craft, la ropa de hombre fue literalmente un pasaporte hacia la libertad, en el sentido más oficial del término. Además, la triple impostura –de género, color de piel y clase social– y su feliz desenlace lo convierten en uno de los episodios de travestismo preferidos de Laura Manzanera, una periodista y escritora que ha dedicado casi una década a recopilar historias de mujeres que vistieron de hombres a lo largo de la historia. Desde la antigüedad hasta el siglo pasado, el libro Insumisas repasa más de un centenar de casos. Algunas lo hicieron por escapar del maltrato y la pobreza; otras, para defender sus ideales. Las hubo que adoptaron identidades masculinas para viajar y, también muchas, para hacer la guerra. En realidad, es presumible que algunas lo hicieran por razones de identidad, por ser realmente hombres trans. Sobre ello hay indicios en algunos casos, aunque poca evidencia histórica. “Lo único que sabemos que las une a todas ellas es el coraje, porque se enfrentaban a la cárcel o a la muerte, y el hecho de que lo tuvieron que hacer individualmente. No estaban organizadas”, describe la autora. 

Algunas son más conocidas que otras, y las hay que transitan entre la realidad y la mito, sobre todo entre el mayoritario grupo de mujeres que se hicieron pasar por hombres para hacer de soldados. Como personaje histórico, la francesa Juana de Arco ha sido del principal exponente de este perfil, mientras que como leyenda está la de Mulan, popularizada por Disney en 1998 pero cuyo origen es un relato oral chino que se remonta a los siglos VI y IV a. C. El mito de la doncella guerrera, a veces representada como mezcla de arrojo y belleza, ha sido fuente de inspiración para escritores a lo largo de historia. “Lope de Vega recogió historias de este tipo en la España del siglo X, y en la Inglaterra del XVI se popularizaron las baladas de guerreras”, detalla Manzanera. 

Entre la realidad y la exageración discurre también la historia de una española que utilizó una identidad masculina en el siglo XVI y que viajó por todo el mundo: Catalina de Erauso, la conocida como Monja Alférez. Nacida en San Sebastián en 1592, entró de monja de clausura cuando era una niña pero al cabo de poco se fugó. Al ser aquello un acto de rebeldía, se cortó el pelo y se hizo pasar por hombre para poder vivir y trabajar. Así se cree que se unió a una flota que hacía una ruta comercial entre España y América, se vio envuelta en numerosas trifulcas desde Trujillo hasta Lima, combatió contra los indígenas en Chile, pasó por la cárcel… Toda una vida llena aventuras que parte de una existencia real, aunque muchas de sus peripecias se dieron a conocer en una cuestionada autobiografía con numerosos pasajes difíciles de creer. 

Otras mujeres soldado fueron Hannah Snell, en la Inglaterra del siglo XVIII; Deborah Samspon, en los Estados Unidos del XIX; Antonia Masanello, fiel a Garibaldi en la Italia del mismo siglo, o Flora Sandes, una mujer británica que acabó como oficial del Ejército Real Serbio durante la Primera Guerra Mundial. De hecho, Manzanera explica que el caso que le dio la idea de empezar el libro Insumisas fue el de Lorena Janeta Velázquez, una mujer de origen cubano que supuestamente combatió en el bando confederado durante la Guerra de Secesión norteamericana. Aunque de nuevo, parte de historia surge de una autobiografía que despierta dudas entre los historiadores.

En su extensa recopilación de casos, Manzanera relata numerosos casos de mujeres que se vistieron muy puntualmente de hombre para lograr objetivos concretos. Como hizo la reportera Martha Gellhorn para desembarcar en Omaha junto a los soldados y sus colegas de profesión varones durante la Segunda Guerra Mundial. O Concepción Arenal, cuando quiso entrar en una universidad reservada para varones. Pero otras se vistieron de hombre durante gran parte su vida, algo que, junto a sus inclinaciones desde pequeñas a hacer tareas asociadas a lo masculino, puede llevar a la conclusión de que no se trataba para nada de un disfraz, sino que eran verdaderos hombres trans. “Es muy posible. También hay casos de lesbianas que se casaron con mujeres”, expresa Manzanera. Aunque añade que en su caso optó por recopilar los hechos relativos a la vestimenta y no ahondar en este aspecto: “Lo descarté porque eso ya me parecía motivo para otro libro. El tema da para tanto que se me iban acudiendo derivadas y esta era una de ellas”, reconoce.

En 1800, la jefatura de policía de París aprobó una ordenanza por la que prohibía a las mujeres vestirse con ropas de hombre. Pero a su vez creó un permiso, la Permission de travestissement, que eximía de esta obligación a quienes acreditasen razones de salud. Entre quienes lo solicitaron estuvo la reconocida y laureada pintora Rosa Bonheur, que desafió los todos convencionalismos sociales de la Francia de mediados del XIX. Sobre el papel, se vestía como hombre para poder frecuentar ferias de ganado y para montar a caballo, detalla Manzanera, pero también llevaba el pelo corto, fumaba y vivió durante años con su mujer Nathalie Micas. 

También obtuvo ese permiso Jane Dieulafoy, una mujer que se travistió para combatir en la guerra franco-prusiana y para viajar con su marido en numerosas expediciones en las que no quiso ser comparsa de él, sino participar activamente. Con pelo corto y traje masculino, acompañó a su pareja hasta Oriente Próximo y Persia. Sus trabajos de fotografía, explica Manzanera, “documentaron las expediciones arqueológicas e ilustraron con todo lujo de detalles las publicaciones de Marcel”. Tras visitar también España, con el tiempo se convirtió en periodista y escritora. En uno de sus libros, Volontaire, la protagonista se viste de soldado. Ya en 1904, fue una de las impulsoras del premio Femina de literatura, integrado por un jurado de mujeres.

En pleno siglo XXI, que una mujer se vista de hombre –signifique esto lo que signifique, a estas alturas–, evidentemente ya no está prohibido. Los roles y convencionalismos de género, aunque arraigados, parecen cada vez más cuestionados. Ahora los cambios de género tienen que ver con la identidad que siente cada uno, a pesar de las trabas administrativas y la violencia que sufren las personas trans. Pero puede que todavía haya algún ejemplo, según advirtió Manzanera: hay mujeres sin techo que conviven con hombres y que se hacen pasar por varones para evitar actos violentos o violaciones.