'Hemendik Hurbil', 30 años de memoria histórica sobre la violencia en Euskadi, en la cámara de Clemente Bernad
“Durante muchos años la violencia se te presentaba con solo abrir el portal de tu edificio”, dice el fotógrafo Clemente Bernad (Pamplona-Iruñea, 1963). Él la descubrió una mañana de 1987 en su ciudad natal tras regresar de estudiar Bellas Artes en Barcelona; tenía 24 años. Cuenta que al salir del edificio vio una pegatina en la puerta reclamando el acercamiento de un preso etarra a prisiones vascas.
“El matiz era que la pegatina estaba totalmente arañada con una llave, lo cual escenifica de un modo muy potente el conflicto en Euskal Herria: alguien puso la pegatina y otra persona, que no estaba de acuerdo con la reivindicación, la desgarró”, explica Bernad para ilustrar la enorme polarización de aquel periodo.
Fue entonces cuando decidió retratar con su cámara lo que él llama “el conflicto” –“sé que en la mayoría de los medios le suelen poner comillas, pero para mí es un conflicto”, suelta– tratando de mostrar el sufrimiento en ambos lados. “Pasé de preocuparme de la violencia a ocuparme de ella”, agrega. Así lo ha contado durante la presentación de Hemendik Hurbil / Prop d'aquí (Cerca de aquí), su nueva exposición que recala en el Palau de la Virreina de Barcelona y que comprende 470 imágenes tomadas durante 31 años, desde aquella lejana mañana de 1987 hasta el fin del ciclo violento, cuando el 4 de mayo de 2018 se lee en la localidad vascofrancesa de Kanbo la declaración de Arnaga que ponía fin a ETA.
Las imágenes de la exposición están recopiladas, a su vez, en un grueso libro que además contiene textos de significadas personalidades, artistas e intelectuales, como Bernado Atxaga o el presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica Emilio Silva. A este respecto, Bernad ha reivindicado que su trabajo “es un acto de memoria histórica”.
“Ha sido muy largo y en ocasiones me ha superado la sensación de hastío y desesperanza”, dice el artista, que explica que entre 2007 y 2015 decidió alejarse de este monumental proyecto. El motivo fue una exposición en el museo Guggenheim para celebrar el décimo aniversario de su creación; estaba comisariada por Rosa Martínez y ella pensó que era interesante que el fotógrafo tuviera un espacio con catorce fotografías.
“Pedimos permiso para usarlas a las personas que aparecían y nos lo otorgaron, salvo en el caso de una imagen, que es la de la radiografía del cráneo de Miguel Ángel Blanco”, relata. La prensa se enteró de la negativa y creó una dinámica contra Bernad que casi termina en enjuiciamiento. “Trataron de acusarme de enaltecimiento del terrorismo”, denuncia. “Aquello me hizo mucho daño”, asegura y proclama que durante los 31 años retratados en la exposición “me he sentido completamente solo”.
El caso Egin como revulsivo
En 2015 ocurre un suceso que reaviva la curiosidad de Bernad por el proyecto: se levanta el cierre del diario Egin, que la Guardia Civil había ejecutado en 2001, y el artista puede entrar en las oficinas y las rotativas. “Todo estaba igual que el día el cierre, solo que muy deteriorado ya, inservible”, relata.
En las oficinas de la redacción se encontró con archivos fotográficos –“estaba todo desperdigado por el suelo en carpetas”–, tanto de imágenes en papel como negativos. “Fotografié todo como un forense que registra los hechos”, apunta y apostilla: “aquello era tremendo, se había cometido una gran injusticia con Egin y al final el Supremo dejó sin efecto el cierre”.
“A veces la gente me comenta que algunas de mis fotografías les provocan mucho dolor y creo que es normal, porque mis imágenes son retratos del dolor de una sociedad que, como dice Bernado Atxaga en uno de los textos que acompañan al libro, cayó en la abismalidad”, sentencia con gravedad el artista, que seguidamente aclara que “abismalidad” es una palabra inventada por el escritor para definir la sensación que durante demasiado tiempo tuvo la sociedad vasca de que iba hacia el abismo.
Un trabajo delicado, pero necesario
Con las imágenes tomadas en Egin, Bernad decide cerrar el proyecto y preparar el libro, que finalmente ha dado lugar a la exposición, gracias a la labor de su comisario, el crítico y curador Carles Guerra. Este ha destacado en la presentación que el de Bernad “es un trabajo [políticamente] muy delicado, pero también necesario para dar testimonio de lo que fue una época”.
“Son imágenes pensadas para que calen poco a poco en quien las mira”, insiste Guerra sobre unos retratos que, en efecto, están desprovistos en superficie de dramatismo y efectismos, pero que observados reposadamente desprenden tensión, rabia, resignación y, sobre todo, una gran carga de fondo de violencia. Bernad, al estilo de Cartier-Bresson, se fija en los secundarios para dar cuenta de la dimensión de los acontecimientos.
Guerra se ha referido también a la disposición de las fotografías: “En muchas ocasiones la labor del comisario es la de un decorador que decide cómo se distribuyen los espacios en una exposición, pero en casos como este está labor trasciende y obliga a un esfuerzo distinto”. Al respecto, ha explicado que las imágenes no se han dispuesto siguiendo ningún tipo de secuencia temporal “sino que se distribuyen de una manera aleatoria en la pared para reflejar la sensación de caos que fue en realidad el conflicto”.
Museos en crisis ideológica
Así, se mezclan entierros de etarras con los de guardias civiles y ertzainas, y entre medio disturbios, fuego, encapuchados, familiares desolados e incluso algunos paisajes campestres, como si fueran oasis de paz necesarios entre tanto dolor colgado de la pared. De hecho Hemendik Hurbil / Prop d'aquí cuenta con cuatro salas, dos de ellas con varias series de retratos expuestos en papel tratado con emulsiones de plata y selenio. Las otras dos contienen grandes pantallas donde se exponen en bucle el resto de las 470 imágenes que comprenden la exposición.
Finalmente, el director de La Virreina Centre de la Imatge Valentin Roma ha asegurado que tras haber tenido en el centro a Jeff Wall en la exposición anterior, “la de Bernad es tan importante o más si cabe”. El motivo, según Roma, es que con Hemendik Hurbil / Prop d'aquí se abre un periodo nuevo en el museo de crisis ideológica.
“La mayoría de museos están desarrollando un lenguaje ideologizado, pero a la vez están intentando evitar crear cualquier tipo de tensión política, evitando así entrar en conflictos históricos específicos”, ha opinado para sentenciar: “A eso le podríamos llamar crisis ideológica”. En consecuencia, para Roma esta muestra es “la apertura de la Virreina a un espacio de reflexión sobre esta crisis ideológica”, donde ha augurado que se realizarán más exposiciones de naturaleza política y, seguramente, polémica.
Más allá de las reflexiones de Roma sobre el papel de los museos en el debate político, Hemendik Hurbil / Prop d'aquí resultará para el espectador una sucesión abrumadora de imágenes cargadas de tensión, dolor y violencia. Son instantáneas de un tiempo que a algunas personas de cierta edad nos resultará más familiar y a otras, más jóvenes, ajeno o novedoso. Pero a todos, probablemente, nos embargarán por la carga emocional con la que Clemente Bernad ha sabido impregnarlas.
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