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Cartier Bresson, el “ojo del siglo XX” que prefería retratar a la gente normal antes que a los poderosos

Imagen de la entrada a la exposición 'Watch, watch, watch' del centro KBr Fundación Mapfre de Barcelona

Jordi Sabaté

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A la pregunta de si, tal como ha asegurado en diversas ocasiones, considera que Henri Cartier-Bresson (1908-2004) fue el “ojo del siglo XX” –en referencia a que desde 1930 hasta 1970 fotografió casi todos los acontecimientos importantes de tan convulso periodo, incluyendo la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, la vida en Rusia tras la muerte de Stalin, la victoria de Mao en China o los procesos de descolonización en África y Asia–, Urich Pohlmann, responde que sí.

Pero inmediatamente, el comisario de la exposición monográfica sobre el fotógrafo, que lleva el título de Watch! Watch! Watch!, matiza: “Fotografió a políticos importantes –por ejemplo, en Cuba fotografió al Che Guevara y a Fidel Castro–, pero creo que esas imágenes no son las mejores”. “Las mejores”, prosigue, “son las de la vida cotidiana, como las de una mujer parada frente a él con un uniforme o las de una mujer mayor que tiene un rifle en la mano frente a un escaparate de bodas”.

Es bajo esta perspectiva que Pohlmann ha seleccionado las 240 copias en gelatina de plata que la Fondation Cartier-Bresson ha cedido al centro KBr Fundación Mapfre, en Barcelona, para ilustrar Watch! Watch! Watch! (en referencia a que el propio Cartier-Bresson aseguraba que él lo único que hacía era “mirar, mirar, mirar”), una exposición que se podrá visitar hasta el 26 de enero de 2025. Se trata de copias realizadas en vida del autor, muchas de ellas entre los años sesenta y los ochenta, pues Cartier-Bresson prohibió que tras su muerte se realizasen más copias de sus negativos.

Otro de los ejemplos que muestra el comisario de cómo el legendario fotoperiodista francés reflejaba la realidad del momento a través de la gente común, alejada de los grandes protagonistas de la Historia pero siempre influida por ellos, son las imágenes de la coronación del Rey Jorge VI de Inglaterra, donde Cartier-Bresson fija la cámara en la multitud expectante, en especial en una anciana que se sube a caballo de dos hombres para poder ver mejor.

También, con motivo de la cremación de Gandhi en la India, Pohlmann señala una imagen –situada al final de toda la serie dedicada al entierro con su sucesor Pandit Nehru en primer plano– en la que se aprecia a un niño jugando con unas cenizas. “Son las cenizas de Gandhi y el niño es su nieto”, dice el comisario, que comenta así la alegoría de que por mucho que seamos en vida, todos terminamos en cenizas.

Los años surrealistas

Pohlmann recomienda ver la exposición ordenadamente, ya que está dispuesta en modo cronológico, explicando así tanto las transiciones estilísticas del autor como los acontecimientos que retrató. Explica que Cartier-Bresson, a pesar de ser de una familia de empresarios textiles de la región de Isla de Francia, a los 18 años rompe con el negocio familiar y se va a estudiar pintura a Montparnasse con André Lhote.

En el París de entreguerras toma contacto con las vanguardias artísticas y se integra en el movimiento surrealista. De esa época, llena de experimentación e ingenio, procede su teoría del “instante decisivo”, que se expresa con especial claridad en la famosa instantánea tomada detrás de la estación Saint-Lazare, en Place de la Europe, París en 1932.

En ella se observa a un hombre captado en el momento de saltar sobre un charco, suspendido en el aire y con el reflejo de su salto congelado en la superficie del charco.

Pero tras un viaje a Costa de Marfil en 1930, Cartier-Bresson decide finalmente centrarse en la fotografía como profesional, dedicado al incipiente fotoperiodismo, que sería decisivo en las siguientes décadas para retratar los grandes sucesos que sacudieron el siglo XX. Su primer encargo en el extranjero fue en España en 1933 para cubrir las elecciones que ganó el Frente Popular.

La liberación de París

Retrata allí la vida de las gentes a nivel de calle, con un acento marcadamente social, dejando atrás la experimentación surrealista. Si bien Pohlmann puntualiza que “nunca dejó de buscar en sus imágenes un componente artístico que fuera más allá del mensaje, tal como haría también su coetánea Lee Miller, que tuvo una carrera paralela hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial”.

Pero a diferencia de Miller, que abandonaría el oficio en la posguerra, abrumada por el alcoholismo y los horrores que había tenido que fotografiar en la contienda, “Cartier-Bresson continuó 30 años más y tuvo una carrera mas extensa y de perspectiva profesional más amplia”, apunta el comisario de Watch, watch, watch, “llegando a ser el primer fotoperiodista occidental en retratar la vida en la Rusia soviética tras la muerte de Stalin o la caída de Shanghai en 1949 en manos de Mao Zedong”.

Pero antes de estos célebres trabajos, cuyas imágenes están también presentes en la muestra del centro KBr, Cartier-Bresson, como simpatizante comunista estuvo presente en la Guerra Civil Española en 1937, donde rodó la película Victoria de la vida. Posteriormente regresaría a París y se alistaría en el ejército.

En 1940 es capturado por los nazis e ingresa en un campo de prisioneros, del que consigue escapar en 1943 para inmediatamente unirse a la resistencia, con la que participa en la liberación de París. Con su cámara Leica compacta de 35 mm en mano, fotografía el fin de la ocupación alemana, siempre mirando a la gente de la calle y su modo de sufrir los avatares de la historia.

Pero estas imágenes, también presentes en Watch! Watch! Watch! , tienen su propia historia detrás. “No se conoció su existencia hasta 1969”, comenta Pohlmann, “ya que habían sido totalmente olvidadas”. “Las había guardado en una caja de galletas y fue hacia el final de su carrera profesional cuando ordenando archivos las encuentra”, dice el comisario. Algunas de las imágenes impactan por su dureza, como las del ajusticiamiento de mujeres colaboracionistas.

Las clases populares vistas por Cartier-Bresson

“Como simpatizante comunista en su juventud, él siempre se interesó en fotografiar las condiciones de vida de las clases trabajadoras allí donde estuviera”, observa el comisario, que agrega que con este ánimo Cartier-Bresson viajó por su Francia natal, pero también por España, Estados Unidos –donde en 1947 participa en la creación de la Agencia Magnum junto Robert Capa, David Seymour “Chim”,  Maria Eisner o Rita Vandivert entre otros legendarios fotógrafos–, la Cuba post revolucionaria o la Rusia de Kruschev.

Las fotografías que realizó en Rusia a mediados de los cincuenta, en un momento en el que ningún otro occidental podría hacer retratos y publicarlos fuera de la URSS, muestran un panorama alejado del ambiente depresivo que se describía desde Occidente, por lo que “fueron un impacto en la opinión pública”, según Pohlmann.

“Tras la muerte de Stalin hubo una especie de liberalización de la sociedad rusa; Moscú estaba cambiando y él se centró específicamente en cómo vivían las mujeres, que trabajaban en las fábricas pero también tenían tiempo libre y bailaban o salían de compras”, explica el comisario.

Finalmente Pohlmann muestra otra de las joyas de la exposición, una película documental realizada por el fotógrafo a base de imágenes estáticas. “No se conservan las fotografías que uso para realizarlo”. comenta, “solo la película”. Añade que “amigo del poeta afroestadounidenste Langston Hughes y del fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo, juntos crean en los años treinta un grupo de cine con el que intentan replicar el trabajo de directores soviéticos como Sergei Eisenstein”.

La exposición se cierra en la sala de los retratos, ya que Cartier-Bresson no se olvidaba de retratar a los protagonistas de la historia, pero Pohlmann ha preferido para esta ocasión seleccionar héroes menos belicosos y más ricos en aportaciones culturales, como pudieron ser un joven Truman Capote o un anciano Henri Matisse.

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