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'El deseo de libertad', antesala de la recuperación de la fotógrafa Lee Miller a la espera del 'biopic' de Kate Winslet

Trabajo de Lee Miller para Vogue con un traje diseñado por Peter Russell de 1943

Jordi Sabaté

Palafrugell (Girona) —

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En el mundo de la cultura y la política catalanas Palafrugell es una villa icónica, casi mítica, ya que no solo fue el lugar de nacimiento del escritor Josep Pla, sino que también acogió el grueso de una parte importante de sus relatos más conocidos, aquellos que hacen referencia a la Costa Brava y sus habitantes. También para el turismo es una referencia internacional, pues en su término municipal se encuentran las poblaciones de Tamariu, Calella de Palafrugell y Llafranc, entre las más bellas del litoral catalán.

Asimismo comprende también el núcleo de Llofriu, donde se ubica el Mas Pla, casa natal de Pla, y también la villa donde el nonagenario director de cine Pere Portabella montaba sus famosos suquets de peix, a los que acudían desde Aznar a Carrillo o Suárez, siempre en busca de un consenso que no lograban en el Congreso.

Pero desde hace 25 años y con motivo de la muerte del fotógrafo Xavier Miserachs un 14 de agosto de 1998, muy vinculado con esta zona de la Costa Brava, Palafrugell también destaca por su festival de exposiciones fotográficas, que se celebran cada dos años desde entonces y que alcanza este año su edición XIII: la Biennal de Fotografia Xavier Miserachs.

Lee Miller vista por su hijo

En las anteriores doce ediciones de la Biennal se ha podido apreciar la obra de diferentes artistas, siempre buscando una ponderación y una equidad entre géneros, algo que también se puede constatar en esta edición, en la que la exposición estrella –en el espacioso edificio de la Bòbila– la protagoniza la fotógrafa Lee Miller.

Primero modelo y después fotógrafa publicitaria para Vogue, para pasar luego a integrar el grupo de los surrealistas en el París de entreguerras, Miller fue una mujer excepcional que, una vez estalló la Segunda Guerra Mundial, huyó a Londres para protegerse de los nazis, que consideraban al movimiento artístico surrealista un enemigo.

Allí, junto al que tras la guerra sería su segundo marido, el pintor inglés Roland Penrose, se alistó en el ejército: él en el británico y ella, como periodista, en el estadounidense. De este modo, incrustada entre las tropas aliadas pudo ejercer su tercera faceta en el mundo de la fotografía: el de reportera de guerra.

Lo hizo mezclando en la labor el talento que había mostrado en sus facetas anteriores como publicista y artista, dominando completamente la escena que fotografiaba, dándole a la imagen una fuerte carga simbólica y estilística, pero a la vez poniendo en el papel toda la crudeza y la ignominia de la guerra. Destacó especialmente a las miles de mujeres que participaron en la retaguardia, desde las foquistas que iluminaban el cielo de Londres durante los bombardeos nazis a las aviadoras probadoras de los aviones que iban a entrar en combate.

De las primeras, explica Anthony Penrose, comisario de la exposición e hijo de Lee Miller, “murieron casi 700 en su arriesgado trabajo, pues los nazis priorizaban la destrucción de los focos que les ponían en evidencia sobre el cielo inglés”. Destaca que “a ninguna de ellas se les otorgó reconocimiento y placa recordatoria alguna”. Y seguidamente explica que a las mujeres aviadoras nunca se les permitió entrar en combate, si bien con sus vuelos también se jugaban la vida.

Junto a las tropas aliadas, Miller liberó París y se fue directa a comprobar si sus amigos surrealistas estaban vivos; también a visitar a Picasso. Su hijo asegura que el genio cubista le dijo con sorpresa: “¡El primer soldado aliado que veo es una mujer y precisamente tú!”. Posteriormente entró en diversos campos de concentración y acaso fue la primera reportera en fotografiar lo que allí se encontró. Lo plasmó en imágenes de una terrible dureza, pero siempre dotadas de su gran carga simbólica.

Un legado escondido en un altillo durante 37 años

Posteriormente accedió al apartamento que Hitler tenía en Munich y realizó una fotografía legendaria utilizando ella misma su bañera. “Lo dispuso todo para la escena: las botas militares al pie de la bañera; el retrato de Hitler, la ducha que emulaba las de los campos de exterminio y una pequeña estatua con la quería destacar su mal gusto artístico”, explica Penrose. Esta imagen, como también la del encuentro con Picasso y muchas otras se pueden apreciar en la exposición, titulada El desig de llibertat / El deseo de libertad.

Tras la guerra, Miller regresó a Inglaterra, se casó con Roland Penrose, tuvo a Anthony en 1947 y cayó en una profunda depresión postparto y postraumática de la que con el tiempo se recuperó. Pero nunca más volvió a trabajar de fotógrafa: acumuló en el ático de su granja de Sussex sus cámaras, sus 60.000 negativos y todos sus documentos y diarios de guerra.

“No fue hasta 1984 que mi entonces esposa encontró en la granja unos diarios de guerra de una gran crudeza y los llevamos a mi padre, que los reconoció y nos contó la historia de mi madre, que ella había querido enterrar en el altillo”, explica Penrose hijo, que a partir de entonces centró su vida en ordenar el ingente legado materno, lo que ha dado lugar a una fundación y numerosas exposiciones, de las cuales la presente es la más reciente.

Adicionalmente Penrose, junto a su hija Ami Bouhassane, directora del Archivo Miller, ha presentado en Palafrugell un libro sobre las fotos de su madre que la editorial Blume publicó en 2023. Lleva el prólogo de Kate Winslet y no es casualidad: la actriz británica protagoniza el biopic sobre la fotógrafa Lee que se estrenará a finales del verano, tras un año de retrasos.

Colita: retrospectiva póstuma

Pero el plato fuerte de la XIII Biennal de Fotografia Xavier Miserachs se compone también de otros ingredientes. Por ejemplo, la fotógrafa barcelonesa Isabel Steva, más conocida como Colita, gran retratista de la Barcelona artística, progresista e intelectual de la segunda mitad del siglo XX, especialmente como activo miembro de la Gauche Divine.

Pero también fotógrafa del mundo del flamenco en los años 60 y 70, una de sus grandes pasiones tras conocer a Carmen Amaya, de quien se enamoró y que la introduciría en la sociedad gitana, donde realizaría algunos retratos antológicos que se muestran en la exposición Colita: para un roto y para un descosido, comisariada por Ana Plana, directora de la Biennal.

Según Plana, Colita: para un roto y para un descosido (en el Museu del Suro) muestra las múltiples facetas de la fotógrafa, fallecida hace solo ocho meses. “La exposición estaba acordada con ella, que le puso el título y estaba muy ilusionada, pero desgraciadamente murió a mitad del proyecto”, desvela la comisaria. También explica que fue Colita quien quiso darle este nombre (Colita: para un roto y para un descosido) porque se consideraba una fotógrafa dúctil y polivalente.

La exposición pretende destacar los distintos campos que manejó Colita, casi siempre en el retrato, y pueden apreciarse desde los famosos retratos de Terenci Moix, Joan Manuel Serrat u Orson Welles a los menos conocidos de personalidades flamencas, destacando el realizado a Paco de Lucía en 1969.

Pérez Siquier, Tony Catany y la familia Roig

La Biennal también acoge las exposiciones de otros dos grandes nombres de la fotografía española del siglo XX. Por un lado está la del pionero de la fotografía en los años 50 Carlos Pérez Siquier. Lleva el nombre de La Chanca en color (1962-1968) y consiste en una serie de imágenes coloreadas posteriormente, una técnica en la que Siquier fue un pionero en España.

En ella se puede apreciar cómo era este popular y pintoresco barrio almeriense en los años 60, con un fuerte sabor de arquitectura magrebí que nos traslada mentalmente a las calzadas de villas del lado del Mediterráneo, como Chefchauoen. Las imágenes proceden de los fondos de las Colecciones Mapfre.

Y en la sede de la fundación Josep Pla reside la exposición La meva Mediterrània. Tony Catany - Josep Pla. Dedicada al fotógrafo mallorquín, que se inició en el fotoperiodismo pero saltó pronto a la fotografía de viajes y el retrato, sobre todo de los ambientes del área mediterránea, la muestra combina imágenes de los múltiples viajes que Catany realizó con textos de Pla referidos al mismo territorio marítimo. El objetivo es mostrar cómo el Mediterráneo es una suerte de unidad cultural y sentimental.

Finalmente, y a pesar de que las exposiciones que se muestran en la XIII Biennal de Fotografia Xavier Miserachs son 11, merece la pena terminar esta selección destacando Àlbum d'estiueig, dentro de la sección que el cofundador del certamen, Enric Bruguera, organiza para cada edición. Entre una muestra y otra, Bruguera se dedica a investigar el patrimonio fotográfico ampurdanés oculto en casas y desvanes, en busca de archivos que ilustren el pasado de la comarca.

Para esta edición cuenta con los jugosos álbumes de la familia Roig, industriales de Terrassa que en 1940 construyeron una casa de veraneo de piedra bajo el faro de Sant Sebastià, en Llafranc. De aquellos veraneos (estiueig en catalán) resultaron numerosos álbumes realizados por el patriarca familiar, Francesc Roig Ventura, que además de mostrar un talento fotográfico inusual en un no profesional, rotulaba (¡en catalán en los años 40!) todas las fotografías, añadiendo un contexto impagable que explica la vida en Llafranc y Calella tras la Guerra Civil.

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