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El Saló Sant Jordi retira las telas de la dictadura de Primo de Rivera que “ensalzaban la España imperial”

Montaje con el antes y el después del Saló Sant Jordi

Jordi Sabaté

3 de agosto de 2024 21:27 h

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“Todos los presidentes después de la dictadura de Primo de Rivera quisieron de un modo u otro quitar las telas del Saló Sant Jordi y restituir los frescos de Torres-García, así como los decorados grotescos originales que encargó el arquitecto Pere Blai en 1597 para la ampliación del antiguo palacio gótico, sede de la Generalitat medieval”, explica Mireia Mestre, actual directora el Centro de Restauración de Bienes Muebles de Cataluña del Departamento de Cultura y anteriormente jefa del Área de Restauración y Conservación Preventiva del Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC).

“Por ejemplo Tarradellas en 1932, cuando era conseller de Governació, ya intentó retirar varios lienzos, y puede vérsele en alguna fotografía con la tela a sus pies”, desarrolla Mestre, que añade que “también Pujol hizo tapar unas frases de la cúpula que eran muy agresivas respecto al autogobierno”.

Finalmente fue Quim Torra quien se decidió a pasar a la acción y en 2019 constituyó una comisión de expertos que estudiara el modo de restituir la icónica estancia a su estado original, libre de los enormes óleos “cargados de ideología nacional-católica”, en palabras de la experta. La comisión marcó el protocolo a seguir y fijó un presupuesto, pero la inhabilitación de Torra dejó el proyecto en pausa hasta que el actual president, Pere Aragonès, decidió destinar el dinero para su ejecución.

Retorno a su aspecto renacentista y a la decoración grotesca

Año y medio más tarde el resultado ya se puede ver y el pasado 31 de julio Aragonès –probablemente en su último acto oficial como president– inauguró el nuevo aspecto de la sala: mucho más luminosa y diáfana, con las paredes que han recuperado el estuco blanco original que usó Blai, así como parte de la decoración de los entredoses y las cenefas, caracterizadas por el llamado estilo “grotesco”.

“Es un término que proviene del italiano gruttesco y que imita las decoraciones que en el siglo XV se descubrieron en las grutas de edificios de la antigua Roma como la Domus Aurea –el palacio del emperador Nerón–, que fueron muy populares entre los artistas italianos del Quattrocento”, aclara Mestre.

También añade que en el siglo XVI español, y también a principios del XVII, este estilo decorativo estaba muy extendido por Europa y por tanto no es de extrañar que Pere Blai lo encargara para decorar su ampliación del palacio gótico, que también dio lugar a la fachada de la plaza de Sant Jaume, hoy en día la principal del Palau.

El grotesco es un estilo decorativo en el que se pintan numerosos motivos vegetales entrelazados y a veces acompañados de caras o figuras de personas o animales. “Hemos encontrado en los entredoses, levantando las pinturas murales que también se hicieron en la época de Primo de Rivera, decoraciones vegetales, pero también figuras profanas, algo sorprendente si se tiene en cuenta que en la ampliación de Blai el Saló se concibió como una capilla”, explica la restauradora.

Lenguaje imperialista y colonialista

Mestre es quien, desde su posición de gran autoridad en la conservación y restauración del patrimonio artístico de Catalunya, ha comandado durante los últimos años el desmontaje, fijación, enrollado y posterior depósito en cámaras de conservación de los 860 metros cuadrados de telas al óleo que se colocaron entre 1925 y 1926, durante la dictadura de Primo de Rivera, y que ensalzaban gestas y batallas de la nación española con un lenguaje imperialista y colonialista.

“Eran escenas históricas que configuraban un programa de inspiración reaccionaria que básicamente celebraba la supuesta contribución catalana a la España imperial”, explica Mestre de los lienzos retirados. Por ejemplo, uno de ellos escenificaba la recepción de los reyes Católicos a Colón en Barcelona, y podía observarse la figura de un indio arrodillado frente a los monarcas. 

La responsabilidad de Mestre también ha abarcado la restitución de la decoración y la arquitectura original, pasando de la cerrada sala de aspecto más propio del barroco o el neoclasicismo a la abierta y luminosa que restituye la idea renacentista de Blai. Para las dos fases, la de remoción y la de restauración, se organizó un concurso público que ganó la empresa Urcotex.

Entre los cometidos de Urcotex estuvo la contratación de dos equipos de operarios expertos –uno para la primera fase y otro para la segunda– y el instalar el complejo entramado de andamios que permitiera a los expertos realizar su trabajo. “Con propiedad hay que hablar de expertas, porque casi en su totalidad fueron mujeres, que son mayoría en el oficio”, subraya Mestre.

Los murales de Joaquín Torres-García

No obstante, durante el proceso de retirada, detrás de los lienzos cargados de ideología imperialista y de las cenefas y entredoses pintados también entre 1925 y 1926, afloraron varias sorpresas, según la jefa de restauración del patrimonio catalán: “Nos encontramos al levantar los frescos que debajo había cenefas pintadas por Joaquín Torres-García, así como también en los paramientos [paredes que rellenan el espacio de los arcos] detectamos las incisiones y el silueteado que Torres-García preparó para sus murales”.

Decidieron ir más allá y recuperar cenefas y esbozos del pintor uruguayo, por lo que el proyecto se encareció y alargó un poco más, “pero el resultado es muy satisfactorio”, asegura Mestre, que calcula el coste total en unos dos millones de euros. También explica que los murales originales, que se pintaron encima de las incisiones y siluetas, fueron arrancados en 1966 “tras desclavar los lienzos”, para restaurarlos y colocarlos en otra sala que precisamente lleva el nombre del pintor.

Nacido en Uruguay de padre catalán, emigrado a Catalunya a los 17 años y casado él mismo con una catalana, la vinculación de Torres-García con el nacionalismo catalán de la época fue muy grande. Aunque posteriormente se distanció de su tierra de acogida y regresó a Uruguay, el padre de la corriente pictórica conocida como “universalismo constructivo” tuvo amigos entre la alta burguesía y la política regionalista del momento.

Uno de ellos, Enric Prat de la Riba, le encargó en 1912 una serie de pinturas murales que evocaran la esencia de la nación catalana. Torres-García comenzó a pintar los murales, pero su estilo excesivamente moderno y naturalista suscitó un gran rechazó entre la pacata sociedad de entonces. La muerte de Prat de la Riba, junto con el desagrado por los murales del otro promotor del proyecto, Lluís Domènech i Montaner, hicieron desistir al pintor, que dejó la obra inacabada hasta que la llegada del golpe de Primo de Rivera, un enemigo acérrimo del nacionalismo catalán, la borró. 

Respecto al valor de los murales de Torres-García, Mestre, que como antigua curadora del MNAC conoce bien la obra del pintor, destaca que los frescos, recuperados en 1966 y exhibidos en otra sala, tienen valor “en cuanto a que muestran su pintura de juventud, anterior al universalismo constructivo”. Reconoce asimismo que en su actual ubicación “no se puede apreciar su dimensión y valor” y no descarta que “en el futuro regresen a los muros donde fueron pintados originalmente”, si bien cita “una iniciativa del MNAC para acogerlos en su futura ampliación”.

Un recubrimiento a toda prisa

Respecto a las telas removidas y enrolladas, Mestre matiza que “pertenecen al conjunto patrimonial artístico catalán y por tanto se guardarán por si en el futuro se desea exhibirlas o alguien [una institución] las reclama para alguna de sus sedes o monumentos”.

Añade que su calidad artística es desigual “pues participaron en su elaboración inicialmente más de 25 artistas”, si bien finalmente fueron Francesc Galofré i Oller y su hijo Francesc Galofré i Surís quienes realizaron el grueso de las pinturas. Sobre los mismos, aclara que no trabajaron por ideología sino por dinero: “Aunque alguno de los convocados se negó a participar, el resto trabajó luego igualmente para la República; para ellos fue un encargo más”.

Para terminar, Mestre se anima a explicar la intrahistoria detrás de los lienzos: “Estaba prevista para 1929, con motivo de la Feria Universal que se celebraría en Barcelona, la visita prolongada de los Reyes a la ciudad. El presidente de la Diputació de Barcelona en 1926, José María Milà Camps, conde del Montseny, quiso por un lado terminar la decoración del salón y por el otro borrar las huellas de exaltación catalanista que representaban los murales inacabados de Torres-García.

Milà Camps convocó a numerosos artistas para que a toda prisa construyeran una decoración del Saló. Realizaron los grandes lienzos y con ellos taparon los paramentos pintados, pero también las ventanas superiores que iluminaban la estancia. “Las tapiaron por dentro con ladrillo”, apostilla la restauradora, que añade que ahora se han recuperado con las vidrieras diseñadas en el siglo XIX.

El resultado del proyecto de Milà Camps fue una sala cerrada, oscura, recargada de murales de ideología imperialista y de gestas militares y religiosas que hace pocos días ha dejado de ser lóbrega, y políticamente significada, para pasar a mostrarse como neutra. Mestre, que reconoce en el proyecto ejecutado “una descolonización del Saló Sant Jordi”, matiza que la actuación realizada también es política y pretende “llevar el Saló al tiempo actual de Catalunya”.

De este modo, Pere Aragonès parece haber querido, en el que seguramente será su último acto institucional, dejar una huella simbólica y pasar página de un tiempo que él mismo calificó, durante su discurso de inauguración del salón la sala restaurada, como “época de oscuridad que ahora se abre a la luz”.

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