Un investigador ciego abandona la Universitat de Barcelona porque no le dejan dar clases: “Me siento discriminado”

Pol Pareja

14 de junio de 2023 22:06 h

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Justo López, investigador en física cuántica de la Universitat de Barcelona (UB), fue claro en la pregunta a su superior:

— ¿Lo de que no puedo dar clases, entiendo que es por mi discapacidad visual?

— Sí, claro. Digamos que le cuesta a la gente y a mí también… Lo reconozco, nunca me he encontrado con una situación así. Lo he hablado en la [comisión] permanente, donde hay representantes de cada sección, y vi que tienen prejuicios, igual que los puedo tener yo.

La respuesta del director del Departamento de Física Cuántica y Astrofísica de la UB, transcrita literalmente, le sentó como una patada a este académico, llegado a la facultad en abril de 2022 tras obtener una de las prestigiosas becas María Zambrano.

López (Albacete, 1975) es prácticamente ciego. Una retinosis pigmentaria le dejó sin visión cuando apenas tenía 20 años y estudiaba la carrera. “Puedo detectar un poco de luz aquí arriba, pero a ti no te estoy viendo”, precisa durante la entrevista. Perder la vista en medio de la carrera no le impidió acabar obteniendo el tercer mejor expediente de su promoción. 

Posteriormente vinieron diversos reconocimientos académicos y una beca Fullbright que le llevó a la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Después dio clases durante años en varias facultades latinoamericanas, en las que no tuvo ningún problema por su discapacidad. 

“He estado en universidades de Estados Unidos, Colombia, Chile, Argentina y España”, explicaba en su despacho a principios de mayo. “Y en ningún lugar me había sentido tan discriminado como aquí”.

Las palabras del director de su departamento fueron la gota que colmó el vaso. López ha decidido pedir el traslado a otra universidad en Zaragoza y esta semana ha presentado una denuncia por discriminación ante Inspección de Trabajo.

“Para mí ha sido un golpe durísimo y muy frustrante”, apunta. “La UB es un lugar puntero en mi área y me hacía mucha ilusión venir aquí y vivir esta experiencia”.

Mudarse a una nueva ciudad supone un reto notable para alguien como López. Durante los primeros seis meses tiene que ir, cada mañana, a recorrer los caminos básicos (de casa al trabajo o al supermercado, por ejemplo) junto a un técnico de la ONCE para poderlos memorizar. Cuando ya ha aprendido los caminos “básicos”, intenta memorizar otros itinerarios “avanzados” como por ejemplo ir al gimnasio, una tarea que puede alargarse hasta un año.

“Plantearme hacer todo esto de nuevo en Zaragoza es una apuesta arriesgada y un engorro”, asegura. “Pero la decisión ya está tomada”.

Desde la UB admiten que el caso de López “inicialmente no se gestionó bien”, pero insisten en que desde que su situación llegó a oídos del rectorado, a principios de este mayo, se han tomado “todas las medidas” para “reconducir correctamente” su situación y se le han asignado unas pocas horas de clase para el año que viene.

Un cúmulo de agravios

El contrato que tiene López contempla unos 60 horas de docencia por curso, aunque no son obligatorios. El cómputo, en todo caso, es relevante para después poder obtener una plaza fija. Cuando este investigador vio que a otros colegas con su mismo contrato les asignaban horas de clase, se quejó ante los responsables de su facultad.

Según su relato, lo primero que le respondieron era que no podía dar clases porque no sabía catalán. Finalmente le sugirieron que dirigiera trabajos de fin de grado, una tarea que contabiliza menos de cara a poder obtener una plaza. López aceptó igualmente.

“El problema es que si los estudiantes no te conocen, nadie va a venir a pedirte que le dirijas su trabajo”, señala. “Estuve esperando pacientemente, pero no vino nadie”.

Más allá del veto a dar clases, este experto en física cuántica describe un cúmulo de circunstancias que le han hecho sentirse discriminado y han ido aumentando la tensión con los responsables de su facultad. 

Asegura que solicitó un asistente para, entre otras tareas, ayudarle a leer algunos textos que los programas de lectura de pantalla no reconocen. En otras facultades había sido un estudiante quien le ayudaba, a cambio de poder asistir a proyectos de investigación. Desde la UB le comentaron que este servicio de voluntariado sólo se prestaba a otros estudiantes, pero le aseguraron que contratarían a un asistente para él.

Un año y tres meses después de haber llegado a la UB, López todavía espera a su asistente. “A mí me juzgan por lo que investigo”, afirma el físico. “Y ahora mismo no tengo las herramientas para trabajar”. Desde la universidad aseguran a elDiario.es que finalmente se ha aprobado el anuncio para esta plaza y este jueves se hará público.

Otro motivo de enojo ha sido la negativa a dejarle entrar en la facultad durante los fines de semana, una posibilidad que hasta hace poco sí tenía la mayoría del personal investigador. 

Al llegar a la UB, la Oficina de Seguridad, Salud y Medio Ambiente (OSSMA) de la universidad creó un protocolo ad hoc para él y le asignó cuatro tutores. López superó todos los simulacros de evacuación, pero cuando pidió acceso al edificio en horario no lectivo, se lo denegaron alegando que ninguno de esos tutores iban a estar durante el fin de semana.  

“Soy mayor de edad, no tengo problemas de movilidad, voy en metro cada día”, reflexiona López. “¿Por qué me tienen que poner tutores o negarme la entrada al edificio?” Desde la UB explican que se decidió que no pudiera acceder a la facultad “para garantizar la seguridad”.

Tras presentar una queja por este motivo y reunirse con los responsables del edificio, finalmente el decano tomó una decisión salomónica: anunció que revocaba todas las autorizaciones para acceder al edificio los fines de semana, excepto casos puntuales que debían de ser justificados. Según la UB, se acabó tomando esta decisión tras las quejas de López “para no discriminar a nadie”.

López asegura que esto le señaló ante el resto de profesores. “Algunos me culpan a mí de no poder entrar al edificio durante los festivos”, sostiene. 

La reacción de la UB

Según López, la UB solo reaccionó a sus quejas cuando anunció que iba a dejar la universidad y se planteaba tomar acciones legales. Él considera que la respuesta ha llegado tarde y solo tras ver que había contactado con el sindicato CGT y quería hacer público su caso. 

La universidad finalmente le ha programado seis horas de clase en cada semestre del año que viene. “Son muy pocas, pero es que encima ya ha pasado un curso entero en el que no he contabilizado horas docentes”, sostiene. 

Tanto el rector de la Universidad como el vicerrector de investigación le han atendido, han tenido buenas palabras con él y le han asegurado que estaban trabajando para solucionar su situación. Algunos profesores también le han trasladado su indignación por la situación que está viviendo.

López, sin embargo, se ha cansado de esperar. Cree que su partida no le beneficia en absoluto, pero confía en que tal vez sirva para que el próximo que llegue con una situación similar encuentre más facilidades para trabajar.

“Es cierto que ha habido un cambio de actitud de la UB, pero me parece sospechoso que todo se movilice a partir del momento en que digo que me voy”, admite el investigador. “He tenido que patalear para que alguien reaccione y vea la injusticia de mi situación”.

Desde la universidad remarcan que “facilitaron el acuerdo” para el traslado a Zaragoza y recuerdan que López seguirá adscrito a la UB (los contratos María Zambrano no pueden mudarse de centro). Desde el Departamento de Física aseguran que a día de hoy están esperando a que López confirme su traslado y que la última información de la que disponen es que el físico quiere quedarse en Barcelona.

El actual despacho de López, en la séptima planta de la facultad de Física y Química, se usaba como trastero hasta hace poco. Se lo concedieron después de constatar las dificultades de compartir un espacio con otros investigadores: por el constante trajín de profesores y porque trabaja con un programa de lectura de pantalla que puede resultar molesto para sus compañeros.

En el despacho, totalmente desangelado, todavía hay varias lámparas estropeadas, algunos trastos e incluso un pequeño piano en una estantería. Apenas entra luz natural.

Sentado en su silla, explica que en ocasiones ha pensado que la culpa es suya, por ser demasiado tímido o por tener la autoestima baja. También confiesa que alguna vez se ha planteado pedir la incapacidad total, cobrar una pensión y abandonar el mundo académico.

“El problema es que he luchado tanto por tener una vida medianamente normal, que ahora me da rabia tirar la toalla”, señala. “Desde que tengo ocho años quiero ser físico y, sinceramente, no sé hacer otra cosa”.

Si conoces casos similares, puedes escribirnos a pistas@eldiario.es

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