Yassir tiene 29 años y poca suerte desde que empezó la campaña de la fruta en Lleida. En las últimas dos semanas apenas ha sido reclutado tres días para trabajar en los campos que rodean La Granja d'Escarp, un pequeño pueblo de menos de 1.000 habitantes en cuya plaza se organiza cada mañana una bolsa de empleo informal para ir a trabajar al campo. Yassir es argelino, no tiene papeles y malvive hacinado con siete compañeros en una casa ocupada y prácticamente en ruinas. Su situación resume a la perfección los problemas de la recogida de la fruta durante una pandemia: faltan viviendas para alojar a los temporeros, falta mano de obra con la documentación en regla y a la provincia se han acercado simpapeles de todo el país que buscan una manera de sobrevivir tras dos meses sin ingresos.
“Lo de este año podría calificarse de tormenta” perfecta, admite Roger Torres, jesuita y presidente de la asociación Arrels Sant Ignasi de Lleida, que por primera vez ha decidido habilitar su parroquia para acoger a una docena de temporeros sin hogar. “Cada verano vivimos la campaña de la fruta con tensión porque no estamos preparados para acoger a tantos temporeros, pero esta vez nos ha pillado confinados y hay mucha más gente durmiendo en la calle que en otras ocasiones”.
Los problemas que azotan a la región cada año -malas condiciones de algunos temporeros, problemas de alojamiento en municipios que de golpe doblan su población...- se han visto agravados por la pandemia, según admiten la docena de personas entrevistadas para este reportaje. Muchos trabajadores no consiguen encontrar un lugar para hospedarse y los recintos que tradicionalmente se habilitaban para ellos en algunos pueblos están cerrados o a la mitad de su capacidad debido a la necesidad de mantener las distancias de seguridad.
A la imagen de migrantes merodeando por los pueblos en búsqueda de trabajo se le suma ahora la aglomeración de más de 200 temporeros que desde hace dos semanas duermen en el centro de Lleida a pesar del confinamiento. La situación en la ciudad es cada vez más tensa, los ánimos están caldeados y los recién llegados piden soluciones que no llegan.
“Solo pedimos un lugar para dormir”, explicaba el martes Karim Bambadiou desde este campamento improvisado en el centro de la ciudad, cada día más abarrotado. “No pedimos limosna ni una vivienda gratis, tenemos dinero para pagárnosla pero nadie nos la alquila”, remachaba este senegalés de 35 años. Según su relato, les piden un contrato fijo y tres nóminas para alquilar un piso, algo imposible de cumplir para la mayoría de ellos.
“Los de aquí no quieren trabajar en el campo”
Mientras en Lleida los temporeros se amontonan y muchos no consiguen trabajar todos los días que esperaban, los campesinos y las ETT de la zona se lamentan de que no encuentran la mano de obra necesaria. El cierre de las fronteras pilló a muchos payeses con el pie cambiado y sin poder reclutar a los trabajadores con los que cuentan cada temporada. Según cálculos de la Unió de Pagesos, las restricciones a la movilidad implicarán que falten alrededor del 25% de los 40.000 trabajadores que se necesitan en los campos catalanes.
El Gobierno autorizó que los parados pudieran trabajar en la campaña de la fruta sin perder el subsidio de desempleo y tanto la Unió de Pagesos como el Servei d'Ocupació de Catalunya abrieron bolsas de trabajo para encontrar mano de obra local, pero tras el entusiasmo inicial -16.000 inscritos en pocos días- la mayoría de los puestos han quedado vacantes: muchos no podían ser contratados por estar en situación de ERTE y otros descartaron la oferta al enterarse de que debían instalarse en la provincia durante meses.
“La gente de aquí no quiere trabajar en el campo”, se lamenta Josep Maria Companys, un payés de 60 años, mientras pasea por sus campos de melocotoneros en Torres de Segre. “Parecía que había mucha predisposición de parados y estudiantes y al final ha quedado en nada”.
Jordi Piqué, director una ETT en el pueblo de Alcarrás, apunta en la misma dirección: “Los españoles consideran que el salario [7,40 euros brutos por hora] es muy bajo por la dureza de las condiciones”, explica desde la sede de su empresa, donde el martes había cola de temporeros recién llegados desde distintos lugares de España. Con todo, este directivo afirma que la participación de trabajadores españoles supondrá este año entre el 10 y el 15% de los empleados cuando anteriormente solo significaba el 2%. Desde Unió de Pagesos elevan este porcentaje hasta el 25%.
La situación es tan excepcional que campesinos, patronales, sindicatos, temporeros y entidades que les dan apoyo comparten una misma reivindicación: que se regularice temporalmente a los migrantes sin papeles que han acudido a la zona a recoger fruta. “Hemos venido a trabajar, no a pasear”, afirmaba el martes Karim Bambadiou, uno de los temporeros que duerme en el centro de Lleida. “Hemos llegado aquí a pesar de todos los riesgos, respondiendo a la llamada del Gobierno y nos tienen como perros”.
La tensión en Lleida
El asentamiento en el centro de Lleida crece cada día que pasa sin que el Ayuntamiento haya logrado encontrar una solución a una situación cuya complejidad va en aumento. Tras varios días con lluvia intensa en la ciudad, el sábado uno de los temporeros colgó un vídeo en Instagram donde denunciaba su situación y la falta de respuesta de las autoridades. El vídeo se hizo viral y en el momento de redactar este texto tenía ya más de 330.000 visualizaciones y 1.300 comentarios.
“Quería que todo el mundo viese las condiciones en las que estamos los trabajadores de la fruta”, explicaba esta semana el autor del vídeo, Serigne Mamadou, senegalés de 42 años y recién llegado a Lleida desde Barcelona. De fondo, decenas de maletas, cartones y sacos de dormir presidían el lugar donde duerme desde hace días.
Tras el revuelo del vídeo, el alcalde anunció en TV3 que realizaría el martes 100 tests de coronavirus a los temporeros que duermen en las calles de la ciudad. A los que dieran negativo los derivarían a un pabellón municipal en las afueras de Lleida. A los positivos los aislarían en un hotel medicalizado. Se convocó a la prensa y se instaló una carpa en medio de una plaza para hacer las pruebas ahí mismo.
La propuesta generó indignación tanto entre los temporeros, que se negaron a realizarse los tests, como entre las entidades que les dan apoyo. “Es vergonzoso que conviertan en un espectáculo mediático una prueba médica, violando la privacidad de los afectados”, opina Gemma Casal, de la plataforma ‘Fruita amb justícia social’ impulsada por la CUP con el apoyo de varias entidades sociales. “¿Te imaginas convocar a la prensa a bombo y platillo para realizar tests en una residencia de abuelos? ¿Por qué no les han hecho las pruebas en un Centro de Atención Primaria?”, se preguntaba.
Ante una docena de periodistas y el mismo número de policías, el Ayuntamiento citó a los temporeros para hacer las pruebas. El resultado fue que había más cámaras que temporeros y muy pocos se acercaron a hacerse el test. La propuesta de alojarlos en un pabellón tampoco satisface a los temporeros, que lo tildan de “chantaje” y explican que está muy alejado de la ciudad y de la plaza donde se les recluta y se les devuelve al finalizar la jornada.
Según datos del Departament de Salut ofrecidos por el Ayuntamiento, finalmente se realizaron 42 pruebas. El consistorio no ha querido responder a las preguntas de eldiario.es y se ha remitido a la rueda de prensa ofrecida el martes antes de hacer los tests.
Un problema que puede ir a más
En principio, todos los campesinos que contratan a un temporero tienen la obligación de ofrecerle un alojamiento si está empadronado a más de 75 kilómetros del lugar donde trabajará. A cambio les pagan un 10% menos del salario a estos empleados, que oscila entre los 1.000 y los 1.300 euros por estar de 8 a 18 h trabajando bajo el sol con dos descansos de media hora.
Companys, el payés citado al principio del reportaje y miembro de la Unió de Pagesos, reconoce que no todos los campesinos cumplen con la normativa de ofrecer una cama y pedir los papeles. “El 99% hace las cosas bien… pero siempre digo que si hay temporeros sin alojamiento o sin papeles es porque alguien los contrata”. Hace 10 días, a pocos kilómetros de ahí, la Guardia Civil identificó a 26 temporeros en Fraga (Huesca) que no disponían ni de permiso de trabajo ni alojamiento.
La situación en la región, según varias de las personas entrevistadas, podría ir a peor a medida que avancen las semanas: el punto álgido de la cosecha empieza a mediados de junio y todavía quedan muchos temporeros por llegar a la zona. El 1 de junio, el Ayuntamiento de Lleida habilitará un pabellón de la Fira para albergar a estos trabajadores, que muy probablemente superarán en número la capacidad de estos espacios habilitados.
“No es cierto que este año haya menos gente, han venido muchos manteros que se han quedado sin poder trabajar en la costa porque no hay turismo”, apunta Roger Torres, el jesuita que ha montado un pequeño albergue para temporeros en su parroquia. “Llegan aquí y se encuentran un panorama hostil, todo son dificultades”.
Serigne Mamadou, el autor del vídeo viral, también afirma que la falta de oportunidades en otros lugares está empujando a muchos más migrantes hacia la zona de Lleida. “Cada día me escriben compañeros que se dedican a la venta ambulante en la costa diciendo que quieren venir aquí. Llevan ya muchos meses sin ingresar nada y cada día viene gente nueva”, explicaba el pasado martes en el asentamiento del centro de Lleida, donde se respiraba la tensión incluso entre los propios temporeros después de semanas durmiendo en el suelo sin poder asearse.
“Estamos trabajando para España haciendo algo que nadie más quiere hacer”, remachaba Mamadou negando con la cabeza. “Sinceramente no entiendo lo que pasa”.