Una escena con imágenes de archivo del documental Perifèria, que se presenta esta semana en Barcelona, lo ilustra todo: decenas de madres dando clase a sus hijos, sentados en pupitres, en medio de un descampado de tierra con parches de césped. Muestra, por una parte, la falta de escuelas y otros equipamientos públicos –desde ambulatorios hasta autobuses– de los años 60 y 70 de Santa Coloma de Gramenet, una ciudad dormitorio que, como tantas otras, creció sin freno ni orden, en su caso al lado de Barcelona, por la llegada de inmigrantes de toda España en busca de trabajo. Pero esa misma escena enseña también la implicación del activismo vecinal de la época, firme pese a la represión franquista que perseguía cualquier tipo de manifestación aunque fuera por la construcción de aceras. Un activismo de reivindicaciones básicas como que la ciudad tuviera un mínimo de servicios como para ser considerada tal.
Ese activismo fue el que dibujó la Santa Coloma de Gramenet, ciudad del cinturón barcelonés hoy con 120.000 habitantes: en muchos casos, las escuelas, parques o centros de salud del municipio se acabaron construyendo allí donde lo exigieron los vecinos y lejos de las planificaciones urbanísticas iniciales –o más bien, de la ausencia de ellas– del desarrollismo franquista. Esta es la la historia del Plan Popular, una propuesta de crecimiento urbanístico de la ciudad elaborada por vecinos y profesionales en los 70 y que logró abrirse paso en la Administración ya entrada la democracia.
Después de años de lucha vecinal, el primer Ayuntamiento de la democracia, liderado por el cura comunista Lluís Hernández (PSUC), llevó al poder municipal a muchos de los activistas que combatían el franquismo y eran perseguidos, encarcelados o torturados por pedir unas calles dignas. Quien ponía orden a algunas de las reivindicaciones, y quien siguió haciendo de conector entre las luchas vecinales y el Ayuntamiento entrante, fue el arquitecto Xavier Valls.
La figura del arquitecto Xavier Valls
El documental Perifèria, dirigido por los periodistas Odei Antxústegi-Etxearte y Xavier Esteban, arranca con los hijos de Valls en el sótano de un edificio del arquitecto, removiendo cintas de cassette con entrevistas a su padre, recortes de prensa y planos en los que los vecinos marcaban dónde construir las escuelas o ambulatorios.
“Mis abuelos compraron un solar y después construyeron un edificio de bricolaje y ferretería, que aún conservamos. Y mi padre era de guardarlo todo y al cabo de unos años, cuando Odei se interesó por el archivo, le dimos la llave para que hiciera su inmersión para el libro”, narra Xavier Valls hijo, que recuerda que su padre, nacido en los años 30, vivió una Santa Coloma verde donde veraneaban los ricos y presenció después su rápida transformación. Aunque la ciudad conserva restos del neolítico en su poblado ibérico y en el siglo XI ya contaba con 135 habitantes, nunca estuvo preparada para lo que se le vendría en el tardofranquismo. Si en 1950, cuando Valls tenía 20 años, la ciudad tenía 15.000 habitantes, diez años después pasaría al doble, 32.000, pero seguiría contando con un solo ambulatorio y una escuela pública. En 1970, multiplicaría la última cifra por tres, hasta los 106.000, para alcanzar su tope en el 81, con 140.000 habitantes que la situaron en una de las ciudades más pobladas de Catalunya y aún con un gran déficit urbanístico y de servicios públicos que tardó muchos años en saldarse gracias a la lucha vecinal que marcó el camino.
A través de las cintas y de las fotografías, así como de los encuentros que organizaba su madre con amigos del arquitecto, los hermanos, Jordi y Xavi, conocieron también un poco mejor a su padre, que fue asesinado en 1984, víctima del atentado de la banda terrorista ETA en el Hipercor de Barcelona cuando se disponía a comprar unos viajes. “Hemos vivido con una incógnita muy grande que genera gran frustración. Muchos amigos nos decían que era simpático, pero yo tengo muchos amigos simpáticos y son muy diferentes entre sí, nos hubiera gustado saber mejor cómo era Xavi”, cuenta su hijo, del mismo nombre, que se aproximó un poco más a su legado trasteando en el sótano de la mano de Odei, también de Santa Coloma y que antes del documental ya escribió el libro De suburbio a ciudad.
“Ese libro lo tendría que haber escrito Xavi, lo aprobamos en el Ayuntamiento. Pero lo mataron. 30 años después conseguimos que lo escribiera Odei”, rememora Jaume Patriç Sayrach, párroco y primer concejal de urbanismo de la ciudad. Él fue el primero en poner sobre el papel el Pla Popular que habían dibujado los vecinos. “Fue con la ayuda de Xavi Valls, que estaba cada día asesorándome y de manera voluntaria, sin cobrar ni un duro”, recuerda Sayrach. Para él, la experiencia del Pla Popular es la de “un caso único en España, que se planeara una ciudad de manera democrática incluso antes de la democracia”. En los primeros años, reconoce que costó mucho tirar adelante el plan y recibieron también la presión de los movimientos vecinales, que apretaban con lo que llamaban plan de urgencias. “Era un Ayuntamiento con poco dinero, el primero de la democracia, y conseguimos poca cosa, plantar árboles, urbanizar alguna calle, poner cloacas... Pero sobre todo nos sirvió para salvaguardar terrenos, tener las licencias para cuando fuera posible edificar. Y ese plan popular ha marcado el camino de la construcción de Santa Coloma de los últimos 30 años. Hoy es una ciudad en la que da gusto vivir y pasear. Ahora es cuando toca, una vez curado al enfermo que recibimos, ver qué proyecto de futuro hay para la ciudad”, reflexiona.
Por qué Santa Coloma dejó de ser 'la roja'
Esa pregunta se abre también en el documental, que pone en contacto a dos jóvenes hijas de migrantes y aficionadas al hip-hop con los activistas y okupas que combatieron al Ayuntamiento para que no se ejecutara un plan urbanístico que afectaba al casco antiguo de la ciudad. “Las luchas de hoy son diferentes a las de entonces, tal vez menos claras y con los objetivos más difusos, y quien tiene un buen trabajo a veces las abandona. Aquello era un momento fundacional de la sociedad, con una ambición muy grande y una voluntad de cambio y de revolución mucho mayor que ahora, cuando vemos más posibilismo incluso en las luchas vecinales”, reflexiona Odei sobre una cuestión que lleva años siendo debatida en la ciudad: por qué dejó de ser Santa Coloma, la roja, como se le conocía antaño, y se convirtió en un paradigma de votante periférico acomodado del PSC con escasa capacidad de movilizar a sus gentes. “Las luchas tendrán que contar con la participación de los migrantes e hijos de migrantes, que son parte muy importante de la ciudad y queríamos mostrar esa realidad”, añade Xavier Esteban. De los 120.000 habitantes que actualmente tiene empadronados la ciudad, 32.000 nacieron en el extranjero, un 37% del total.
“Muchos de los activistas que están en todas partes son los mismos que hace muchísimos años y son muchos los jóvenes que abandonan la ciudad”, dice Odei, que también dejó Santa Coloma para vivir en Barcelona, como Xavi Valls hijo (y el periodista que firma esta pieza). Valls, hijo de uno de los primeros conectores entre la participación ciudadana y las administraciones de la historia de la democracia, trabaja ahora curiosamente como técnico de participación en el Ayuntamiento de Barcelona, liderado también por una exactivista que ha dado el paso a las administraciones, Ada Colau. “Creo que cuando los movimientos sociales entran en la administración, desmovilizan a los vecinos. Los liderazgos son importantes, los traductores entre las reivindicaciones y el gran público o los poderes, y no son tantos”, reflexiona sobre la pérdida de fuelle en las calles de su ciudad natal, que hoy debe parques, decenas de escuelas y varios centros médicos a las luchas vecinales de los años 60. Pero sigue siendo, según el informe del INE del año pasado, la ciudad con menos poder adquisitivo de Catalunya, con 27.000 euros de ingresos por familia al año, y la segunda con más paro: un 14,7%.