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Trayecto de Madrid a Barcelona en el AVE del monotema catalán

Fuera jarrea. No ha amanecido en el barrio de Chamberí, repleto de banderas españolas otra jornada más, y el taxista –pongamos que hablo de Manuel– ya se está quejando de la lluvia en Madrid. El tráfico es fluido hasta que se forma un pequeño tapón junto a la estación de Atocha.

Dentro del coche arrecian los titulares de la radio. El conductor aprovecha para sacar el tema catalán y arrancar su monólogo: “Allí sí que llueve de verdad. Veremos cómo acaba. No tiene buena pinta. Los veo con indiferencia, es un tema cansino. Aquí en el taxi ya poca gente habla de él. El Gobierno central tiene culpa por no haber sido más duro. Hace seis años eran independentistas el 15% y hoy son el 50%. Tendría que haber sido contundente antes y desde luego desde hace semanas tenía que haber aplicado ese artículo que conocemos todos para impedirles llegar más lejos”.

“El artículo que conocemos todos” es el 155 de la Constitución y sigue esta mañana en los diarios que ojean los ejecutivos de la clase preferente en el AVE que sale con destino a Barcelona a las 7:20 en punto. En tabletas o en papel las portadas hablan del Govern, del Gobierno de Rajoy, de la CUP... del monotema. Con el tren surcando el extrarradio de Madrid, todavía a 171 kilómetros por hora, algunos pasajeros se esfuerzan en bajar la voz durante las primeras llamadas de teléfono.

La cafetería es un hervidero. Se despachan cortados con tostadas a 4,30 euros, pan con tomate y zumos para dos cuarentones que se felicitan por dejar la cafeína a tiempo. En el mostrador están desplegados diarios con todos los enfoques, La Vanguardia, El Periódico, La Razón... que van encontrando lectores a través de sus titulares. “El Gobierno planea dirigir las consellerias desde Madrid”, 200.000 personas protestan contra el encarcelamiento de los Jordis... Una noticia sobre una reclutadora de yihadistas en Palamós cae hasta la página 28. A dos columnas.

Tres hombres, que no llegan a los cincuenta y visten ropa informal, hablan de lo único mientras apuran sus cafés en vasos de cartón. El diálogo transcurre así: 

–Si hablas allí del tema pueden saltar chispas y si no hablas, se genera una tensión... Anoche empezamos con la coña y, buff, cómo acabó.

–Fíjate, Marxil, un tipo con cultura que trabaja en una empresa nacional. Tienen un lavado de cerebro increíble.

–Ayer escuchaba en la tele que también los alemanes de los años 30 eran gente culta y mira. Había un artículo que comparaba la manera de hacer política de Goebbels con estos nuevos populismos. Decía que seguimos moviéndonos igual, por argumentos viscerales. 

–Es que no están moviendo un pueblo como Soria, están moviendo ciudades como Barcelona. Ya es un tema de sentimientos, de fe, como ser del Real Madrid o del Barça. Las religiones te prometen 40 vírgenes cuando vas a morir y el independentismo, me gustaría tener una conversación amigable para escuchar sus argumentos...

La charla sigue y a unos metros, Belén, arquitecta, 44 años de Madrid, espera por sus tostadas. Una vez por semana visita obras y proyectos en Cataluña. “Estoy totalmente en contra de la independencia, el ambiente en el que me relaciono está formado por muchos catalanes de adopción. Antes del 1-O pensaban que no iba con ellos, que no iba a pasar y al menos hubo una manifestación en la que se dejaron ver. Pero creo que deberían reaccionar. No se plantean dejar Cataluña y siguen sin salir a la calle. Son ingenieros, arquitectos, aparejadores. El Gobierno debería ser tajante, hacer que se cumpla la ley porque se está infligiendo mucho sufrimiento a la mitad de la población”. Belén sostiene que en el entorno que frecuenta no hay independentistas y defiende que la solución “pasa por aplicar la ley”.

En los vagones mandan las corbatas y hay mucha americana estirada en el portaequipajes. Las pantallas del vagón anuncian el 25º aniversario del primer AVE Madrid-Sevilla antes de la película. 

Catalina pasa las hojas de El Periódico con desgana y ajena al bullicio de los corrillos. Lleva unos auriculares conectados al móvil. Es directora de Recursos Humanos de una empresa de maquinaria industrial y regresa a casa tras días de reuniones en Madrid.

Llegó a Barcelona en 1998 procedente de Brasil para licenciarse en Psicología. Habla muy bajito: “En el entorno laboral huyo del conflicto. No hablo de esto en Madrid”, dice con cierto deje brasileño. “Yo estoy a favor de la independencia pero no así. No con este referéndum de pacotilla. Y creo que formo parte de la mayoría que piensa así. Puigdemont lo está haciendo mal pero la actuación del Gobierno de Madrid es nefasta. No se puede cerrar los ojos ante una crisis así y amenazar con mandar al Ejército. Si se puede hacer como en Escocia, no entiendo por qué queremos parecer el quinto mundo, ya no el tercero. Yo quiero diálogo para que podamos votar. Que haya un referéndum que necesite una mayoría por ejemplo del 60%. Y que votemos”. 

Entre el  pasaje hay mucha gente de la casa. Ingenieros y ejecutivos de Talgo, que diseñó y construyó los trenes de alta velocidad, acuden a visitar sus instalaciones en Barcelona. Uno de ellos, de traje oscuro y corbata, saca fotos con su móvil a la manilla del baño, que corre el riesgo de dejar a la gente encerrada, según cuenta el personal de Renfe.

Acepta hablar si no sale su nombre. “Estamos en la joya de la corona, el AVE de Madrid a Barcelona es la línea más rentable. Mucha gente dejó el puente aéreo para usar el tren que te lleva de centro a centro. Y yo veo que va igual que siempre. Sí percibo preocupación en Barcelona. Duele que se esté descapitalizando la Comunidad Autónoma. Mucha gente nunca pensó que las empresas se irían, creyeron a los políticos. Nosotros estamos analizando la situación y viendo posibles consecuencias. Creo que cualquier solución pasa por el diálogo”.

El AVE viaja a 298 kilómetros por hora. A las 9:30 no queda cambio en la caja, que ha apilado unos cuantos billetes de 50 euros. Tampoco apenas repostería. Carlos de Roselló es abogado experto en derecho fiscal, lleva sus iniciales bordadas en la camisa y es de los ha llegado tarde a la bollería. Se conforma con un paquete de galletas con chocolate.

Se queja del “adoctrinamiento de las escuelas”. Es barcelonés pero sus dos hijas han estudiado en un colegio británico, precisamente por eso. De Roselló no quiere oír hablar de negociaciones. “Me sorprende mucho que alguien se suba a un coche de la Guardia Civil y no acabe en la cárcel. No sé si creen que van a gobernar asociaciones subvencionadas a través de asambleas tumultuarias. Y la solución no puede orientarse hacia una mayor financiación, Catalunya ya gestiona la mitad del IRPF y el IVA territorializado”.

Reyes Nadal está preocupado. Tiene un hijo en Barcelona. “Es su primer trabajo serio, estaba muy feliz en la ciudad y por primera vez me ha dicho que piensa en pedir el traslado. Yo creo que los catalanes siguen muy cerrados en su idea y me parece que no tiene mucha solución. Tenemos suerte de que el Gobierno sea blando, yo lo que no quiero es un conflicto. Sería un un desastre para todos”.

Él es de los que hace el trayecto un par de veces a diario. Es el revisor. Y tiene prisa. El tren entra en la estación de Sants con once minutos de retraso. A las 10:01 en la calle una cola kilométrica de ejecutivos espera en la parada de taxis. Algunos conductores recomiendan tomar el metro. La Diagonal, una de las arterias cruciales de la ciudad, sigue cortada tras la protesta de anoche contra el encarcelamiento de los Jordis. Las velas usadas por los manifestantes han dejado cera sobre el asfalto que ahora es una pista de patinaje para motos y ciclistas. Un conductor pregunta a la Guardia Urbana cuándo se reabrirá. “Eso me gustaría saber a mí”, replica el agente. Arranca otra jornada en la ciudad del procés.