Son dos túneles ferroviarios de apenas un kilómetro cada uno. Los trenes los atraviesan en un minuto, pero quienes los cruzan andando, de noche y siguiendo las vías, para esquivar a la policía, tardan diez minutos en los que se juegan el tipo. Uno de esos pasos subterráneos es el que conecta la localidad española de Portbou con la francesa de Cerbère; en el otro, más cerca de Banyuls-sur-mer, perdió la vida Marouan Ettoujguani, arrollado por un convoy de mercancías.
– Yo estaba trabajando en el mercado de la Jonquera, donde me toca los domingos, y vi en Instagram un story que decía que Marouan había muerto. No me lo podía creer.
Adnane Merroun era amigo de Marouan. Se conocieron en Girona, la ciudad en la que habían recalado en busca de techo y trabajo, y les unían muchas cosas. Tener la misma edad, 21 años, y el mismo origen, Tetuán (Marruecos), pero también haber dormido juntos en la calle o en naves industriales abandonadas, y haber acudido a los mismos comedores sociales de la ciudad. Incluso habían conseguido entrar en un curso de Formación Profesional Inicial de la misma escuela.
Tras tres años de ir de aquí para allá, después de haber abandonado su país con 18 años, Marouan estaba logrando encarar su futuro, según la educadora social que le hacía seguimiento, Anna Llamas. “El curso de Formación Profesional de pastelería era su motivación diaria, estaba pletórico y sus profesores le valoraban”, asegura esta técnica del programa municipal Sostre 360, que se dedica a ayudar a jóvenes que duermen en las calles de Girona.
Marouan era un chico risueño y carismático, pero también tenía un pasado de malas compañías y de antecedentes penales por hurtos. Y una causa judicial pendiente que, según su entorno, le hacía plantearse marchar a Francia. Para cruzar la frontera, optó por una de las vías más arriesgadas, que de forma habitual usan los jóvenes sin papeles, la mayoría magrebís, que no quieren ser detectados por la Gendarmería francesa. La de los túneles ferroviarios es una ruta en la que ya han fallecido otros chicos, según publicó El Periódico.
Con Marouan Ettoujguani serían al menos cuatro los muertos en dos años. Aunque ni Adif, ni la francesa SNCF, ni la Policía Nacional ni la Gendarmería ofrecen datos. Del accidente que se llevó a este joven por delante se sabe lo que confirma el Tribunal Judicial de Perpiñán. El cuerpo fue hallado la madrugada del 5 de enero y, junto a él, se rescató a una menor de edad de 15 años, herida de gravedad, que fue trasladada a un Hospital en Perpiñán.
Concertinas y devoluciones en caliente
David Cerdán, operario de mantenimiento de la compañía ferroviaria francesa SNCF, se enteró del suceso porque le avisó un amigo bombero. Secretario general de la CGT en Cerbère, este empleado es quien mejor conoce a estos jóvenes y la ruta que siguen. Se los encuentra dentro del túnel transfronterizo, donde suele emplear su jornada laboral haciendo revisión de las vías aprovechando la calma nocturna. “Los vemos casi cada noche, es una emergencia”, afirma. Si puede, les da agua y les ayuda a salir más rápidamente para evitar mayores riesgos.
El paso fronterizo del Collado de Belitres, en la costa de Girona, que une Portbou y Cerbère, nunca había sido una ruta migratoria importante. Décadas atrás lo fue para los represaliados de la Guerra Civil española, puesto que lo atravesaron hasta 35.000 personas en febrero de 1939; o en sentido contrario para los huidos del nazismo, como el filósofo judío Walter Benjamin, que se suicidó en Portbou en 1940.
Pero hoy son jóvenes migrantes, la mayoría marroquís y argelinos, los que suben por la serpenteante carretera que conduce a Cerbère, o que prueban por los caminos de esas montañas ásperas al lado de la costa. Y también los hay que cruzan por el túnel.
Ese flujo de salidas hacia Francia se disparó en 2021, a raíz de las medidas adoptadas por el Gobierno de Emmanuel Macron de endurecer el control policial en los principales pasos de frontera por la amenaza terrorista. Los jóvenes emigrantes optaron entonces por rutas secundarias como la de Portbou. Aquel año la Gendarmería informó que solo en esa región había denegado la entrada a hasta 13.000 migrantes por no tener papeles.
Dos años después, sigue habiendo un goteo constante de jóvenes que prueban suerte. Desde Càritas en Portbou atienden a unos 30 al mes. Y luego están los que no acuden a sus servicios. Pero pese a estar dentro de la Unión Europea, se enfrentan igualmente a devoluciones en caliente por parte de los agentes de la Gendarmería e incluso a concertinas.
Portbou, al igual que Cerbère, se podría decir que es un pueblo pegado a una imponente estación. Pese a que la Alta Velocidad les ha quitado tráfico, hoy circulan por sus vías hacia Francia unos 38 trenes al día. El túnel que conecta ambos países (hay otras bocas de acceso, pero no están unidas) tiene ocho metros de ancho y una vía para cada sentido. Cuando los jóvenes cruzan, se pueden apartar si viene un tren. “Pero no hay buena visibilidad y a veces confunde”, explica Cerdán, que se lo conoce bien.
Además, algunos trabajadores afirman que quizás hay chicos que se adentran en el otro acceso subterráneo paralelo, uno que no conecta ambos lados sino que es un cul de sac [punto sin salida] para maniobrar los convoyes. Y ahí podrían sufrir accidentes también.
Por si fuera poco, al salir del agujero los jóvenes se encuentran con que no pueden abandonar el recinto por los márgenes porque hay concertinas con púas cortantes. Y tampoco quieren salir por el vestíbulo de la estación porque temen que la policía los detenga. “La policía está tan encima de ellos que no les podemos dar ni comida; a veces ni siquiera se fían de mí, porque piensan que también les voy a devolver”, explica Cerdán. En sus 26 años de operario, dice, nunca había visto una situación igual.
Las concertinas de la estación de Cerbère están llenas abrigos, riñoneras y otras ropas rasgadas de quienes tratan de saltarlas. “Yo me he encontrado prendas con sangre, maletas… de todo. Un día un compañero llegó a ver hasta 40 chavales que cruzaban juntos”, relata el operario francés. Estos días de invierno, sin embargo, apenas se ven jóvenes de origen magrebí por sus aledaños.
Cerdán y otros activistas explican que se han celebrado al menos tres reuniones en las que han participado entidades sociales como Cáritas o el Banco de Alimentos y ambos ayuntamientos para tratar de solucionar el problema. Pero acceder a los túneles por Portbou sigue siendo sencillo. El próximo encuentro para abordar la situación es este lunes.
Denuncias de identificaciones racistas
Del paso de Marouan por Portbou, poco se sabe. Maria José Novés, voluntaria de Cáritas, es la encargada de abrir cada día de seis a siete de la tarde su local para atender a estos jóvenes. Pero los últimos tres meses ha estado de baja y el centro ha permanecido cerrado. No le suena ningún nombre como el del fallecido.
“A todos los que vienen les damos algo de comida y ropa; querríamos atenderles con más dignidad, pero no tenemos apoyo”, lamenta Novés. Les gustaría ofrecerles unas duchas, pero no disponen de ellas y el Ayuntamiento les remite a los baños públicos de la playa. “Todos llegan agotados. Ahora que hemos vuelto a abrir nos llegó un chico al que le dimos una sopa caliente y se dormía encima de ella”, dice.
Novés denuncia que también en la zona española la Policía Nacional les hostiga. Cuando los trenes llegan a la estación, y para impedir que los migrantes prosigan hasta Cerbère montados en el convoy, les hacen bajar, asegura. Según SOS Racisme, que también advirtió de estas prácticas, se trata de identificaciones racistas, motivadas solamente por su aspecto físico. La Policía Nacional, por su parte, no ha querido valorar estas acusaciones.
Desde Girona, los compañeros de Marouan lamentan que no tenían ni idea de sus planes. “Últimamente nos veíamos poco, porque con el trabajo solo tengo un día de fiesta”, explica Adnane Merroun.
Un curso de pastelería y una sorpresa familiar sin completar
Él y Yassine Jabboun eran desde hacía tiempo dos referentes positivos para Marouan. Anna Llamas, educadora social de los tres, así los describe. “Él era tan transparente que te contaba que había gente en su entorno que no era tan saludable, pero se había distanciado de aquello y estaba encarrilando su vida”, se entristece la técnica municipal. No le ayudaba, añade Llamas, que solía ser blanco de identificaciones policiales “racistas” solo por su aspecto.
Tras salir de su país, Marouan atravesó España y llegó hasta París, donde tenía algún pariente. Pero las cosas no le fueron bien y regresó a Catalunya, concretamente a Banyoles. De ahí saltó a Girona, siempre durmiendo en la calle o en casas ocupadas, puesto que no tenía ni papeles, ni trabajo, ni familia. Con la ayuda del programa Sostre 360 y la de sus amigos Adnane y Yassine pudo encontrar primero una habitación en un “piso patera”, cuentan, y finalmente logró establecerse en casa de la familia de una novia suya, en un pueblo cerca de Girona.
El curso de pastelería en la Escola Pia de Salt lo comenzó en septiembre. “Durante tiempo había sido una espina clavada para él, porque era su objetivo hacerlo pero el año pasado no había podido”, cuenta Llamas. Sin embargo, en diciembre había vuelto a quedarse sin techo al haber roto con la pareja. Las últimas semanas decía que iba de un lado a otro con conocidos. Nadie sabe muy bien donde.
Los educadores sociales habituados a trabajar con estos jóvenes, que viven solos y lejos de su familia, explican que lo tienen muy complicado para hacer frente a los reveses que les da la vida. Quedarse de repente sin casa o un juicio pendiente pueden ser un obstáculo demasiado difícil de salvar cuando uno está sumergido en la exclusión social.
Quienes conocieron a Marouan, sus amigos pero también sus educadores y sus profesores, le recuerdan como alguien risueño y un tanto carismático. Así lo manifestaron en un pequeño acto de recuerdo que se celebró el 12 de enero en la Plaça del Vi de Girona. “Era muy activo y no sabía mentir. Si necesitabas algo siempre estaba a tu lado”, asegura Yassine.
El cuerpo de Marouan fue repatriado el 17 de enero a Marruecos, donde lo recibió su familia, compuesta por su madre, su padre y dos hermanas. Estos días, Anna Llamas ha hablado con ellos y se ha enterado de que Marouan les había explicado que el mes que viene les iba a dar una sorpresa. No sabían cuál. Y ella les resolvió el enigma: en febrero cumplía dos años de empadronamiento en España y podía empezar a tramitar el permiso de residencia.