A principios de junio empezaron a desmontar los andamios. La histórica sede de la Delegación del Gobierno en Catalunya, el antiguo Palacio de la Aduana ubicado en la calle Marquès de l'Argenteria, estaba en obras por problemas estructurales que se detectaron justo antes de la crisis económica, en 2008. Tras años de abandono, finalmente habían comenzado unos trabajos que debían finalizar entre 2020 y 2021. Pero la sorpresa fue para los vecinos cuando, hace solamente unas semanas, la contrata desmontó el andamiaje y resultó que la fachada estaba peor que antes y el inmueble, claramente sin acondicionar.
La historia reciente de este edificio, que data de 1792 y que está protegido por su valor patrimonial –el arquitectónico y el de las pinturas que alberga en su interior–, es el de una rehabilitación que nunca acaba de llegar. Ahora mismo el estado de su fachada es deplorable. La pintura de las paredes exteriores está desconchada, algunas ventanas están tapiadas, hay grafitis en las puertas principales de acceso y una red de protección mantiene cubiertos el balcón –en el que crecen malas hierbas–, los frisos triangulares y el terrado. De las últimas obras solo queda el rastro de dos contenedores vacíos y algunas vallas.
Pero el desmontaje de las obras, que empezaron en 2018 y que debían ser las definitivas, tiene una explicación. Y aunque nadie se extiende en los detalles, tanto el Ministerio de Política Territorial y Función Pública, propietario del inmueble, como el Ayuntamiento de Barcelona coinciden en el relato. Al inicio del proyecto, con unos trabajos que empezaron en el interior del recinto, los Servicios de Arquitectura Urbana y Patrimonio del consistorio vieron necesario un “replanteamiento” de la actuación para velar mejor por el patrimonio. Según fuentes del Ayuntamiento, se le pidió al titular un “estudio histórico” más exhaustivo, sobre la totalidad del edificio y no solo una parte, y la incorporación al proyecto de un experto en arquitectura barroca que lo liderase.
Aquello no fue un problema para ninguna de las dos partes, explican, pero sí para una tercera, no menos importante. La empresa a la que se adjudicó la obra, Geocisa, se opuso a las nuevas condiciones, con lo que el Ministerio se vio obligado a rescindirles el contrato. Con todo, antes de abandonar el proyecto, los operarios de la constructora han cerrado una parte de la obra “para dejarla protegida y segura”, según fuentes ministeriales. Pero todavía hay que acometer buena parte de la rehabilitación. Y todo apunta a que durará años. ¿Cuántos? “No se puede concretar cuándo se hará la nueva adjudicación, porque hay que adaptar el proyecto, aprobarlo y después licitar su ejecución. Se intentará agilizar al máximo”, responden desde el ministerio que dirige actualmente Miquel Iceta.
Entre tanto, en 2019, en plenas obras, se vivió un episodio complicado y del que tampoco se dan demasiados detalles. Como consecuencia de unas lluvias torrenciales ese año, cayó un falso techo decorado del edificio. Según ambas administraciones, consistorio y ministerio, se repuso por parte de la misma contrata. Pero no dicen qué techo era.
Una inversión anunciada a bombo y platillo
La importancia de la sede de la Delegación del Gobierno en Catalunya es artística e histórica, pero también política. No solo por el papel que desempeñó primero como aduana de la ciudad, en el siglo XIX, ni como sede del Gobierno Civil, durante todo el XX, sino porque su recuperación se llegó a vender por parte del Gobierno de Mariano Rajoy como un ejemplo de su compromiso con Catalunya. En 2015 se anunció por primera vez una inversión millonaria para rehabilitarlo, restablecerlo como sede de la Delegación –ahora instalada en la subdelegación, en la calle Mallorca– y además abrirlo al público para visitas. Pero el proyecto no se aprobó hasta 2017, con 8,8 millones de euros comprometidos por Fomento.
Fue entonces cuando empezaron las obras que han finalizado recientemente. Antes solo había habido trabajos esporádicos, principalmente de apuntalamiento del edificio, en el que se detectaron deficiencias estructurales durante una reforma en 2008, cuando el delegado del Gobierno era el socialista Joan Rangel. Poco después la delegación se mudó a la calle Mallorca y el recinto permanece vacío desde entonces.
El inmueble, que ocupa una manzana, tiene dos fachadas principales, una en la calle Marquès de l'Argentera y la otra en Pla de Palau. Obra de Juan Miguel de Roncali, ingeniero y por entonces Ministro de Hacienda, se levantó al principio del reinado de Carlos IV y ocupaba un emplazamiento clave dentro del eje comercial del momento en la ciudad, una zona cercana a la muralla y al puerto y que incluía la Llotja de Mar y el Palau Reial de entonces, que se ubicaba enfrente.
De unos 7.500 metros cuadrados, el recinto cuenta con un patio central porticado alrededor del cual se distribuyen las estancias. La dirección general de Patrimonio Cultural de la Generalitat lo describe así: “Destaca la gran sobriedad del conjunto, alejado de los modelos clasicistas habituales en la arquitectura monumental de la época; aun así, el edificio se caracteriza por la horizontalidad del frontis a través del uso de recursos como molduras, pilastras y distintos tipos de acabados en los muros”.
Las poco conocidas pinturas de Pere Pau Muntanya
Una de las historiadoras del arte que más tiempo ha dedicado a este edificio es Laura García Sánchez, de la Universidad de Barcelona, que publicó el estudio 'El Palacio de la Aduana de Barcelona. Testimonio artístico e histórico de la vida de la ciudad', y que integra el grupo de investigación 'Arte y cultura en la Barcelona moderna (ss. XVII-XVIII). Relaciones e influencias en el ámbito del Mediterráneo occidental'. Esta académica lo tiene claro: “Es uno de los palacios más representativos de la Barcelona del siglo XVIII”. Pero a la vez añade que, debido a la falta de un estudio pormenorizado sobre su ‘tesoro artístico', es también uno de los más desconocidos.
Las salas y salones de la planta noble del palacio están repletas de pinturas murales obra del pintor Pere Pau Muntanya, el que fuera director de la Escuela Gratuita de Dibujo de Barcelona y autor de numerosos frescos en casas de la capital catalana y de Reus. “Las pinturas tienen que ver con la función comercial que ejercía el edificio”, describe García Sánchez. Muchas de ellas “ensalzan” la figura de Carlos III, que por entonces ya había fallecido, por su papel en la apertura de la ciudad al comercio marítimo.
El problema, según García Sánchez, es que todavía falta mucho por estudiar. “Cuáles fueron sus modelos de referencia, quién integraba el taller [el equipo] de Muntanya, con sus nombres y apellidos, quién decidía…”, enumera la académica. Todavía tiene esperanzas de que algún día se les permita hacer un inventario completo del conjunto pictórico.