En 2003, el periodista Pere Cullell publicó un libro sobre Jordi Pujol en el que recogía las opiniones sobre el todavía president de un centenar de personas que lo habían tratado mucho, desde los colaboradores más estrechos a los principales adversarios políticos y sociales, pasando por la crema y nata de los creadores de opinión. Què direu de mi (qué diréis de mí), se titula la obra, editada por Planeta y centrada en alguien a quien siempre inquietó este interrogante. ¿Qué dirá la historia de Pujol? Por supuesto, será diferente de lo que habría dicho si el día 25 de julio de 2014 no hubiera existido nunca, pero eso no condena a la pira el libro de Cullell. Todo lo contrario, vale la pena releerlo y ver qué decían de Pujol sus coetáneos cuando sabían que (¡por fin!) se marchaba, con su aureola de padre de la patria intacta. Pero especialmente tiene interés lo que no decían. Porque entre aduladores y críticos hablan del hombre de estado, del animal político, del mito, del referente, del ideólogo, del pragmático, del intelectual, del inteligente, del infatigable... y lógicamente también hay más de una crítica, el intervencionista, el obsesivo, el gestor nefasto, pero en todo caso nadie habla del hombre honrado. En el momento de despedir a Pujol por la puerta grande, nadie, ni los más cercanos, consideraron que la honradez fuera el calificativo que mejor le definiera. Alguien aún le coloca el adjetivo de austero, pero no de honrado (por si alguien se lo pregunta, honesto tampoco). Sintomático.
Hay, en este libro, algunas breves referencias al Júnior. Pere Cullell seguramente lo preguntó a más entrevistados, pero en el libro los que se mojan son el socialista Joaquim Nadal, que reconoce que sobre los negocios de los hijos de Pujol ha oído muchos rumores pero que mientras no haya nada concreto no lo puede utilizar parlamentariamente, y el unionista Francesc de Carreras, que muestra su sorpresa porque el tema de los niños no hubiera saltado todavía. “Que Jordi Pujol Ferrusola saca provecho de sus apellidos, me lo ha dicho gente pujolista -respondía Carreras-. O pasas por allí o el permiso no te lo dan, o tardan mucho tiempo en dártelo, y han tenido que pasar porque si no perdían dinero. Esto un día u otro saldrá”. Profética afirmación, hecha hace once años.
De Jordi Jr. también habla Artur Mas, entonces sucesor y candidato. Reconoce que es muy amigo de Jordi y de Josep Pujol Ferrusola (el de Europraxis), unas amistades de las que, dice, no se esconde ni lo hará nunca (eso se verá pronto), a la vez que niega “radicalmente ”que tuvieran nada que ver con su promoción política.
Alguien tan locuaz y que conoce tan bien a Pujol como el periodista Vicenç Villatoro (ex director del Avui y de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, ex diputado de CDC y aún hoy patrón de la Fundación Centre de Estudis Jordi Pujol) ha escrito que del caso Pujol no sabe qué escribir porque no entiende qué ha pasado. Y se medio disculpa: “Los comentaristas somos siempre conscientes de que de nada sabemos lo suficiente y que en todo nos falta siempre alguna información y algún dato”. Por desgracia, la mayor parte de lectores y oyentes no son tan conscientes de este hecho. El periodista que redactó las memorias de Pujol y con quien durante seis años se reunió muy asiduamente, Manuel Cuyàs, pone la mano en el fuego por que el ex honorable no supo nada de la herencia en el extranjero “hasta que fue demasiado tarde”. “Hay que conocer a Jordi Pujol y su inepcia para cualquier gestión doméstica, incluida la fiduciaria. Pujol no delega nada, salvo las tareas del hogar, la libreta de ahorros incluida”, ha escrito Cuyàs, el único que ha podido hablar con Pujol (que se sepa) desde la confesión (“soy más burro de lo que todo el mundo piensa”, se ve que le dijo).
Por su parte, el director adjunto de El Periódico, Albert Sáez, a quien se podría adscribir en el nutrido grupo de creadores de opinión que tradicionalmente ha basculado entre CiU y ERC, ha vinculado la conducta de Pujol a los déficits democráticos de la transición española, tesis que ha sido muy aplaudida por periodistas de diferentes trincheras y que, en síntesis, viene a decir que Pujol es hijo de una época que no extirpó las corruptelas del franquismo, y que de todos los exponentes de esta casta que todavía hoy nos domina él no sería el peor pecador. Termina Sáez diciendo lo que más o menos todo el mundo viene intuyendo desde el estallido del caso: “El apoyo de Pujol al desafío independentista le ha expulsado del pacto de Estado (...) y una vez proscrito todos han recordado los pagos que hicieron a su entorno”. Un aviso a navegantes. Quien quiera desafiar el Estado debe estar limpio como una patena. Es posible que Duran Lleida eso lo tenga muy claro.
Las mejores análisis, sin embargo, todavía están por llegar. Muchas de las primeras espadas periodísticas catalanas han tenido todo el mes de agosto para pensar con calma qué dirán o escribirán.
En un libro que pasó tan desapercibido como la mayoría (Memorias de un cirujano infantil, RBA, 2004), el doctor Isidro Claret recordaba cómo en 1982 se presentó a las elecciones para presidir el Colegio de Médicos de Cataluña, y cómo, a última hora, renunció a ello, sin dar ninguna explicación al resto de miembros de su candidatura. A algunos de estos se les pusieron los ojos como platos cuando, 22 años después, pudieron leer en las memorias del veterano cirujano que el motivo de aquella retirada fue que Jordi Pujol le llamó a su despacho y le pidió que lo hiciera “si amaba a Cataluña”. Quería que ganara el otro candidato, el doctor Ramon Trias Rúbies, que obviamente lo hizo sin oposición, y desde entonces el Colegio de Médicos (uno de los colegios profesionales de más peso en el país) ha estado siempre dirigido por gente muy estrechamente vinculada a Convergencia (el actual presidente, Jaume Padrós, fue diputado en el Parlament). “Tanto me presionó [Pujol] que al final presenté mi renuncia”, escribió Claret.
Sirva esta anécdota para ilustrar la misión divina que Pujol creía tener entre manos cuando accedió a la Generalitat en 1980 (y que seguramente venía de mucho antes, de la revelación de niñez en el monte Tagamanent, donde con once años subió acompañando a un tío suyo y según dice la leyenda decidió que iba a dedicar su vida a Cataluña). Todas las entidades e instituciones del país tenían que ponerse al servicio de la causa catalana, tal como él la entendía. Es decir, a su servicio. La batalla por la supervivencia del país (“Aixequem Catalunya”, levantemos Cataluña, rezaba el eslogan de aquella campaña) se debía librar en todos los frentes (incluso en uno tan estrambótico como el Colegio de Médicos), y esta noble finalidad implicaba ser muy poco o nada quisquilloso con los medios. De las entidades importantes, sólo La Caixa y el Barça se le resistieron, pero eso sería tema de otro artículo. Y toda vez que, según su concepción, CDC era el pal de paller (el palo de pajar) de esta causa, el puntal que sostenía esta Cataluña amenazada por las agresiones externas e internas (algunas reales, otras magnificadas), el fortalecimiento de este palo de pajar sería siempre un objetivo supremo que pasaba por encima de cualquier consideración terrenal. Como la ley. El título de virrey que le otorgó su hagiógrafo de cabecera en realidad le quedaba corto. Él era el rey sol y así fue tratado. La Catalogne c'est moi.
Sólo desde esta auto-indulgencia se puede entender que, en sus memorias, Pujol continuara defendiendo actuaciones de consejeros suyos como Josep Maria Cullell o Jaume Roma. Ni un solo reproche para los colaboradores que se beneficiaron de los recursos públicos. Claro que Pujol conocía y bendecía estos y otros embrollos, como los que se habían tenido que hacer para financiar el pajar con el dinero de los contribuyentes. Claro que si había hecho falta se había casado con el diablo, se llamara De la Rosa, Pascual Estevill o John Rosillo. Y claro que había tirado de la repartidora pública de subvenciones para comprar voluntades, empezando por la poderosa Federación de Entidades Andaluzas. Pujol era y es un hombre de fe, pero no era la madre Teresa, sino un político convencido (como muchos) que es bien cierto que a veces el fin justifica los medios; y eso sus admiradores lo sabían y se lo perdonaban, porque era para bien, o si no lo sabían es que preferían no saber. La confesión ha dado credibilidad a un montón de episodios turbios sobre la vida del presunto santo que ya eran conocidos y que su círculo más estrecho de devotos se ocupaba de tapar cuando podía y de reescribir cuando no.
Al igual que muchos corruptos que quizá sólo se enteran de que lo son el día que les llega la citación del juzgado (verbigracia: algunos receptores de los sobres de Bárcenas, que aún dan lecciones a propósito del caso Pujol), él y su entorno se han dado cuenta ahora que no era una divinidad encarnada en hombre. Porque durante los diez años largos desde su retirada siguió siendo tratado como tal, fruto de la buena idea mal ejecutada que tuvo Pasqual Maragall de hacer una ley para ex presidentes que les asegurase un retiro más digno que el que tuvo el matrimonio Tarradellas. En las entrevistas que periódicamente le hacían los medios públicos y privados las opiniones de Pujol seguían recibiendo el trato de palabra de dios. Hoy nos visita el profeta, abran bien los transmisores, parecía que anunciaran nuestros grandes anchormen.
Seguramente Jordi Pujol no es peor que muchos gobernantes españoles que no han tenido (que se sepa) una herencia oculta durante treinta años o un hijo adicto al lujo. Y también se puede decir que, gracias a él y a otros de su generación, el catalán hoy no es la lengua irrelevante que podría haber sido según cómo hubieran ido las cosas a partir del 75. Y que la sociedad catalana quizá no es la de los señores Esteve que hubiera deseado, pero está mucho más cohesionada de lo que se podía predecir teniendo en cuenta la compleja composición social de Cataluña a mitad de los setenta. O incluso que la economía catalana todavía aguanta la cara y sigue tirando del carro español. Algo habrá tenido que ver Pujol con estos aciertos, lo que lo hace humano, pero no lo hace bueno.
Hijo de la defectuosa transición, de las élites burguesas que la condujeron, de los lobbies judíos internacionales o de lo que se quiera (cada uno aporta su grano de conspiración cuando se hace leña del árbol caído), lo que los catalanes tendremos que aceptar es que, habiendo cosas bien hechas, Cataluña estuvo gobernada durante 23 años por un hombre imperfecto, capaz de mentir y engañar para alcanzar los objetivos que se había marcado, la mayoría tal vez pensando en el bien común (pero no todos). Por un hombre, pues, y no por un salvador, que es lo que nos habían vendido. Qué no dirán de mí, podría ser ahora la pregunta. Que fuisteis un hombre honrado, señor Pujol. De hecho, ya no lo decían ni en el adiós, hace once años, pero hasta ahora no nos habíamos dado cuenta.
En 2003, el periodista Pere Cullell publicó un libro sobre Jordi Pujol en el que recogía las opiniones sobre el todavía president de un centenar de personas que lo habían tratado mucho, desde los colaboradores más estrechos a los principales adversarios políticos y sociales, pasando por la crema y nata de los creadores de opinión. Què direu de mi (qué diréis de mí), se titula la obra, editada por Planeta y centrada en alguien a quien siempre inquietó este interrogante. ¿Qué dirá la historia de Pujol? Por supuesto, será diferente de lo que habría dicho si el día 25 de julio de 2014 no hubiera existido nunca, pero eso no condena a la pira el libro de Cullell. Todo lo contrario, vale la pena releerlo y ver qué decían de Pujol sus coetáneos cuando sabían que (¡por fin!) se marchaba, con su aureola de padre de la patria intacta. Pero especialmente tiene interés lo que no decían. Porque entre aduladores y críticos hablan del hombre de estado, del animal político, del mito, del referente, del ideólogo, del pragmático, del intelectual, del inteligente, del infatigable... y lógicamente también hay más de una crítica, el intervencionista, el obsesivo, el gestor nefasto, pero en todo caso nadie habla del hombre honrado. En el momento de despedir a Pujol por la puerta grande, nadie, ni los más cercanos, consideraron que la honradez fuera el calificativo que mejor le definiera. Alguien aún le coloca el adjetivo de austero, pero no de honrado (por si alguien se lo pregunta, honesto tampoco). Sintomático.
Hay, en este libro, algunas breves referencias al Júnior. Pere Cullell seguramente lo preguntó a más entrevistados, pero en el libro los que se mojan son el socialista Joaquim Nadal, que reconoce que sobre los negocios de los hijos de Pujol ha oído muchos rumores pero que mientras no haya nada concreto no lo puede utilizar parlamentariamente, y el unionista Francesc de Carreras, que muestra su sorpresa porque el tema de los niños no hubiera saltado todavía. “Que Jordi Pujol Ferrusola saca provecho de sus apellidos, me lo ha dicho gente pujolista -respondía Carreras-. O pasas por allí o el permiso no te lo dan, o tardan mucho tiempo en dártelo, y han tenido que pasar porque si no perdían dinero. Esto un día u otro saldrá”. Profética afirmación, hecha hace once años.