Aunque algunos sectores de Madrid dicen estar convencidos de que el mal tiempo escampa y que gracias a las tablas de la ley incluso podremos ir a la playa el domingo, en Catalunya todo el mundo ve cómo se va acercando la amenazadora columna anunciando para el 1 de octubre un carajal de aúpa. Sin embargo, aún no está del todo claro si lo que se divisa es humo o nubarrones. Y la diferencia es enorme, como saben bien los payeses: si es fuego, quizá se pueda aún encauzar y controlar, con la ayuda de bomberos. Pero si es agua, no hay nada que hacer para salvar la cosecha.
La situación se ha tensado tanto con el referéndum del 1-O que ni siquiera los principales actores implicados saben ya con seguridad si lo que tendremos es un incendio o un temporal. Si el domingo centenares de miles de personas salen de sus casas con la intención de votar y el impresionante despliegue policial montado por el Gobierno del PP decide impedirlo, cualquier pequeño imprevisto puede desencadenar un espiral de caos que se sabe cómo empieza pero no cómo acaba. En estas circunstancias, sólo un milagro permitiría mantenerse en el guión previsto por los líderes de los bloques enfrentados.
Si lo que viene es fuego, siempre se podrá acabar llamando a los bomberos, aunque ya no está claro con qué dispositivo de emergencias. En el estado actual, pueden surgir aún candidatos a bomberos tanto por la izquierda como por la derecha, aunque sin garantías reales para controlar el fuego rápidamente y hasta con riesgo de extenderlo incluso más o de que se cuelen pirómanos aprovechando el caos.
Por la izquierda, uno de los operativos encima de la mesa sería una versión moderna del Pacto de San Sebastián, que en 1930 puso en el mismo carril a la izquierda española y a los nacionalismos, un acuerdo que acabó precipitando la II República y que ahora podría al menos desplazar al PP del gobierno e impulsar una reforma constitucional en serio. Podría parecer raro que, vista su trayectoria desde la transición, el PSOE se apuntara ahora a este camino que promueve, entre otros, Podemos, pero Pedro Sánchez es un líder menos previsible y con menos ataduras que sus predecesores Y más súbito fue el giro que en 1930 llevó a los socialistas a sumarse al pacto tras años de plácida cohabitación -a través de la UGT- con la dictadura de Primo de Rivera.
Los bomberos también pueden intentar llegar por la derecha, con un pacto entre el PP y los sectores más convergentes del PDeCAT, horrorizados por el ataque de rauxa del tradicional partido de orden, como hizo en 1917 Francesc Cambó, que renunció in extremis a ser el Simón Bolívar de Catalunya cuando temió perder el control del movimiento y que estallara la revolución social. Para el PDeCAT es la última oportunidad de bajarse del tren antes del estallido y de la huelga general ya convocada por sindicatos minoritarios. Los defensores de esta operación basan sus esperanzas de éxito en la oferta de un pacto fiscal y en señalar juntos un chivo expiatorio al que culpar de todo: naturalmente, la CUP.
Si los aspirantes a bomberos llegan por la derecha o por la izquierda dependerá en buena medida del Partido Nacionalista Vasco (PNV), que estuvo en el pacto de San Sebastián, pero que no quiere echar a perder el dulce momento que atraviesa, con más poder que nunca tanto en Euskadi como en Madrid.
El PNV es pues una de las grandes claves si hay fuego. Pero… ¿se acerca el fuego? ¿O es agua?
Si lo que está llegando es en realidad un aguacero, los payeses saben que sólo queda prepararse para el cálculo de daños y para la declaración de zona catastrófica.
Aunque algunos sectores de Madrid dicen estar convencidos de que el mal tiempo escampa y que gracias a las tablas de la ley incluso podremos ir a la playa el domingo, en Catalunya todo el mundo ve cómo se va acercando la amenazadora columna anunciando para el 1 de octubre un carajal de aúpa. Sin embargo, aún no está del todo claro si lo que se divisa es humo o nubarrones. Y la diferencia es enorme, como saben bien los payeses: si es fuego, quizá se pueda aún encauzar y controlar, con la ayuda de bomberos. Pero si es agua, no hay nada que hacer para salvar la cosecha.
La situación se ha tensado tanto con el referéndum del 1-O que ni siquiera los principales actores implicados saben ya con seguridad si lo que tendremos es un incendio o un temporal. Si el domingo centenares de miles de personas salen de sus casas con la intención de votar y el impresionante despliegue policial montado por el Gobierno del PP decide impedirlo, cualquier pequeño imprevisto puede desencadenar un espiral de caos que se sabe cómo empieza pero no cómo acaba. En estas circunstancias, sólo un milagro permitiría mantenerse en el guión previsto por los líderes de los bloques enfrentados.