Este escrito está motivado por una preocupación creciente por el modo en que se está gestionando la cuestión de las relaciones de Cataluña con el resto de España, o dicho de otra manera, lo relativo al desarrollo del proceso secesionista catalán iniciado hace unos años. Estas preocupaciones pueden resumirse en unos cuantos puntos:
- Inconsciencia. Hay una frase que se repite después de las catástrofes provocadas por actores humanos: “¿Cómo ha podido ocurrirnos?”. Hace tiempo que la cuestión de las relaciones de Cataluña con el resto de España se formula en términos inequívocos sobre su potencialidad letal: choque de trenes, precipicio o rumbo de colisión, son una muestra.
- Desentendimiento. Sin embargo, no solo no se presta atención a los riesgos que implican esas percepciones, sino que parece que en cierta medida el lenguaje del desencaje y la desconexión ha producido ya su efecto; de modo que una parte notable de la población española que no vive en Cataluña parece considerar que es un asunto que no la concierne.
- Fatalismo. Contrasta la clarividencia en la percepción de los riesgos con la falta de iniciativa para adoptar medidas que tiendan a prevenirlos o, al menos, a reducir su impacto. Parece que los ciudadanos no enrolados contemplamos pasivamente esta espera de un encontronazo anunciado como espectadores resignados y pasivos.
- Incomunicación. Hay muchos indicadores que muestran el efecto separador que ya está produciendo este clima en las relaciones entre Cataluña y el resto de España. De hecho, se han constituido en muchos casos audiencias segmentadas que no son ideológicas, sino territoriales. Se han debilitado los intercambios académicos en áreas sensibles –ciencias sociales–, lo mismo entre buena parte de los movimientos sociales, para citar dos casos. Ha desaparecido prácticamente el debate intelectual a la vez que este ha sido monopolizado por el tema nacional entendido según parámetros etnoidentitarios. Seguramente el ejemplo más poderoso de esta incomunicación es la propia falta de acuerdo a la hora de determinar si se había producido o no un encuentro entre los presidentes de gobierno central y autonómico a principios de año. Es un síntoma de la degradación del funcionamiento de la vida política y se encuentra en los antípodas de esa premisa básica de la comunicación que es el principio cooperativo.
- Lenguaje inflamado. La segmentación de las audiencias se refuerza con la utilización de un lenguaje caracterizado por las dicotomías y polaridades maniqueas, por un lado, y la exaltación maximalista, por otro. Abundan expresiones disyuntivas o aporéticas propias de una gramática de lo perentorio, de lo decisivo, de la excepcionalidad, del ahora o nunca, del todo o nada. “¡Esto no lo para ni Dios!, titula una de sus columnas un intelectual con cargo público; ”O referéndum o referéndum; o democracia o democracia“, ”No nos conformaremos con nada que no sea la victoria“, completa un destacado miembro del gobierno catalán, para citar algunos ejemplos. Parece que cuenta más la testosterona, que lleva a preferencias de suma cero, que la reflexión. El calor de las proclamas y la invocación de la democracia hacen recordar aquella frase del valenciano Luis Vives hace casi cinco siglos: ”Los propios teólogos debaten entre sí sobre temas divinos con espíritu de gladiadores, y con odios muy fuertes acerca de la caridad“.
- Coaliciones cruzadas, enemigos complementarios. Es una constante histórica que las ideologías sectarias no pueden vivir sin enemigos. Para una parte nada marginal del nacionalismo catalán, España se ha convertido en el enemigo que sustenta su discurso, como hace 80 años la Antiespaña y los separatismos fueron los enemigos del nacionalismo español. Es una constante histórica que cuando se producen estas coaliciones cruzadas el pluralismo se debilita en beneficio de posiciones polares que destruyen los espacios propicios para las soluciones negociadas de los contenciosos. Por eso se habla de enemigos complementarios. Y es otra constante, menos visible, que aunque las estrategias identitarias apuntan explícitamente al enemigo exterior, acaban fracturando los estructuras elementales de la vida colectiva, desde la familia a los amigos. Su coste social es abrumador. Y las ondas de choque tienen un alcance imprevisible.
- Salidas desesperadas. La puja dialéctica, el sobrecalentamiento y la extremosidad de los discursos tiende –lo muestra también la experiencia histórica– a traducirse en prácticas correlativas: sobreactuación, desatención a las consecuencias, metas volantes cada vez más extremas, escalada de decisiones irreversibles, etc. A menudo los líderes se vuelven esclavos de su propia lógica, de su propio papel y se ven condenados a una fuga hacia delante susceptible de desembocar en alguna variante del complejo de Sansón. Los desgastes internos de la puja identitaria pueden llevar a alguno de los actores a pensar que, como no tienen nada –o no mucho– que perder, les sale a cuenta tensar la cuerda. Es sumamente preocupante, por lo que tiene de profecía autocumplible, la declaración de un expresidente de la Generalitat vaticinando “un alto grado de tensión”.
La memoria de fenómenos desgarradores de la experiencia histórica y ante los derroteros que presenta el actual proceso identitario –utilizado en ocasiones como distractor– en Cataluña, con el previsible enconamiento en los meses que vienen; derroteros que permiten anticipar decisiones que presumiblemente pueden escapar al control de los propios actores o convocar a participar a otros actores recurriendo a medios no conformes con el Estado de derecho, conviene reivindicar el espacio cada vez más reducido de la prevención recordando la inutilidad de las lamentaciones retrospectivas.
Podemos preguntarles a los habitantes de la antigua Yugoslavia que, recordemos, no fue el polvorín balcánico hasta que se explotaron los odios étnicos. Y podemos evocar aquellas palabras tremendas de David Rousset: “los hombres normales no saben que todo es posible”. Podríamos decir que los oasis de ayer pueden devenir desiertos o infiernos. Queda tiempo para rectificar el rumbo y prevenir la colisión, pero para ello es necesario actuar contra la inconsciencia y contra la resignación. Esa respuesta tiene forzosamente que ver con los síntomas preocupantes enunciados arriba. Por ello, desde una óptica cívica y sustentada en el criterio procedimental de la deliberación y el respeto:
- Expresamos un total desacuerdo con aquellas posiciones que dan por hecho que formamos parte de colectivos separados; rechazamos que se asuma la dicotomización como un hecho consumado, porque supondría ya una victoria anticipada de la lógica sectaria. Por el contrario, nos sentimos coimplicados en los problemas a la vez que reforzados por la experiencia de esfuerzos compartidos en tantos aspectos a lo largo de muchos años, especialmente en la resistencia contra el fascismo y el combate por la democracia. No podemos aceptar que haya un “nosotros” contra “ellos” en ninguno de los supuestos que se utilizan en la arena política.
- Reclamamos a los actores políticos y a los medios de comunicación de ambos lados del Ebro que adopten un tono templado en sus mensajes, proscribiendo aquellas formas que pueden resultar irrespetuosas, desafiantes o inciviles. Deben evitarse las afirmaciones categóricas y aporéticas; los dilemas y dicotomías perentorias. Es preciso enfriar la temperatura del debate para lograr un clima de sosiego. En casos de tensiones étnicas los especialistas recomiendan un consenso entre las élites sobre las normas del discurso así como la observación de la deontología profesional en los medios de comunicación.
- Las organizaciones de la sociedad civil y especialmente aquellas vinculadas a los movimientos sociales, que se inspiran en los derechos humanos, en los principios de cooperación y que en tantas ocasiones han trabajado conjuntamente por la paz en otros lugares del planeta, tienen una responsabilidad especial en contribuir a este clima de sosiego.
- En cuanto a lo propositivo, hacemos un llamamiento a los actores principales:
- Al gobierno catalán, para que acepte una moratoria y deje en suspenso los planes para la desconexión, incluida la convocatoria de un referéndum. Este supuesto se apoya también en una cuestión de política comparada: para este tipo de procesos políticos una espera así dista de ser una anomalía. Más bien lo es la celeridad con la que se están estableciendo las etapas, especialmente aquellas que comportan consecuencias irreversibles. Experiencias recientes –Colombia, Reino Unido, Escocia o Italia– obligan igualmente a tener en cuenta los efectos indeseables de las opciones plebiscitarias en contextos de alta temperatura emocional.
- Que el gobierno español propicie, en los términos propuestos por el Catedrático de Derecho Administrativo, Santiago Muñoz Machado, “la tramitación simultánea, y naturalmente paccionada, de la norma que ponga al día el autogobierno de Cataluña y su integración en el Estado, y la reforma constitucional, si fuera precisa, que dé cabida a ese proyecto […] Por tanto, podría simultanearse el referéndum estatutario y el concerniente a la reforma de la Constitución”.
- Mientras tanto, la tarea de reconstruir un clima que propicie la aproximación y el entendimiento debe aprovechar los resultados que las ciencias sociales suministran para abordar de una manera constructiva la gestión de los conflictos. Entre ellos: la desagregación (evitar las formulaciones “todo o nada”); preferir la gramática de los conflictos de intereses a los de identidad y los divisibles a los indivisibles; eliminar la lógica polarizadora del discurso identitario, en la medida en que tanto dentro de cada espacio como entre ellos hay diferentes sensibilidades y preferencias que no se dejan subsumir en la geometría dual y homogeneizadora del nosotros/ellos. En definitiva, la tarea prioritaria sería aprovechar las luces largas de la teoría social para salir de la visión de túnel en que nos encierran las lógicas identitarias excluyentes y sobreactivadas.
- En las condiciones presentes no aspiramos a los máximos de la fraternidad; sabemos que la vida política responde más a menudo a negociaciones, a contrapesos, a toma y daca. Pero no nos resignamos a convalidar una travesía que vaticina un desenlace fatal. Un programa de mínimos tiene ahora el cometido de rebajar la tensión, de enfriar la temperatura y facilitar los mecanismos para un debate sereno sobre las opciones y las preferencias en juego.
Mantiene toda su vigencia la apreciación de que “los frentes son peligrosos para la democracia y no sirven para aumentar el bienestar de la gente…, que la beligerancia es un error y no una forma de gobernar” (Carod-Rovira, La Vanguardia, 21/05/2000). Por eso, confiamos en que quienes, con independencia de cuáles sean sus posiciones, ven como una prioridad establecer un clima que evite el choque anunciado, se sumen a este sentir y contribuyan a difundirlo.
*Martín Alonso, Ignacio Alonso, Mercedes Boix Rovira, Marcos Gutiérrez Sebastián, Carlos Jiménez Villarejo, Salvador López Arnal, Francisco Javier Merino, Jesús María Puente, Luis Roca Jusmet, Yolanda Rouiller, Teresa Soler y Josu Ugarte Gastaminza.
Este escrito está motivado por una preocupación creciente por el modo en que se está gestionando la cuestión de las relaciones de Cataluña con el resto de España, o dicho de otra manera, lo relativo al desarrollo del proceso secesionista catalán iniciado hace unos años. Estas preocupaciones pueden resumirse en unos cuantos puntos:
- Inconsciencia. Hay una frase que se repite después de las catástrofes provocadas por actores humanos: “¿Cómo ha podido ocurrirnos?”. Hace tiempo que la cuestión de las relaciones de Cataluña con el resto de España se formula en términos inequívocos sobre su potencialidad letal: choque de trenes, precipicio o rumbo de colisión, son una muestra.
- Desentendimiento. Sin embargo, no solo no se presta atención a los riesgos que implican esas percepciones, sino que parece que en cierta medida el lenguaje del desencaje y la desconexión ha producido ya su efecto; de modo que una parte notable de la población española que no vive en Cataluña parece considerar que es un asunto que no la concierne.
- Fatalismo. Contrasta la clarividencia en la percepción de los riesgos con la falta de iniciativa para adoptar medidas que tiendan a prevenirlos o, al menos, a reducir su impacto. Parece que los ciudadanos no enrolados contemplamos pasivamente esta espera de un encontronazo anunciado como espectadores resignados y pasivos.
- Incomunicación. Hay muchos indicadores que muestran el efecto separador que ya está produciendo este clima en las relaciones entre Cataluña y el resto de España. De hecho, se han constituido en muchos casos audiencias segmentadas que no son ideológicas, sino territoriales. Se han debilitado los intercambios académicos en áreas sensibles –ciencias sociales–, lo mismo entre buena parte de los movimientos sociales, para citar dos casos. Ha desaparecido prácticamente el debate intelectual a la vez que este ha sido monopolizado por el tema nacional entendido según parámetros etnoidentitarios. Seguramente el ejemplo más poderoso de esta incomunicación es la propia falta de acuerdo a la hora de determinar si se había producido o no un encuentro entre los presidentes de gobierno central y autonómico a principios de año. Es un síntoma de la degradación del funcionamiento de la vida política y se encuentra en los antípodas de esa premisa básica de la comunicación que es el principio cooperativo.
- Lenguaje inflamado. La segmentación de las audiencias se refuerza con la utilización de un lenguaje caracterizado por las dicotomías y polaridades maniqueas, por un lado, y la exaltación maximalista, por otro. Abundan expresiones disyuntivas o aporéticas propias de una gramática de lo perentorio, de lo decisivo, de la excepcionalidad, del ahora o nunca, del todo o nada. “¡Esto no lo para ni Dios!, titula una de sus columnas un intelectual con cargo público; ”O referéndum o referéndum; o democracia o democracia“, ”No nos conformaremos con nada que no sea la victoria“, completa un destacado miembro del gobierno catalán, para citar algunos ejemplos. Parece que cuenta más la testosterona, que lleva a preferencias de suma cero, que la reflexión. El calor de las proclamas y la invocación de la democracia hacen recordar aquella frase del valenciano Luis Vives hace casi cinco siglos: ”Los propios teólogos debaten entre sí sobre temas divinos con espíritu de gladiadores, y con odios muy fuertes acerca de la caridad“.
- Coaliciones cruzadas, enemigos complementarios. Es una constante histórica que las ideologías sectarias no pueden vivir sin enemigos. Para una parte nada marginal del nacionalismo catalán, España se ha convertido en el enemigo que sustenta su discurso, como hace 80 años la Antiespaña y los separatismos fueron los enemigos del nacionalismo español. Es una constante histórica que cuando se producen estas coaliciones cruzadas el pluralismo se debilita en beneficio de posiciones polares que destruyen los espacios propicios para las soluciones negociadas de los contenciosos. Por eso se habla de enemigos complementarios. Y es otra constante, menos visible, que aunque las estrategias identitarias apuntan explícitamente al enemigo exterior, acaban fracturando los estructuras elementales de la vida colectiva, desde la familia a los amigos. Su coste social es abrumador. Y las ondas de choque tienen un alcance imprevisible.
- Salidas desesperadas. La puja dialéctica, el sobrecalentamiento y la extremosidad de los discursos tiende –lo muestra también la experiencia histórica– a traducirse en prácticas correlativas: sobreactuación, desatención a las consecuencias, metas volantes cada vez más extremas, escalada de decisiones irreversibles, etc. A menudo los líderes se vuelven esclavos de su propia lógica, de su propio papel y se ven condenados a una fuga hacia delante susceptible de desembocar en alguna variante del complejo de Sansón. Los desgastes internos de la puja identitaria pueden llevar a alguno de los actores a pensar que, como no tienen nada –o no mucho– que perder, les sale a cuenta tensar la cuerda. Es sumamente preocupante, por lo que tiene de profecía autocumplible, la declaración de un expresidente de la Generalitat vaticinando “un alto grado de tensión”.