La cumbre climática de las Naciones Unidas en Glasgow nos ha dejado algunos mensajes claros, a la vez que importantes decepciones. Todos debemos asumir nuestra responsabilidad, cada uno desde el lugar que ocupamos. También la ciudadanía, pero sobre todo las empresas con el liderazgo de los poderes públicos en su doble rol de administradores y reguladores de las relaciones entre el resto de actores. La capacidad de los ayuntamientos es muy limitada en esta segunda función y más en el sistema alimentario, pero Barcelona asume su parte en los retos planetarios que tenemos que afrontar. Parafraseando al exalcalde de Vitoria José Ángel Cuerda, no tenemos competencias pero sí incumbencias. Por eso durante 2021 Barcelona ha hecho la apuesta por el proyecto Capital Mundial Alimentación Sostenible, no para porque tengamos un sistema alimentario sostenible que es insostenible como el de todas las ciudades, sino porque queremos darnos la oportunidad de ser parte de la solución contribuyendo con determinación al proceso de transformar el sistema alimentario con nuevos proyectos y políticas.
Durante la cumbre climática se presentó la Declaración de Glasgow sobre la alimentación y el clima, un frente climático clave que se ha puesto de relieve durante el mes de octubre en Barcelona con el Fórum Global de las más de 200 ciudades signatarias del Pacto de Política Alimentaria Urbana de Milán. La reunión concluyó lanzando un mensaje desde las ciudades hacia los Estados para situar la transformación de los sistemas alimentarios en el núcleo de los acuerdos y de las políticas para afrontar la emergencia climática. Un tercio de los gases de efecto invernadero proceden actualmente de la cadena alimentaria, y las ciudades –donde hoy habita el 55% de la población mundial y se consume el 70% de los alimentos— tienen que ser necesariamente parte de la solución.
El impacto en el territorio y en las personas de nuestro modelo alimentario lo hace insostenible y Barcelona ha situado este otoño el debate en el centro de la agenda, aprovechando la Capitalidad Mundial de la Alimentación Sostenible –que ostenta hasta fin de 2021— como palanca de cambio. Más de 100.000 personas han participado en las propuestas lúdicas y divulgativas realizadas y encaramos la recta final con múltiples iniciativas que garantizan la continuidad de nuestra apuesta en los próximos meses y años. El caldo de cultivo con que cuenta la ciudad ha impulsado numerosas alianzas con actores sociales y económicos que llevan años trabajando por un sistema alimentario sostenible.
Nos queda mucho camino por recorrer y noviembre marca un nuevo punto de inflexión después de Glasgow. En Barcelona iniciamos el proceso para elaborar una Estrategia de ciudad por la Alimentación Sostenible 2030 capaz de fijar un rumbo transformador, que cuente con todas las voces necesarias y logre ilusionar a la ciudadanía. El primer gran reto es contribuir a frenar el cambio climático reduciendo las emisiones y combatiendo la deforestación y la desertificación. La estrategia europea ‘del campo al plato’ establece que al finalizar esta década el 25% de los cultivos sean ecológicos y que el desperdicio alimentario, así como el uso de químicos, se reduzcan a la mitad.
Recientemente presentábamos un informe sobre la huella de carbono de los alimentos consumidos en la ciudad que la cuantifica en un 40% de la emisiones estimadas conjuntamente para alimentación, transporte y la energía. Se desprenden tres conclusiones claras para disminuir la huella de nuestro sistema alimentario: reequilibrar el desproporcionado consumo de proteína animal, aumentar el consumo de productos locales y ecológicos y reducir el desperdicio alimentario. Por ello estamos extendiendo estos principios que ya se aplican en los 102 comedores de las escuelas infantiles municipales y sus 8.500 menús diarios a toda la compra pública alimentaria del ayuntamiento. Y por ello también, Mercabarna triplicará la capacidad de aprovechamiento alimentario con un nuevo equipamiento especializado y pionero así como ha abierto el mayor mercado mayorista de productos ecológicos en Europa.
El segundo reto es concienciar acerca de la alimentación como base de la salud individual y colectiva, y ser consecuentes con este vínculo. La nueva regulación de la publicidad infantil de comida no saludable –no casualmente anunciada por el Ministro de Consumo en Barcelona , donde el ayuntamiento se ha comprometido a ser la avanzadilla restringiendo los espacios publicitarios municipales—, es un buen ejemplo de la dirección en que debemos avanzar a pesar de las resistencias. Un 70% de las muertes en el mundo a causa de enfermedades crónicas no transmisibles –incluida una cuarta parte de los cánceres— está relacionado con la mala alimentación, ya sea por dietas desequilibradas o por ingesta de tóxicos. El sesgo según el nivel de rentas en este terreno es fundamental para trabajar en clave de equidad y justicia social; en Barcelona la prevalencia de problemas de obesidad infantil ha crecido hasta un 13%, con mucha más incidencia en barrios económicamente vulnerables. Por eso las escuelas están siendo uno de los grandes aliados en esta transición alimentaria y, entre otras acciones, estamos trabajando con 40 escuelas públicas de primaria para reequilibrar los menús.
Por último, hay que renovar la relación entre el mundo rural y el urbano. Las ciudades no podemos seguir viviendo de espaldas al sector primario. El área metropolitana ha perdido un 80% de suelo cultivable entre 1956 y 2018. Si queremos un mundo rural vivo y un territorio equilibrado, hemos de ayudar a que el sector primario sea una actividad viable y atractiva. Pero la renta agraria ha caído un 34,5% entre 2001 i el 2018 y la población ocupada, un 23,6% entre 2010 y 2019. Cifras así en otros sectores económicos, como el de la automoción, habrían generado seguramente portadas en la prensa. Mientras tanto, el presupuesto dedicado por los hogares a la alimentación ha caído un 65% y el destinado a pagar la vivienda ha aumentado un 200% desde la década de 1960.
Barcelona ha de poder ser aliada en la comercialización en condiciones justas de la producción de proximidad. Pocas ciudades globales europeas pueden explicar, como es nuestro caso, que todavía el 60% de la población compra regularmente buena parte del producto fresco en el pequeño comercio de proximidad; gracias en parte a una red de 38 mercados municipales que emplea a 8.500 personas y recibe 68 millones de visitantes. El 52% de los paradistas se han sumado ya a la iniciativa de Comercios Verdes para ofrecer y señalizar los productos que contribuyen a construir una cadena alimentaria más justa, sostenible y saludable. Son agentes clave en la alianza virtuosa que estamos forjando entre distintos ámbitos amenazados por un sistema alimentario insostenible y desequilibrado, que incluye al pequeño comercio y la restauración de proximidad, que mantienen nuestra trama urbana de ciudad mediterránea, y al sector primario local, que mantiene el territorio equilibrado.
La cumbre de Glasgow debe servir para reforzar la apuesta de las grandes metrópolis y apoyarla con acciones a todos los niveles. Nos jugamos la salud de la población, de los territorios y del planeta entero.