Este largo, muy largo, artículo, o serie de artículos está escrito desde Cataluña para lectores de toda España y para algunos amigos y amigas de América latina. El punto de partida es no tratar el caso catalán sino del problema español. Al final de esta serie llego a una conclusión sobre Cataluña y a una confusión sobre España.
La conclusión sobre Cataluña es constatar que la fuerza del independentismo es en gran parte de la pésima defensa que hace España de sí misma. La aceptación mayoritaria del Estatut duró hasta la sentencia del Tribunal Constitucional. A partir de entonces el catalanismo multiplicó su fuerza y fue derivando hacia el independentismo, generó un movimiento popular en el que se integraban sectores populares de izquierda y demócratas moderados centristas, catalanes de origen y catalanes originarios de otras regiones del Estado. Los errores, desplantes y amenazas del gobierno español han reforzado un independentismo en buena parte sobrevenido y accidental.
Y la confusión sobre España es el retorno de la España negra, la que denunciaba Machado, la de “charanga y pandereta, cerrado y sacristía”, la que se ha hecho presente, visible, invasora y venenosa en las cúpulas políticas y económicas, en muchas tertulias y entrevistas de televisión y radio. Es la de una Monarquía digna del Ruedo Ibérico de Valle Inclán, de un gobierno propio de Fernando VII y de un Congreso de diputados en los que junto con personas decentes se concentra un bestiario más propio del Consejo Nacional del Movimiento. Es una España cuyas elites económicas no solo están obsesionadas en acumular dinero, son corruptas y corruptoras, han hecho de la especulación y del trato privilegiado y oscuro con el Estado sus fuentes de enriquecimiento...
Subsiste una España en cuya estructura política se inició la democratización pero no se llevó a cabo la desratización de los aparatos del Estado, de los medios de comunicación, del intervencionismo de una siniestra cúpula de la Iglesia católica subvencionada por el Estado, unos partidos que en su gran mayoría no fueron resistentes o nacieron desde el franquismo, que se han encerrado en la escasa transparencia institucional y que tienen como razón de ser su autoreproducción oligárquica. Y una sociedad aún poco entrenada para la vida democrática, reducida a participar en las elecciones cada día más devaluadas, a la que se limita o reprime las potencialidades de la democracia directa, de la participación ciudadana, de la gestión social de muchas actividades que ahora se reservan a las burocracias políticas y administrativas.
Pero hay otra España, la de los últimos versos del poema machadiano El mañana efímero: “Más otra España nace, la España del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la raza. Una España implacable y redentora, España que alborea con una hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea.” La España oficial es la que se presenta ante el mundo y ante los españoles, la que cuando hace, hace daño, y cuando no hace, también. Existe la España real aunque quizás seria mejor decir “verdadera”, recordando a Ernest Bloch, que decía que “lo real no es lo verdadero”, entendiendo por real la apariencia más superficial.
Mantengamos por ahora la España real que aspira a ser la verdadera, la que trabaja y lucha, la que tolerante y honesta, existe, y si en gran parte ha dado la espalda a la política no la culpen, piensen en la imagen que no transmite la España oficial. La España real no está despolitizada, es la política (institucional) que se ha despolitizado para convertirse -o por lo menos lo parece- en una nueva versión del “Movimiento” del antiguo régimen, un modo de vivir a costa de los contribuyentes.
La España real no está representada por las tertulias mediáticas ni por los programas amarillistas de las grandes cadenas de televistión amarillista. La España de los “indignados” y de los desahuciados, de los sindicalistas que resisten y de los parados y jubilados que se manifiestan y apoyan la iniciativa legilativa sobre la renta básica, de las mujeres que se enfrentan a los que pretenden someterlas a los juicios de los obispos y ministros meapilas, de los estudiantes y profesores que se movilizan contra la degradación clasista de la enseñanza que no cumple su función de reductora de las desigualdades, de los trabajadores de la sanidad pública que se resisten a los recortes y las privatizaciones, etc. La España real no está hoy representada por el llamado Estado de derecho deformado y pervertido por las oligarquías políticas, económicas y religiosas. Con la complicidad de una parte importante de los medios y de los intelectuales y profesionales a su servicio.
La nueva política no se desarrollará en el marco del actual falso e ilegítimo Estado de Derecho. El Reino de España y las cúpulas partidarias lo han prostituído. Los partidos institucionales, dirigentes y militantes políticos, deben ejercer de tribunos en las instituciones y mezclarse con los ciudadanos en las calles, con los indignados por los recortes sociales, por el paro y la reducción de salarios de los trabajadores y los dineros legales e ilegales que reciben los banqueros, por los proyectos de ley que legalizan la regresión social y moral y por la generación de conflictos, como el catalán, que utilizan para desviar la atención de los ciudadanos españoles aun a costa de provocar fracturas entre los pueblos que hoy conviven en el Estado español.
En el conjunto del Estado español existe una sociedad que se movilizó en los años 70, que aceptó una transición a medias, que se creyó que éramos un país democrático y solamente empezábamos a serlo. La transición fue hegemonizada por la derecha que impuso límites tanto en lo político como en lo económico-social, a pesar de los principios democráticos que proclamaba la Constitución. Nos creímos que vivíamos en un Estado de derecho que abría las puertas a un desarrollo democrático en el conjunto del país.
Los años de gobiernos socialistas legitimaron y atenuaron el conservadurismo impuesto por los poderes fácticos y aprovecharon los períodos de crecimiento para sentar las bases de las políticas de bienestar y ampliar algunas libertades individuales. Pero respetaron 'religiosamente' los poderes fácticos económicos y religiosos que luego crearon su partido. Se forjó una santa alianza, ímpia y reaccionaria entre los sicarios del gran capital y los portavoces de la España negra, los que se beneficiaban de la economía especulativa y corrupta y los que obedecían ante todo a los grandes financieros y dirigentes de grandes empresas, los que estaban vinculados con la Conferencia episcopal y las sectas católicas más extremistas. En muchos eran casos las mismas personas servían a ambos poderes, los económicos y los políticos.
Se construyó el PP como partido destinado a sustituir a un PSOE desgastado. Las izquierdas se habían dejado encerrar en las instituciones, habían perdido el contacto con la calle, habían olvidado que tanto si estás en los gobiernos o estás en la oposición si no tienes gran parte de tus militantes en la sociedad activa, en los medios sociales y culturales y en las luchas populares poco puedes hacer en la política institucional. La regresión en todos los aspectos que ha impulsado al PP no encontró una oposición fuerte en la izquierda política debilitada por su encierro institucional.
Sin embargo la sociedad española también ha ido creando redes y tejidos de resistencia de muchos tipos. Luchas sociales en empresas y barrios, ocupación de locales, campañas contra los bancos y los desahucios, redes alternativas a los medios de comunicación formales, denuncia de las privatizaciones y recortes presupuestarios que afectan a servicios básicos, como sanidad, educación, vivienda, protección social... Ha faltado coordinación de esta resistencia multidimensional y sobretodo no ha construido unos objetivos políticos que integren esta vitalidad que se da en forma dispersa y difusa en la sociedad.
Si este movimiento fragmentado inicia un proceso de articulación que en algunos lugares empieza a cuajar (coordinación minimalista de los indignados, movilización lenta de los sindicatos, iniciativas como el Frente Cïvico y crecimiento muy desigual de Izquierda Unida) en algún momento construirá o se articulará con una representación política.
En Cataluña existe un movimiento articulado con objetivos políticos propios de las izquierdas pero que ha cuajado con un objetivo en primer plano altamente movilizador pero limitado, el derecho a decidir, y la posibilidad de optar por la independencia. Puede parecer que este movimiento de cariz nacionalista no tiene nada que ver con un movimiento socio-político democrático más específicamente de izquierda en su acepción más clásica. Sin embargo, hay bases objetivas que facilitan un encuentro, aunque empiecen a desarrollarse en paralelo. El movimiento popular catalán se confronta con el gobierno español, el régimen político, el modelo de Estado y la relación entre ciudadanía e instituciones. También incluye aspiraciones y propuestas alternativas a las políticas económicas y sociales.
Este movimiento, ahora simbolizado por la consulta, el derecho a decidir y la independencia, probablemente vivirá una crisis si como parece el gobierno de CiU opta por retrasar para más adelante la consulta prevista para el 2014 y espera a las elecciones (o avanza las) del 2016 para plantearlas como elecciones plebiscitarias. Lo que creará divisiones tanto en la escena política (¿Qué hará ERC? ¿Se mantendrá Mas al frente de CiU?) como en el movimiento popular, pues una parte se radicalizará en su dimensión nacional.
Pero las izquierdas pueden orientarlo a la lucha contra el gobierno del PP por el conjunto de sus políticas. Sea cual sea la intensidad de la aspiración nacional ni el poder decidir ni el independentismo pueden avanzar si no se derriba primero al gobierno del PP, no se reforma radicalmente el régimen político y se inicia la segunda transición. Lo cual supone una movilización en todo el ámbito del Estado español. Solamente creando articulaciones o coincidencias entre los movimientos de resistencia que se den en España y el movimiento popular catalán -que sin renunciar al derecho de autodeterminación se de objetivos políticos referidos al Estado español- se generarán interlocutores y escenarios de negociación para pactar en el futuro o bien un proceso hacia la independencia o un encaje positivo de Cataluña en un Estad más democrático y plural que el actual.
A las izquierdas españolas que ahora desconfían de la movilización existente en Cataluña les pedimos que miren más allá de las apariencias. La movilización es producto de un conjunto de factores que también son los que movilizan o pueden movilizar a los pueblos de España. En Cataluña por su especificidad la movilización ha encontrado en la “independencia” un objetivo aparentemente concreto, integrador y con fuerte carga emocional. Pero las exigencias de fondo son las mismas o parecidas que las propias de gran parte de los ciudadanos de toda España: la exigencia de cambios radicales en la vida política y económica.
Vivimos un momento histórico, y por lo tanto una oportunidad de cambio, si no se sabe utilizar para avanzar se convertirá en una regresión de efectos profundos y duraderos que ya está en marcha. En vez de debatir entre los pueblos y las izquierdas de España y Cataluña construyamos objetivos convergentes para iniciar una nueva transición democrática, más radical, más popular, más igualitaria.