“El comunismo es inmortal”, “los diez millones van”, “después de 1989 el capitalismo será tan tranquilo que nos aburriremos de felicidad”, “este país ya no puede estar peor”, “la escasez ha llegado a su límite”, “en España no hay crisis”, “España está saliendo de la crisis”, “no pasarán”…
¿Quién no ha oído alguna de estas frases? ¿Y quién no ha visto cómo la realidad se desploma sobre ellas hasta aplastarlas? Lo más probable es que todos hayamos sido testigos de ambas situaciones: del enunciado y de su debacle. Lo mismo aquí que en Caracas, en el Cercano Oeste y en el Lejano Este.
Todo esto viene a cuento por la crisis de Crimea y, sobre todo, por la actitud de los dirigentes políticos de la Unión Europa –a los que votaremos en breve para que continúen por allí- al respecto. De entrada, he de avisar al lector que aquí no se propone escoger entre Putin y los gobernantes ucranianos actuales o pasados. (Por muy cómoda que sea la disposición maniquea de las opiniones al uso, no ha venido uno al mundo –ancho y ajeno, que decía Ciro Alegría; estrecho y conectado, que dice Bill Gates- a decidirse entre dos desastres).
Ahora bien, con todos los matices que queramos, hemos de admitir que lo que empezó en Kiev, y ha seguido en Crimea, confirma la ineptitud de la Unión Europea, y de Occidente mismo, a la hora de lidiar, prever o incluso alentar una crisis. Hace un mes, las masivas protestas en Kiev tenían por bandera a la Unión Europea y exigían el fin del gobierno pro-ruso de Yanukóvich.
¿Qué hizo Occidente? Alentar la protesta –queda por discutir hasta qué punto la fraguó desde el principio- y prometer millones de euros para la reconstrucción de una Ucrania afín a sus intereses, albergando además la esperanza de dar carpetazo, de una vez y por todas, a la guerra fría. De hecho, se hizo famoso en Internet un mapa donde se situaban las estatuas de Lenin que se iban derribando por todo el territorio ucraniano mientras avanzaban las protestas.
Europa contaba con dinero, el apoyo de Estados Unidos, el descontento legítimo ante la corrupción del mandatario de Ucrania. Con lo que no contó... ¡fue con Rusia! Y así, queriendo lapidar el cadáver de la guerra fría lo que hizo fue, precisamente, lo contrario: reanimarlo.
¿Qué ocurrió? Pues lo que, menos los líderes de Europa Occidental, intuía cualquiera que conociera el pasado de la región, las fronteras cerradas en falso del antiguo imperio soviético y el conocido plan de Vladimir Putin para crear una gran coalición euroasiática; una especie de Unión Soviética sin comunismo, unida por la misma moneda, el mismo gas y el mismo petróleo.
Así que, en menos de lo que canta un gallo, quedó sellada la anexión de Crimea –referéndum mediante-, mientras la Unión Europea reculaba invocando, ¡ahora!, el valor de la diplomacia y dejando en la estacada a sus socios ucranianos.
Estados Unidos y la Comunidad Europea alentaron un movimiento que no podían controlar, con promesas que no podían cumplir y despertaron a un enemigo que no han podido, siquiera, enfrentar. Esta secuencia de antipolítica no puede justificar la invasión rusa, pero sí deja una duda preocupante sobre aquellos que rigen los destinos de Occidente.
Porque el golpe de Putin, entendámoslo de una vez, no ha sido tan sólo contra Ucrania. Lo que ha comenzado en Crimea es, probablemente, el principio de la desestabilización futura de Occidente. La primera ficha de un efecto dominó con imprevisibles consecuencias. Después de Crimea, ¿cómo sentarse a hablar (o no hablar) de Catalunya y Escocia, Córcega o el País Vasco?
Comprendo que algunos quieran ver aquí una opinión “conspiranoica” sobre la estrategia de Putin? Es posible, pero… ¿es que hay otro arte que no sea el de la conspiración en un hombre del KGB?
Todo esto empezó invocando la guerra fría como un anacronismo y ha terminado reviviéndola como una realidad contemporánea. Empezó tumbando viejas estatuas de Lenin para acabar huyendo del ejército ruso. El desastre...
Una vez consumada la anexión de Crimea, Europa tendrá que afrontar los problemas de sus propias posibilidades de desintegración con un argumento mejor que el “aquí eso no pasa”. Otro paso más en esa capitulación bajo la cual se le sigue dando el “sí” a lo que manda la política exterior y el “no” a lo que demanda la política interior.
“Esto no es Crimea”, reza el wishful thinking que se lanza debajo de la tierra, donde los políticos europeos persisten, como el avestruz, en esconder la cabeza. Pero resulta que esto, también, es Crimea. Por más que nos parezca lejana esa otra Crimea “original” donde ya han comenzado las apuestas sobre quién será el vencedor de la posguerra fría.