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Decálogo de la Catalunya que acude al Congreso

El Congreso de los Diputados escenificará el ‘no’ a la aspiración de la mayoría del Parlament de Catalunya que defiende el derecho a decidir. Será como una obra de teatro de la que se conocen los actores, la trama y el desenlace. Incluso la reacción de la mayoría del público. Aplausos mayoritarios en el conjunto de España y pitos, también mayoritarios, en Catalunya. Y, por desgracia, muchos bostezos porque la obra se ha quedado sin diálogos y los interpretes repiten siempre el mismo argumento. Una y otra vez. Queremos votar claman en Catalunya. La Constitución lo impide, responden desde el centro. Pero fuera del escenario existe una realidad tozuda y compleja. Una realidad que, vista desde Catalunya, podríamos resumir en diez claves:

1. Catalunya es muy plural pero es capaz de tejer amplios consensos que generan hegemonías políticas. Así fue el catalanismo. Así es la defensa de la consulta, que cuenta con el apoyo del 80 por ciento de la ciudadanía. La aspiración a poder votar sobre el futuro de Catalunya es mayoritaria, tanto como el rechazo al actual estatus quo. Cualquier opción que no parta de esta realidad está predestinada al fracaso.

2. La nueva hegemonía en Catalunya en torno a la consulta se enfrenta a un dilema. El futuro puede pasar por una soberanía compartida entre naciones que deciden vivir juntas en igualdad de derechos y deberes. O, por la independencia. Cualquier otro camino sólo llevaría a la frustración y a un pulso político interminable. Las fórmulas como el pacto fiscal o el viejo federalismo perdieron credibilidad porque en el fondo nadie se las creyó en España.

3. La tentación que verbalizó José María Aznar (“Antes se romperá Catalunya que España”) significa que se acepta la posibilidad de fracturar a la sociedad catalana antes que abrir vías de diálogo. Significa que, en el fondo, una parte del PP está dispuesto a mantener un pulso que lleve a la ‘derrota’ de las aspiraciones soberanistas para varias generaciones. Es un inmenso error. Moral y estratégico.

4. El fondo y las formas de la mayoría absoluta de Aznar y la campaña del PP contra el Estatut y la inmersión lingüística explican en buena parte la situación actual. Pero no aprendieron la lección. Ni el Gobierno, ni el PP, ni su entorno mediático, económico o social ofrecen otra alternativa que no sea la confrontación. Para satisfacción de quienes también la desean en Catalunya. Para desespero de quienes aún creen en un posible entendimiento.

5. Una parte importante de la sociedad catalana pone el acento en el futuro. La independencia es un proyecto político definido y esperanzador que permite imaginar un Estado, la República Catalana, sin hipotecas del pasado. Todo es posible. Incluso la utopía de crear una economía y una sociedad más justa. Pero la realidad es tozuda. Y el riesgo está en perder las energías del presente por un futuro que no acaba de llegar. Energías tan necesarias para combatir la pobreza o la corrupción.

6. Da la sensación que en España ocurre todo lo contrario. No existe un proyecto de país y las instituciones aparecen hundidas en una profunda crisis de credibilidad y confianza. La muerte del presidente Adolfo Suárez ha propiciado la nostalgia de la Transición, pero hoy no se vislumbra la voluntad de cambio de aquella época. Todo lo contrario, el inmovilismo se impone frente a los sectores de la sociedad española que luchan por regenerar la democracia. Desde Catalunya, no se aprecian interlocutores a la hora de repensar el modelo de Estado.

7. La percepción de lo que ocurre en Catalunya también puede estar distorsionada. Existe una obsesión por atribuir a Artur Mas y a la cúpula que dirige la Generalitat la única responsabilidad del proceso soberanista. Evidentemente, constituyen un actor relevante, pero el liderazgo del independentismo está en la sociedad. La suma de razones ha generado un movimiento de carácter popular que, eso sí, ha redoblado su influencia gracias al apoyo institucional. Pero no al revés. Aquí está la clave de la fuerza del soberanismo. Y, también, su riesgo si, un día, hace un mal uso de este poder.

8. Para los sectores que tienen como único proyecto la independencia o la unidad a toda costa, sólo existe el blanco y negro. Están en su derecho. Es un pulso político. Pero el resultado no es inocuo. La calidad democrática se resiente porque en aras de un objetivo superior (la independencia o la unidad) es fácil caer en la tentación de sacrificar libertades y disentimientos; en la tentación del sectarismo, la intolerancia y el fanatismo.

9. La sentencia del Constitucional sobre la declaración soberanista del Parlament y la propia doble pregunta del referéndum del 9 de noviembre abren puertas a explorar soluciones. Difíciles. Muy difíciles. Pero posibles. El Tribunal reconoce que el derecho a decidir es una aspiración política y apunta a la reforma constitucional. La pregunta del referéndum incluye la posibilidad de un nuevo pacto entre Catalunya y España.

10. Y en este marco, llegamos al debate en el Congreso de los diputados. Sería una magnífica ocasión para abrir el diálogo entre las mayorías parlamentarias de Catalunya y España. Pero todo indica que será únicamente la escenificación del desencuentro. Fuera, en Catalunya, una inmensa mayoría de ciudadanos seguirá reivindicando el derecho a ser consultados sobre su futuro.

El Congreso de los Diputados escenificará el ‘no’ a la aspiración de la mayoría del Parlament de Catalunya que defiende el derecho a decidir. Será como una obra de teatro de la que se conocen los actores, la trama y el desenlace. Incluso la reacción de la mayoría del público. Aplausos mayoritarios en el conjunto de España y pitos, también mayoritarios, en Catalunya. Y, por desgracia, muchos bostezos porque la obra se ha quedado sin diálogos y los interpretes repiten siempre el mismo argumento. Una y otra vez. Queremos votar claman en Catalunya. La Constitución lo impide, responden desde el centro. Pero fuera del escenario existe una realidad tozuda y compleja. Una realidad que, vista desde Catalunya, podríamos resumir en diez claves:

1. Catalunya es muy plural pero es capaz de tejer amplios consensos que generan hegemonías políticas. Así fue el catalanismo. Así es la defensa de la consulta, que cuenta con el apoyo del 80 por ciento de la ciudadanía. La aspiración a poder votar sobre el futuro de Catalunya es mayoritaria, tanto como el rechazo al actual estatus quo. Cualquier opción que no parta de esta realidad está predestinada al fracaso.