Las informaciones de estos días señalan que el empobrecido barrio bruselense de Molenbeek, de donde habrían salido algunos de los terroristas de los últimos atentados de París, soporta una tasa de paro del 28,6%, mientras que la media belga es del 8,7%, la francesa del 10,7% y la alemana del 4,5%. Me ha llamado la atención que el dato, subrayado como extremo para caracterizar la marginalidad de ese barrio de inmigrantes en la capital belga, no se sitúa muy lejos del de Catalunya, donde el paro es hoy oficialmente del 17,5%, uno de los más elevados de les regiones europeas. En el conjunto de España la tasa es del 21,6%, tan solo por delante de Grecia, frente a la media de los 28 países de la Unión Europea del 9,3%.
Catalunya ya no es la desarrollada “fábrica de España”. Su legendaria modernidad soporta actualmente el doble de paro que la media europea. En las otras regiones de los llamados hasta hace pocos años Cuatro Motores de Europa, de los que Catalunya pretendía formar parte, el paro es del 3,5% de la población activa en Baden-Württemberg, 8,1% en la Lombardía italiana y 8,4% en la de Ródano-Alpes francesa.
Las cifras estadísticas, fríamente técnicas, indican un drama social que con demasiada frecuencia la actualidad del país quisiera hacer pasar desapercibido o dejar en segundo plano. Las almitas caritativas insinúan que los parados se espabilan para serpentear en la economía sumergida e ingresar en negro, con un argumento tan desdeñable como menospreciable.
En realidad la descomunal tasa de paro es una de las secuelas más punzantes de la crisis de la desigualdad económica en aumento. Encubre en Catalunya una de las situaciones límite que pocas veces se ve tratada como tal por la actualidad general, una prioridad política y moral escandalosamente arrinconada, un hecho diferencial desconocido hasta ahora en comparación con la Europa desarrollada, aunque a la legión de los sin trabajo no les guste exhibir su precaria situación. Se trata de una tasa de paro muy escasamente democrática y quizás deberíamos empezar por aquí.
Las informaciones de estos días señalan que el empobrecido barrio bruselense de Molenbeek, de donde habrían salido algunos de los terroristas de los últimos atentados de París, soporta una tasa de paro del 28,6%, mientras que la media belga es del 8,7%, la francesa del 10,7% y la alemana del 4,5%. Me ha llamado la atención que el dato, subrayado como extremo para caracterizar la marginalidad de ese barrio de inmigrantes en la capital belga, no se sitúa muy lejos del de Catalunya, donde el paro es hoy oficialmente del 17,5%, uno de los más elevados de les regiones europeas. En el conjunto de España la tasa es del 21,6%, tan solo por delante de Grecia, frente a la media de los 28 países de la Unión Europea del 9,3%.
Catalunya ya no es la desarrollada “fábrica de España”. Su legendaria modernidad soporta actualmente el doble de paro que la media europea. En las otras regiones de los llamados hasta hace pocos años Cuatro Motores de Europa, de los que Catalunya pretendía formar parte, el paro es del 3,5% de la población activa en Baden-Württemberg, 8,1% en la Lombardía italiana y 8,4% en la de Ródano-Alpes francesa.