Hoy hace diez años de una foto histórica en el hemiciclo del Parlament de Catalunya, con los diputados de pie aplaudiendo. En la instantánea veíamos, en la primera fila, Pasqual Maragall radiante, Mas sin gafas poniendo la mano en el hombro de una Manuela de Madre sonriente, a su lado Josep Lluís Carod-Rovira con cara de satisfecho y seguidamente Joan Saura aplaudiendo. Detrás de sus hombros se distinguen Miquel Iceta, Joan Ridao, Felip Puig, Josep M. Pelegrí, Francesc Homs... Tan sólo quedaba fuera de plan Josep Piqué, presidente del Grupo Parlamentario del PP, que seguro que fruncía el ceño.
El 30 de septiembre de 2005 el Parlament de Catalunya aprobaba por 120 votos a favor y 15 en contra el nuevo proyecto de Estatut de Autonomía. El catalanismo político, liderado por el Govern d'Esquerres, había hecho la cima. Un catalanismo político, conviene recordar, representado por CiU, PSC, ERC e ICV-EUiA, que reunía, desde hacía veinte y cinco años, el 90% de los diputados y el 85% del voto popular. Eso sí, con una fuerte abstención diferencial, respecto a las elecciones a Cortes, que oscilaba entre el medio y el millón de votos.
Después de una intervención unilateral en el proceso negociador de Artur Mas con el presidente Rodríguez Zapatero, que resquebrajaba la unidad catalanista, en el referéndum –este sí con papeletas del sí y del no– ERC se descolgaba del sí y coincidía –por razones diferentes, por supuesto– con el no del PP. El Estatut nacía debilitado y con plomo en las alas que hacía prever un vuelo corto, sobre todo ante un PSOE que se hacía el sueco y el ensañamiento del PP. El relato de estos últimos diez años es más o menos conocido aunque habrá que explicarlo todo con pelos y señales para comprenderlo.
Las elecciones del pasado domingo, con una participación extraordinaria, suponen un cambio radical en el sistema de partidos y en la correlación de fuerzas en el Parlament. Hemos pasado de la polarización social (derecha / izquierda) a la polarización identitaria (independentistas / unionistas). Surfeando con habilidad sobre la ola de indignación popular, Mas -el único superviviente político de la primera fila de la foto de diez años atrás- ha sido el arquitecto del nuevo escenario político postcatalanista. Mas ha decretado el fin de la política, del conflicto social, de la confrontación de izquierdas y de derechas dibujando y etiquetando los nuevos sujetos políticos. En resumen: no hay espacio electoral para el catalanismo no independentista y la alternativa es un partido catalán pero anticatalanista. En este sentido, podemos pasar de una nación sin Estado a un Estado sin nación. Y un ruego final, dejen de piropear y de invocar el nombre del PSUC en vano. Esta no es la Catalunya del PSUC.
Hoy hace diez años de una foto histórica en el hemiciclo del Parlament de Catalunya, con los diputados de pie aplaudiendo. En la instantánea veíamos, en la primera fila, Pasqual Maragall radiante, Mas sin gafas poniendo la mano en el hombro de una Manuela de Madre sonriente, a su lado Josep Lluís Carod-Rovira con cara de satisfecho y seguidamente Joan Saura aplaudiendo. Detrás de sus hombros se distinguen Miquel Iceta, Joan Ridao, Felip Puig, Josep M. Pelegrí, Francesc Homs... Tan sólo quedaba fuera de plan Josep Piqué, presidente del Grupo Parlamentario del PP, que seguro que fruncía el ceño.
El 30 de septiembre de 2005 el Parlament de Catalunya aprobaba por 120 votos a favor y 15 en contra el nuevo proyecto de Estatut de Autonomía. El catalanismo político, liderado por el Govern d'Esquerres, había hecho la cima. Un catalanismo político, conviene recordar, representado por CiU, PSC, ERC e ICV-EUiA, que reunía, desde hacía veinte y cinco años, el 90% de los diputados y el 85% del voto popular. Eso sí, con una fuerte abstención diferencial, respecto a las elecciones a Cortes, que oscilaba entre el medio y el millón de votos.