Ninguna época fue más dulce que el tiempo previo a la revolución. Eso decía el diabólico Talleyrand, príncipe de los políticos, cuando recordaba los años anteriores a 1789, pacíficos como una balsa de aceite pese a las convulsiones que se perfilaban en el horizonte. En nuestro caso no sé si veremos nada parecido, pero el artículo de hoy se sorprende de la calma de este mes de agosto, el primero de paz en los tres larguísimos años de ese invento llamado Procés sobiranista.
Desde septiembre de 2012 no paran de darnos la murga por activa y por pasiva. La televisión pública, advertida estos días por su nula neutralidad al abordar la cuestión, nos bombardea con noticias monocolor y las constantes noticias para no adormecer a la bestia no nos dejan respirar en paz, aunque si salimos a la calle el clima es otro, más llevadero salvo en jornadas especiales. De hecho, y ahora alguno se me enfadará, creo que la bronca se expresa más bien a partir de los medios de comunicación y esa estupenda y mal aprovechada libertad democrática de los comentarios, patio donde escasea el debate y abunda el berrinche irracional para exacerbar los ánimos en el mundo paralelo de pantallas e interiores.
En el exterior se discute, pero la enfermedad radica en la sobredosis informativa bien dirigida desde las altas instancias. No hablo aquí tanto de tertulianos sino de las primeras espadas dispuestas a inundar con su presencia telediarios, páginas de prensa y entrevistas radiofónicas. Para quien escribe es un relax absoluto gozar de este agosto, me gustaría que todos los meses lo fueran desde una óptica política para no saturarme con tanto discurso vacuo basado en el seguidismo, ese es el gran mérito de los gobernantes en este lustro surrealista y patético, de Artur Mas y los suyos, capaces de decir que o se vota con ellos o se está contra Catalunya, y oiga, aquí no ha pasado nada, no vaya a ser que alguien se atreva a criticar esas palabras con adjetivos gruesos porque claro, todo este disparate es progresista, miren a Romeva como número uno, eso lo explica todo, es progresista y piensa en las políticas sociales, de ahí los recortes en sanidad y educación tan bien tapaditos entre banderas.
Perdonen, me he desviado del tema de este artículo. Como debían convocarse rápido las elecciones tuvimos una sobredosis política durante todo el mes de julio. Aprendimos los nombres de los candidatos, contemplamos hermosas fotos de grupo y muchas proclamas unidas a la nada disimulada propaganda electoral, quizá junto a las declaraciones de García Albiol los únicos restos del naufragio antes de su recuperación septembrina. Es un placer no ver cada dos por tres la sonrisa de Rull ni sus declaraciones naif e increíbles en el sentido literal de la palabra, y también me encanta abrir la televisión o el periódico y no encontrarme con los representantes de los otros partidos. Hablan de unas elecciones decisivas con candidatos nuevos, pero han machacado tanto a la ciudadanía que todos me parecen viejos y gastados de antemano, como si la regeneración anunciada fuera otro proyecto fallido, fuego de artificio en los dos lados del ring, de la unión populista de los independentistas a la falsa promesa de refundar la izquierda del bloque podemita, cobarde al no reivindicar otra línea de campaña y equivocándose con sus propuestas de pacto con una ERC que dejó su vestido progresista hace ya muchos años, quizá décadas.
El gran miedo es que con toda probabilidad ninguno de los partidos en liza ha sabido tomar el pulso real a las verdaderas necesidades de la sociedad que votará, por si lo habían olvidado, el 27-S, que coincide con l’estiuet de Sant Martí, cuando un miraje nos hace vislumbrar un renacer del verano. Puede que eso ocurra tras saber los resultados y se genere un clima con un calor insoportable. Siento ser aguafiestas, pase lo que pase todo seguirá con sus coordenadas gatopardianas. Este agosto es el reposo del guerrero antes de la batalla, esperemos, final, como si también nos hubieran concedido la licencia de desconectar porque septiembre será un mes insoportable de una histeria gradual que no sólo tendrá un cénit, sino varios, del primer día del mes al pistoletazo de salida de campaña que, oh casualidad de casualidades el mundo es casualidad, de la Diada hasta el análisis del escrutinio y la esperanza de un punto y final a esta pesadilla orwelliana, porque de ahí es donde surgen las grandes preguntas. ¿Terminará esto alguna vez? ¿Qué pasará si sucede?
De momento disfrutemos el silencio, ya nos ensordecerán en septiembre con el ruido de siempre multiplicado por infinito.
Ninguna época fue más dulce que el tiempo previo a la revolución. Eso decía el diabólico Talleyrand, príncipe de los políticos, cuando recordaba los años anteriores a 1789, pacíficos como una balsa de aceite pese a las convulsiones que se perfilaban en el horizonte. En nuestro caso no sé si veremos nada parecido, pero el artículo de hoy se sorprende de la calma de este mes de agosto, el primero de paz en los tres larguísimos años de ese invento llamado Procés sobiranista.
Desde septiembre de 2012 no paran de darnos la murga por activa y por pasiva. La televisión pública, advertida estos días por su nula neutralidad al abordar la cuestión, nos bombardea con noticias monocolor y las constantes noticias para no adormecer a la bestia no nos dejan respirar en paz, aunque si salimos a la calle el clima es otro, más llevadero salvo en jornadas especiales. De hecho, y ahora alguno se me enfadará, creo que la bronca se expresa más bien a partir de los medios de comunicación y esa estupenda y mal aprovechada libertad democrática de los comentarios, patio donde escasea el debate y abunda el berrinche irracional para exacerbar los ánimos en el mundo paralelo de pantallas e interiores.