Las imágenes de la gran manifestación de rechazo al fanatismo criminal que creó una escena trágica y horrosa en la redacción de Charlie Hebdo fue impresionante. Costó las vidas de 6 dibujantes y periodistas y algunas otras víctimas más, colaboradores y amigos, víctimas casuales y tres policías, franceses pero de origen diverso, una italiana, un antillés y un argelino. Sentía una histórica simpatía por la revista de humor, heredera de Hara Kiri y especialmente por algunos de sus colaboradores, especialmente Cabu y Wolinsky. A éste le descubrí cuando empezaba a hacerse conocido en el Nouvel Observateur y otras publicaciones. Hace ya 50 años. Era, junto con Siné, el periodista de humor crítico y ácido que más apreciaba. El brutal asesinato me conmovió a pesar que la ferocidad provocadora sin límites que practicaban a veces generaba un cierto malestar cuando su burla de los musulmanes parecía contribuir al menosprecio y a la islamofobia. Prefería Le Canard Enchaîné pero reconozco la genialidad de los principales colaboradores de Charlie Hebdo.
Sin embargo la imagen dominante de la manifestación fue el siniestro encabezamiento de la misma. De los 44 jefes de gobierno que peleaban para estar en primer plano, la mitad de los cuales son verdaderos delincuentes, corruptos, represores, enemigos de la libertad de expresión. Netanyahu no fue una excepción, solamente era el más aparatoso. La otra la mitad, con muy pocas excepciones, son gobernantes vendidos a los poderes económicos, sus políticas empobrecen a la mayoría y reducen los derechos sociales, practican la exclusión sistemática de los sectores más pobres y oprimidos. Como ocurre en Europa con las poblaciones de origen o descendientes “no comunitarios”.
Estos mismos gobernantes son los que aprovechan el crimen de París para acentuar las legislaciones represivas y la arbitrariedad policial. Desde Obama y Valls hasta el patoso García-Margallo declaran “la guerra mundial” unos y la “guerra civil” otros contra el yihadismo al mismo tiempo que consideran que los “enemigos” son combatientes ilegales, es decir delincuentes. Como argumenta en Le Monde la jurista Delmas-Marty (Collège de France) si se trata de delincuentes se les juzga con las garantías del derecho penal y si son combatientes se les trata como prisioneros de guerra. Al considerarlos como “combatientes ilegales” no están protegidos por ninguna ley ni tratado, se les puede tratar con la arbitrariedad total. Como ocurre en Guantánamo: matarlos, torturarlos, secuestrarlos, tenerlos detenidos indefinidamente, amenazar o detener a sus familiares, etc.
Algunos analistas insinúan que el atentado contra Charlie Hebdo tuvo complicidades interesadas. Como pudo haber en el 11 de septiembre del 2001 en Nueva York. La acentuación de la conflictividad social se ha acentuado en la última década y la desesperación de colectivos sociales empobrecidos o excluidos puede derivar en rebeldia. Para los poderes legales y de facto resulta mucho más práctico la represión y la suspensión de los derechos que las políticas integradoras. Un crimen impactante que a la vez provoca enorme indignación y un denso temor generalizados va muy bien para aplicar legislaciones mordaza como en España. El PP no solo ha impuesto recientemente la escandalosa ley de “seguridad ciudadana”, también ha pactado estos días con el PSOE (una vez más cae como tantas veces hacia la derecha pura y dura) nuevas medidas securitarias que multiplican los controles sobre la sociedad. Evidentemente no hay por ahora, o no son públicos, indicios de una conspiración con intervención de los servicios secretos de algunos Estados. Pero a algunos gobiernos la masacre de Paris les ha sido muy útil. Se han asesinado a un colectivo de periodistas y dibujantes populares y simpáticos, anarquistas pacíficos, que se burlaban de las religiones y de los gobernantes, y muy importante, europeos, blancos, educados.
La vida de un “occidental” vale mucho más en la opinión pública manipulada por los medios que la de un africano o un árabe. No olvidemos que el jefe de gobierno de Israel iba en la cabecera de la manifestación de París, a un metro de Hollande y Merkel. Hace 5 meses había hecho asesinar a 2000 palestinos, entre ellos 500 niños. Se ha dicho que Occidente mata silenciosamente cada día. ¿Silenciosamente? Para nosotros los europeos quizás sí, los medios no nos lo cuentan y nosotros tampoco estamos muy dispuestos a escuchar. Pero en las banlieus o periferias de nuestras ciudades y los tugurios africanos, árabes o asiáticos sí que escuchan los crímenes que cada día cometen los europeos y norteamericanos armados de sus “valores occidentales y cristianos”. Unos valores que además exigimos que las víctimas los adopten. Se hace una amalgama entre árabes con musulmanes, éstos con fundamentalistas y se cierra el círculo identificando éstos últimos con los grupos armados. Y prescindimos de un hecho que precisamente los “terroristas” de hoy fueron los fundamentalistas y los aliados militares de Estados Unidos y de Francia, en Irak y antes en Irán, en Afganistán antes y más tarde en Libia y más recientemente en Siria. Organizaciones armadas apoyadas y financiadas aliados de Occidente como Arabia Saudí y los emiratos árabes, entre ellos Qatar.
Ahora se declara la guerra contra los “yihadistas” sin saber exactamente quiénes son y se amalgaban a conveniencia de los cuerpos represivos y de los gobiernos. Primero se persigue a los radicales musulmanes. Luego a los habitantes de los territorios de la exclusión social, sean cual sea su origen o su religión. Más tarde se reprimen a los sectores ciudadanos que los apoyan o que luchan también por sus derechos. Y finalmente se utilizan los instrumentos represivos contra los colectivos sociales y sindicales víctimas de las políticas dominantes en Europa. Los gobernantes europeos proclaman que se ha iniciado una nueva época, la guerra es mundial, se tiende a establecer un “estado de excepción permanente”.
No nos equivoquemos: el enemigo principal está en casa, no en las periferias sino en los palacios gubernamentales. Siento un respeto enorme a los centenares de miles que salieron a las dalles de Paris y me duele sinceramente el crimen horroroso de los compañeros de Charlie Hebdo. Pero me indigna el espectáculo obsceno de los gobernantes mafiosos, represores, vendidos o pusilánimes que encabezaban la concentración del 11 de enero. Unos gobernantes que utilizan el ambiente de rabia y de miedo para iniciar una estrategia concertada contra los derechos de la gran mayoría de ciudadanos.
Las imágenes de la gran manifestación de rechazo al fanatismo criminal que creó una escena trágica y horrosa en la redacción de Charlie Hebdo fue impresionante. Costó las vidas de 6 dibujantes y periodistas y algunas otras víctimas más, colaboradores y amigos, víctimas casuales y tres policías, franceses pero de origen diverso, una italiana, un antillés y un argelino. Sentía una histórica simpatía por la revista de humor, heredera de Hara Kiri y especialmente por algunos de sus colaboradores, especialmente Cabu y Wolinsky. A éste le descubrí cuando empezaba a hacerse conocido en el Nouvel Observateur y otras publicaciones. Hace ya 50 años. Era, junto con Siné, el periodista de humor crítico y ácido que más apreciaba. El brutal asesinato me conmovió a pesar que la ferocidad provocadora sin límites que practicaban a veces generaba un cierto malestar cuando su burla de los musulmanes parecía contribuir al menosprecio y a la islamofobia. Prefería Le Canard Enchaîné pero reconozco la genialidad de los principales colaboradores de Charlie Hebdo.
Sin embargo la imagen dominante de la manifestación fue el siniestro encabezamiento de la misma. De los 44 jefes de gobierno que peleaban para estar en primer plano, la mitad de los cuales son verdaderos delincuentes, corruptos, represores, enemigos de la libertad de expresión. Netanyahu no fue una excepción, solamente era el más aparatoso. La otra la mitad, con muy pocas excepciones, son gobernantes vendidos a los poderes económicos, sus políticas empobrecen a la mayoría y reducen los derechos sociales, practican la exclusión sistemática de los sectores más pobres y oprimidos. Como ocurre en Europa con las poblaciones de origen o descendientes “no comunitarios”.