Llegir versió en català
Predicaré con el ejemplo mi convicción de que los artículos de opinión publicados en los periódicos no deben limitarse sin excepción a la actualidad política. Hoy, en el momento de escribir y enviar este artículo, llueve. Dicen que mañana y pasado también lo hará. Estamos en primavera, ya se sabe. Es bueno que llueva, agrade más o agrade menos a cada uno. A mi me desagrada, pero me avengo, si no dura mucho. Otras personas con gustos distintos de los míos, generalmente admiradoras de los paisajes ingleses, las novelas rurales decimonónicas de Jane Austen y los cuadros brumosos de Turner, califican como buen tiempo estos días de cielo lagrimeante y lo hacen con una eufórica alegría, mientras blanden el paraguas a guisa de trofeo y se enfundan la gabardina como un traje de gala. Salen a la calle los días plomizos y cerrados, de nubes grises y dramáticas, como si acudieran a un banquete: “Nice weather, isn’t it?”.
Por el contrario, esas mismas personas opinan que el clima mediterráneo tradicional de nuestro país es genuinamente africano o se parece mucho y detestan la claridad franca del sol como una grosería, por lo menos una incomodidad manifiesta. Tiene que haber de todo para hacer un mundo, naturalmente. Su postura es digna de la mayor tolerancia, aunque la voluptuosidad que encuentran en la lluvia resulte incomprensible a los heliodependientes como yo, a quienes los días lluviosos se nos antojan viscosos y átonos. En el terreno de la dinámica atmosférica y sus efectos sobre los humanos, la cuestión es siempre controvertida. No llueve nunca a gusto de todos, lo dice el dicho y la canción de Raimon, que traduzco a vuelapluma: “En mi país la lluvia no sabe llover:⨠o llueve poco o llueve demasiado;⨠si llueve poco es la sequía,⨠si llueve demasiado es la catástrofe.⨠¿Quién llevará la lluvia a la escuela? ⨿Quién le dirá cómo tiene que llover? â¨En mi país la lluvia no sabe llover”.
Puestos a soportarla unos días, al menos que sea fina, menuda y pausada, que caiga con una musiquita de fondo sorda y mansa, como de glu-glu de sofrito lento en la cazuela, sin arrebatos ni excesos de carácter, sin aturdirnos ni obligarnos del todo a la reclusión. Y que la luz del cielo escampado vuelva pronto, para que podamos seguir discutiendo de política con una frecuencia tan atávica y casi pautada como la de la lluvia.
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Predicaré con el ejemplo mi convicción de que los artículos de opinión publicados en los periódicos no deben limitarse sin excepción a la actualidad política. Hoy, en el momento de escribir y enviar este artículo, llueve. Dicen que mañana y pasado también lo hará. Estamos en primavera, ya se sabe. Es bueno que llueva, agrade más o agrade menos a cada uno. A mi me desagrada, pero me avengo, si no dura mucho. Otras personas con gustos distintos de los míos, generalmente admiradoras de los paisajes ingleses, las novelas rurales decimonónicas de Jane Austen y los cuadros brumosos de Turner, califican como buen tiempo estos días de cielo lagrimeante y lo hacen con una eufórica alegría, mientras blanden el paraguas a guisa de trofeo y se enfundan la gabardina como un traje de gala. Salen a la calle los días plomizos y cerrados, de nubes grises y dramáticas, como si acudieran a un banquete: “Nice weather, isn’t it?”.