Las elecciones municipales medirán la intensidad de la regeneración democrática. Pueblo a pueblo. Ciudad a ciudad. Con todas las salvedades que representan unos comicios locales, los resultados serán la foto panorámica del país. Pero hay casos especiales, donde se libran batallas trascendentes, que van mucho más allá de la formación de un gobierno municipal. Barcelona es uno de estos casos. Por su carga simbólica, y por su capacidad de proyección sobre Catalunya, España y Europa. Y porque el desenlace está muy abierto, a tenor de las encuestas.
¿Y que está en juego en Barcelona? El modelo de ciudad de una capital que durante muchos años fue un referente en el mundo. Barcelona logró compaginar la ambición de situarse en el mapa de grandes ciudades y, a la vez, mejorar la calidad de vida de cada uno de sus barrios. Apostó por los Juegos Olímpicos, pero, a la vez, los utilizó como excusa para cohesionar la ciudad, para reducir las distancias entre distritos; para rehabilitar las áreas más degradadas. Barcelona hizo del urbanismo una política transformadora. Y fue así por la apuesta de la izquierda que gobernó la ciudad y por la presión de unos movimientos sociales muy implicados en el progreso. Pascual Maragall fue la figura clave, pero las conquistas de aquellos años fueron colectivas.
Barcelona, sin sedes de multinacionales ni instituciones de Estado, fue un modelo en el debate de las ideas, en las políticas de cohesión social, en la apuesta por la cultura. En la movilización de la ciudadanía por causas universales. Fue una ciudad abierta. Pero aquel modelo se fue agotando lentamente, sin que la izquierda fuera capaz de reinventarse. Con la sensación de que la ciudad había decidido vivir de los réditos de aquella época. Como si se tratara de la herencia que una generación deja para que la siguiente viva de la renta recibida.
Los socialistas, que gobernaban junto a ICV, acabaron perdiendo el poder. Y es Xavier Trias, de CiU, quien ha seguido administrando la inercia de los gobiernos anteriores. Sin construir un nuevo modelo, sin crear alternativas que permitieran romper la suave decadencia de Barcelona. Xavier Trias es la cara más amable de Convergència. Uno de los últimos representantes de aquella vieja CDC que admiraba el Estado del bienestar de los países nórdicos. Es el padre del modelo sanitario catalán, ejemplo de gestión antes de la ola de recortes. Recibió de Jordi Hereu, el anterior alcalde, una hacienda municipal saneada y ha invertido los recursos en la Diagonal y el Paseo de Gràcia, en la Barcelona escaparate. También en políticas sociales, aunque sin la intensidad que requería la crisis. Y por eso, las desigualdades sociales se han disparado durante su mandato.
Sin modelo, Barcelona se ha difuminado ante el movimiento político que ha concentrado todas las energías en Catalunya en los últimos años, el soberanismo. En el ámbito económico, los lobbies y los intereses privados se han impuesto a la iniciativa pública. Mientras, a pie de calle, los barceloneses cada vez más tienen la sensación de vivir en un parque temático para los visitantes. El turismo ha sido el gran recurso económico que ha aliviado la crisis. Pero el riesgo es que la ciudad se acomode y no apueste por los grandes instrumentos que la deben hacer competitiva a nivel mundial: la investigación, las universidades, las empresas innovadoras, las infraestructuras, la cultura, las conexiones tecnológicas, la apuesta por la formación. Y, por encima de todo, la cohesión social, el progreso y la competitividad sin dejar a nadie en el camino. Barcelona lo intentó durante años.
Ahora el reto está en recuperar la ambición, volver a ser un laboratorio de ideas y proyectos sociales, volver a la ciudad abierta con proyección universal. Barcelona es demasiado plural y compleja para ponerla sólo al servicio de un proyecto político, aunque sea tan ilusionante como convertirla en “la capital de la Catalunya independiente”. Y mucho menos puede encajar Barcelona en la idea reduccionista de ser considerada únicamente como una gran ciudad española. En un mundo en el que las ciudades cumplen un papel decisivo, Barcelona es un inmenso instrumento político, social, cultural y económico. Para ello precisa construir un nuevo modelo. Eso es lo que está en juego el 24-M. Por eso la batalla de Barcelona es tan trascendente.
Las elecciones municipales medirán la intensidad de la regeneración democrática. Pueblo a pueblo. Ciudad a ciudad. Con todas las salvedades que representan unos comicios locales, los resultados serán la foto panorámica del país. Pero hay casos especiales, donde se libran batallas trascendentes, que van mucho más allá de la formación de un gobierno municipal. Barcelona es uno de estos casos. Por su carga simbólica, y por su capacidad de proyección sobre Catalunya, España y Europa. Y porque el desenlace está muy abierto, a tenor de las encuestas.
¿Y que está en juego en Barcelona? El modelo de ciudad de una capital que durante muchos años fue un referente en el mundo. Barcelona logró compaginar la ambición de situarse en el mapa de grandes ciudades y, a la vez, mejorar la calidad de vida de cada uno de sus barrios. Apostó por los Juegos Olímpicos, pero, a la vez, los utilizó como excusa para cohesionar la ciudad, para reducir las distancias entre distritos; para rehabilitar las áreas más degradadas. Barcelona hizo del urbanismo una política transformadora. Y fue así por la apuesta de la izquierda que gobernó la ciudad y por la presión de unos movimientos sociales muy implicados en el progreso. Pascual Maragall fue la figura clave, pero las conquistas de aquellos años fueron colectivas.