Es muy posible que los derrapajes del PSC se vean magnificados por sus adversarios electorales de forma interesada para arañarle espacio político y votos, sin que los detractores estén precisamente libres de errores ni reviradas. Sin embargo también es indiscutible que la conducta del aparato de este partido, hasta hace poco tiempo hegemónico en tantas instituciones del país, resulta incomprensible y probadamente suicida. Yo lo voté durante largos años y lamento ver desmantelar desde dentro de modo tan torpe un espacio político de izquierdas, una franja electoral y ciudadana que jugaba un papel de peso y contrapeso.
Los dos últimos episodios del aparato socialista catalán rozan el surrealismo más absoluto, se superan a sí mismos cuando creíamos que ya habían tocado el fondo de los despropósitos y de la cesión continua de espacio político. El primer acuerdo puntual de la dirección del PSC con la legislatura de Artur Mas no ha sido sobre alguno de los incontables terrenos sociales en que el actual gobierno de la Generalitat ha aplicado sus severos recortes, a fin de paliar los efectos en alguna medida y presentar una alternativa viable. Muy paradójicamente, el primer acuerdo ha sido para rebajar del 50% al 10% la fiscalidad, la tasa del juego de un macroproyecto de casinos y recreo en Tarragona, bautizado Barcelona World, de modo a satisfacer la presión de los inversores en este sentido. La imagen política que ofrece el PSC con este primer acuerdo formal es difícilmente empeorable. El pretexto de favorecer con su decisión la creación de puestos de trabajo en el macroproyecto resulta de una pobreza argumental apabullante.
En segundo lugar, la celebración de elecciones primarias abiertas a la ciudadanía para señalar un candidato del PSC a las elecciones municipales barcelonesas del año próximo tenía que representar por definición una apertura del debate y de los mecanismos de funcionamiento interno del partido, un contraste interno y externo entre los distintos aspirantes. Ha resultado todo lo contrario: una participación ciudadana bajísima y un tufillo de pucherazo por parte del aparato, un refuerzo de los aspirantes oficialistas que no necesitaban debate ni primarias.
El PSC ha ofrecido una vez más una fundada prueba autoreferencial de miopía e incompetencia. A mi me sabe mal, por el espacio político y ciudadano que este partido representaba, labrador laboriosamente por muchos de sus antiguos miembros activos a lo largo del país y por muchos de sus antiguos electores durante las décadas anteriores.
Es muy posible que los derrapajes del PSC se vean magnificados por sus adversarios electorales de forma interesada para arañarle espacio político y votos, sin que los detractores estén precisamente libres de errores ni reviradas. Sin embargo también es indiscutible que la conducta del aparato de este partido, hasta hace poco tiempo hegemónico en tantas instituciones del país, resulta incomprensible y probadamente suicida. Yo lo voté durante largos años y lamento ver desmantelar desde dentro de modo tan torpe un espacio político de izquierdas, una franja electoral y ciudadana que jugaba un papel de peso y contrapeso.
Los dos últimos episodios del aparato socialista catalán rozan el surrealismo más absoluto, se superan a sí mismos cuando creíamos que ya habían tocado el fondo de los despropósitos y de la cesión continua de espacio político. El primer acuerdo puntual de la dirección del PSC con la legislatura de Artur Mas no ha sido sobre alguno de los incontables terrenos sociales en que el actual gobierno de la Generalitat ha aplicado sus severos recortes, a fin de paliar los efectos en alguna medida y presentar una alternativa viable. Muy paradójicamente, el primer acuerdo ha sido para rebajar del 50% al 10% la fiscalidad, la tasa del juego de un macroproyecto de casinos y recreo en Tarragona, bautizado Barcelona World, de modo a satisfacer la presión de los inversores en este sentido. La imagen política que ofrece el PSC con este primer acuerdo formal es difícilmente empeorable. El pretexto de favorecer con su decisión la creación de puestos de trabajo en el macroproyecto resulta de una pobreza argumental apabullante.