Una nueva palabra se ha apoderado de la actualidad municipal barcelonesa: la turismofobia. Desde hace unos meses la turismofobia es la palabrota que varios sectores de la política y los medios de comunicación usan como arma arrojadiza contra los movimientos sociales y los partidos políticos que ponen en cuestión el modelo económico barcelonés basado en la mal llamada industria turística y sus repercusiones en el acceso universal al derecho a la ciudad.
El uso de la “turismofobia” quiere instalar la cuestión criminalizando la crítica, situándola en los imaginarios mayoritarios como una especie de racismo hacia las personas que visitan la ciudad. Querer equiparar, aunque sea de manera subconsciente, turismofobia y racismo es de una irresponsabilidad mediocre que, al mismo tiempo, denota la derrota de quienes han tenido que inventar la palabra.
Porque son los mismos que avisaban a los que hacíamos esta crítica que tomar medidas de regulación frenaria la economía y paralizaría la ciudad desde el punto de vista económico y laboral. Este discurso, basado en la supuestamente indiscutible lógica de la economía productiva, sigue vigente. Es el discurso del liberalismo de siempre, del turismo como una actividad inocua y “buenista”, que se ha apartado temporalmente cuando se han inventado otro (hermano) que quiere apelar las conciencias y dispara hacia el mundo de las emociones, la turismofobia.
Lo llaman turismofobia pero seguramente no saben lo que significan. Le dicen turismefòbia por falta de discurso y para ocultar el apoyo (más o menos efusivo) los sectores económicos que limitan el derecho a la ciudad de los barceloneses y barcelonesas. Le dicen turismofobia para debilitar al gobierno municipal, criminalizar a los movimientos sociales más activos y radicales y aleccionar los vecinos y las vecinas que no están enredados. Le dicen turismofobia para instalar un “meme” colectivo para lanzar por las redes, para vomitar a los medios de comunicación.
Criticar, problematizar y rechazar el modelo económico barcelonés basado en la liberalización de los negocios que giran alrededor del turismo no es algo de odios ni de afectos. Es una cuestión de derechos: básicamente de derecho a la vivienda y derecho a la ciudad.
Criticar el turismo como modelo económico hegemónico es reclamar una ciudad justa y equilibrada, es demandar unos barrios poblados, es exigir limitaciones en los precios de los alquileres, es denunciar la especulación en locales comerciales y licencias de actividades, es denunciar los mercados negros de pisos dedicados al turismo que expulsan las familias con rentas más bajas, es gritar que queremos vivienda pública y asequible, es conjurarse para conseguir unas calles y unas plazas que no estén saturadas por los visitantes, es un lamento por los vecinos y las vecinas que han despoblado nuestros barrios.
Le dicen turismofobia pero no lo es: es reivindicación consciente del derecho a la ciudad.