Desde hace un año vemos, día a día, como miles de personas refugiadas huyen desesperadamente de sus países en peligrosas travesías. Vidas que encuentran la muerte, a menudo, en su intento de llegar a un país seguro que les de las mínimas garantías, que les permite continuar con su proyecto vital. Vidas sufriendo en el camino hacia un país seguro, porque se encuentran con el maltrato de la mayoría de gobiernos europeos que construyen vallas de un día a otro para evitar su paso. O los reprimen, los gasean y los hacen malvivir en campos improvisados sin las mínimas garantías ni la dignidad que se merecen.
Son gobiernos que los retornan a Turquía, amparándose en el vergonzante acuerdo de la Unión Europea con este país. ¿Y qué hacemos nosotros? ¿Donde están el millón de manifestantes contra la guerra de Irak? ¿Porque no estamos haciendo caceroladas cada noche en cada barrio? ¿Por qué, en los balcones, no tenemos colgadas banderas reclamando la acogida de personas refugiadas? Como es que no estamos exigiendo que el Estado aplique la política de reubicación a la que se comprometió y que derogue el Acuerdo UE-Turquía?
En este país, probablemente nunca se había hablado tanto de personas refugiadas, desde el 39. Nunca había habido tantas iniciativas y actos que reclaman, desde diferentes lugares, la acogida de personas refugiadas. Es necesario, pero, amplificar estas iniciativas para dar respuestas conjuntas y reflejarse en países como Islandia. Esta isla ha conseguido, a partir de sus movilizaciones, principalmente a través de las redes sociales, cambiar la política de asilo y acoger a personas refugiadas en programas de reubicación y reasentamiento, reclamando al Estado la necesidad que los acoja, porque estas personas serán sus próximos amigos, vecinas, parejas, familia, etc.
Como vecinos y vecinas de Catalunya tenemos que exigir este cambio de política para que se cumplan los compromisos asignados al Estado. Llenemos nuestros balcones; salgamos con las cazuelas cada noche a hacer ruido hasta que cambie la política de menosprecio hacia las personas refugiadas. Para ellas: porque no se puede tratar así a personas que huyen de las más flagrantes violaciones de derechos humanos. Para a nosotras: para no perder-nos en el egoísmo y deshumanización. Para nuestra casa: porque una sociedad que acoge a las personas refugiadas, y les tiende la mano, es una sociedad democrática, decente y generosa. Y para devolver el agradecimiento a aquel México, Venezuela, Argentina, Uruguay y todos los países de Latinoamérica que tendió la mano a nuestros exiliados y exiliadas. Países que se convirtieron en sus casas, y les dieron la oportunidad de seguir con sus vidas, ayudándoles a curar sus heridas.
Desde hace un año vemos, día a día, como miles de personas refugiadas huyen desesperadamente de sus países en peligrosas travesías. Vidas que encuentran la muerte, a menudo, en su intento de llegar a un país seguro que les de las mínimas garantías, que les permite continuar con su proyecto vital. Vidas sufriendo en el camino hacia un país seguro, porque se encuentran con el maltrato de la mayoría de gobiernos europeos que construyen vallas de un día a otro para evitar su paso. O los reprimen, los gasean y los hacen malvivir en campos improvisados sin las mínimas garantías ni la dignidad que se merecen.
Son gobiernos que los retornan a Turquía, amparándose en el vergonzante acuerdo de la Unión Europea con este país. ¿Y qué hacemos nosotros? ¿Donde están el millón de manifestantes contra la guerra de Irak? ¿Porque no estamos haciendo caceroladas cada noche en cada barrio? ¿Por qué, en los balcones, no tenemos colgadas banderas reclamando la acogida de personas refugiadas? Como es que no estamos exigiendo que el Estado aplique la política de reubicación a la que se comprometió y que derogue el Acuerdo UE-Turquía?