La firma el 1 de noviembre en Moscú de un convenio entre la viceministra de Cultura de la Federación Rusa, Ala Iúrievna Manílova, y el consejero de Cultura del gobierno de la Generalitat, Ferran Mascarell, para facilitar la instalación en el recinto del puerto de Barcelona de una extensión permanente del célebre museo del Hermitage de San Petersburgo se presentó como uno de los resultados del viaje del presidente Artur Mas a la capital rusa. El texto del convenio no fue facilitado, ni tampoco el importe de la inversión privada prevista. La iniciativa demuestra que las piruetas de la “ingeniería financiera” y de la “contabilidad creativa” han llegado a la gestión cultural, dentro de un proyecto de intercambio entre el Hermitage y Barcelona que se arrastra desde treinta años atrás.
En efecto, la Barcelona maragalliana se hermanó con la segunda ciudad rusa desde 1982, cuan aun se llamaba Leningrado. La concejal de Cultura del Ayuntamiento, Maria Aurèlia Capmany, se desplazó gustosa en varias ocasiones a San Petersburgo para estimular el proyecto de intercambio de obras y exposiciones entre el Museu Picasso barcelonés y una de les pinacotecas más fabulosamente nutridas del mundo, en especial para lograr la presencia en Barcelona del famoso cuadro de Henri Matisse “La danza”, un corro humano que para algunos evoca la forma de la sardana.
Las negociaciones se prolongaron y sus peripecias fueron relatadas por el sucesor de la Capmany, Raimon Martinez Fraile, en el libro El fèretre obert, editado por la Llar del Llibre de Barcelona en 1988, alrededor del viaje de la cuarta delegación municipal barcelonesa enviada en marzo de 1987 a San Petersburgo para negociar inútilmente la propuesta. El concejal estuvo acompañado por el entonces director de Servicios Culturales del Ayuntamiento, Ferran Mascarell, y por la directora del Servicio de Exposiciones, Eloïsa Sendra. El autor del libro convirtió el viaje oficial que él encabezaba en una amena novela de aventuras, pero el cuadro “La danza” no se movió del Palacio de Invierno, la antigua residencia de los zares en San Petersburgo, convertida en museo.
Ahora Ferran Mascarell acaba de firmar un nuevo convenio con el Hermitage, de carácter completamente distinto. Ya no se trata de intercambios, sino de franquicias privadas entre el museo ruso e inversores de la misma nacionalidad que abren en varias ciudades europeas o norteamericanas pequeñas delegaciones de la famosa pinacoteca, a cambio del beneficio de las entradas del publico y las ayudas de las autoridades locales.
En Barcelona el espacio previsto son tres naves rehabilitadas en el amplio no man’s land de regulación urbanística que es el recinto del puerto de Barcelona, frente al flamante hotel Vela. Del mismo modo que no se ha facilitado el texto del convenio firmado en San Petersburgo por Mascarell, tampoco se conocen los plazos de ejecución ni el importe de la inversión privada en este proyecto, ahora privatizado.
La firma el 1 de noviembre en Moscú de un convenio entre la viceministra de Cultura de la Federación Rusa, Ala Iúrievna Manílova, y el consejero de Cultura del gobierno de la Generalitat, Ferran Mascarell, para facilitar la instalación en el recinto del puerto de Barcelona de una extensión permanente del célebre museo del Hermitage de San Petersburgo se presentó como uno de los resultados del viaje del presidente Artur Mas a la capital rusa. El texto del convenio no fue facilitado, ni tampoco el importe de la inversión privada prevista. La iniciativa demuestra que las piruetas de la “ingeniería financiera” y de la “contabilidad creativa” han llegado a la gestión cultural, dentro de un proyecto de intercambio entre el Hermitage y Barcelona que se arrastra desde treinta años atrás.
En efecto, la Barcelona maragalliana se hermanó con la segunda ciudad rusa desde 1982, cuan aun se llamaba Leningrado. La concejal de Cultura del Ayuntamiento, Maria Aurèlia Capmany, se desplazó gustosa en varias ocasiones a San Petersburgo para estimular el proyecto de intercambio de obras y exposiciones entre el Museu Picasso barcelonés y una de les pinacotecas más fabulosamente nutridas del mundo, en especial para lograr la presencia en Barcelona del famoso cuadro de Henri Matisse “La danza”, un corro humano que para algunos evoca la forma de la sardana.