El presidente Rajoy y el presidente Mas han comparecido en los respectivos parlamentos en dos días consecutivos para dar explicaciones sobre importantes escándalos de corrupción que les rodean presuntamente. La comparecencia no ha convencido más que a los suyos, a los convencidos por anticipado. Quienes reclamaban las explicaciones en tribuna parlamentaria se han declarado insatisfechos. El funcionamiento parlamentario, pese al revuelo cotidiano que levanta, ha ofrecido otro resultado que lleva al escepticismo. El desgaste del papel resolutivo que los ciudadanos puedan reconocer al parlamento es el peor balance de las dos esperadas comparecencias. La credibilidad de los líderes de las mayorías parlamentarias—y de algunas minorías—ya se encontraba bastante chamuscada. Ambas comparecencias han contagiado la sospecha de encubrimiento o de ineficacia a una institución clave de la democracia, en principio, como es el parlamento. Eso es una pendiente más peligrosa todavía.
La política democrática no es el arte de sortear los obstáculos sin resolverlos, no es el arte de la palabra desligada de las soluciones concretas dadas a los problemas existentes. El liderazgo político democrático no es el arte de pasar la responsabilidad a los demás, de envolverse con la bandera o de apelar a la presunción de inocencia como principal argumento. Precisa resultados, pruebas, demostraciones prácticas del cumplimiento de la misión adjudicada a las mayorías electorales, a los líderes y a las cámaras parlamentarias. No vale esquivar, aplazar o enmascarar las responsabilidades.
No vale porque lo que se juegan las mayorías, los líderes y los diputados no es solamente su continuidad en el puesto, sino la credibilidad del sistema democrático, la eficacia comprobable de la política que ocupa tantos espacios de la vida pública y tantos cargos profesionalizados. No se puede comparecer por motivos concretos en la tribuna parlamentaria y dar la sensación que se hace de todo salvo concretar. El velo insidioso de la sospecha no se ha visto apartado por las explicaciones dadas. Más bien se ha visto consolidado, hasta involucrar al respeto debido a la institución parlamentaria, en principio.
El presidente Rajoy y el presidente Mas han comparecido en los respectivos parlamentos en dos días consecutivos para dar explicaciones sobre importantes escándalos de corrupción que les rodean presuntamente. La comparecencia no ha convencido más que a los suyos, a los convencidos por anticipado. Quienes reclamaban las explicaciones en tribuna parlamentaria se han declarado insatisfechos. El funcionamiento parlamentario, pese al revuelo cotidiano que levanta, ha ofrecido otro resultado que lleva al escepticismo. El desgaste del papel resolutivo que los ciudadanos puedan reconocer al parlamento es el peor balance de las dos esperadas comparecencias. La credibilidad de los líderes de las mayorías parlamentarias—y de algunas minorías—ya se encontraba bastante chamuscada. Ambas comparecencias han contagiado la sospecha de encubrimiento o de ineficacia a una institución clave de la democracia, en principio, como es el parlamento. Eso es una pendiente más peligrosa todavía.
La política democrática no es el arte de sortear los obstáculos sin resolverlos, no es el arte de la palabra desligada de las soluciones concretas dadas a los problemas existentes. El liderazgo político democrático no es el arte de pasar la responsabilidad a los demás, de envolverse con la bandera o de apelar a la presunción de inocencia como principal argumento. Precisa resultados, pruebas, demostraciones prácticas del cumplimiento de la misión adjudicada a las mayorías electorales, a los líderes y a las cámaras parlamentarias. No vale esquivar, aplazar o enmascarar las responsabilidades.