Sostiene Artur Mas que quiere fundar un nuevo partido. Debe ser la primera vez en la historia de la humanidad que el líder de un partido que gobierna la principal institución que aspira a gobernar lo considera una herramienta tan inservible que necesita fabricar otra. Carles Puigdemont está de acuerdo. Tampoco debe haber muchos precedentes de presidente de gobierno que afirme que el vehículo que le ha llevado al cargo (hace sólo unos meses!) está averiado y es material de desguace. Conclusión: la cosa va en serio. Y hay prisa.
Ni Mas ni Puigdemont han explicado aún cómo debe ser este nuevo partido. Sabemos que no puede ser como la Convergencia de toda la vida, la del peix al cove (pájaro en mano), la puta y la Ramoneta y todo aquello. Pero pensábamos que la Convergencia de ahora ya no era como la de toda la vida, que había pasado pantalla y esas cosas, que iba a por todas. O sea que, si hace falta un nuevo partido, debe ser una criatura diferente a la Convergencia de antes, pero también a la de ahora.
Tampoco explican por qué hace falta un nuevo partido y no refundar el que ya tienen, que era la otra opción que, al parecer, había sobre la mesa. Desde que Mas ha hablado, esa opción ya no la defiende nadie. Durante los próximos meses ya sólo oiremos hablar del nuevo partido. Entonces, si del viejo no hay nada aprovechable, ¿qué harán?, ¿subastarán los inmuebles (los no embargados) de la actual CDC al mejor postor?, ¿o bajarán la persiana y repartirán las sillas y ordenadores entre la militancia?, ¿despedirán a todos los empleados y darán de baja a todos los militantes y les pedirán que se apunten al nuevo partido?, ¿y qué pasa con las deudas pendientes y las causas judiciales abiertas? Deberán dejar a alguien en la casa, un último mohicano con la misión de apagar la luz y de paso comerse los marrones pendientes. Y mientras se liquida CDC, ¿cuál es el plan?, ¿empezar de cero abriendo una modesta oficina en un hotel de entidades mientras se pide un préstamo para poder pagar alguna nómina y hacer una campaña de afiliación?
Todo esto tiene tanta lógica como un esquimal en las rebajas de verano. Más que ilógico, sería suicida. Es mucho más sencillo diseñar un nuevo artefacto con forma de paraguas bajo el que diluir la antigua CDC y algunas cositas más: los convergentes de Unió (ahora llamados Demòcrates de Catalunya), los convergentes de ERC (en su día reagrupados bajo la marca Reagrupament.cat), algún independiente de JxSí (no faltarán estómagos agradecidos que acepten dejar de ser independientes) y, la pieza más codiciada, Esquerra Republicana de Cataluña. Este nuevo artefacto podría perfectamente llamarse Convergencia Republicana de Cataluña (CRC). Y una vez estén todos y todas bien ubicados habrá que decidir cómo se aliña la mezcla: y los convergentes de Convergencia, los convergentes de Unió, los convergentes de Esquerra y los convergentes de JxSí sumarán cuatro, contra el uno que sumará el de Esquerra, y de esta manera se asegurarán de que el nuevo eje del independentismo business friendly esté en buenas manos.
En la calle Córcega están muy entrenados en técnicas de supervivencia política. Hablamos de personas preparadas, que han pasado por las aulas de los ESADE e IESE, gente con títulos MBA que sabe un huevo de fusiones, absorciones, adquisiciones y opas, de las amistosas y de las hostiles. En algún manual han leído, o incluso han escrito, que cuando una empresa quiere merendarse a una competidora que le está comiendo el mercado puede hacerlo de muchas maneras, pero que nunca debe perder la iniciativa ni dar sensación de necesidad o debilidad. Debe parecer que le está haciendo un favor. Y aquí el presunto favor se hace al país y a la causa. Ya conocen el mantra: sin Convergencia no hay independencia.
La jugada es esta porque no hay otra posible. Ante la reordenación del cosmos político español, es necesario que la constelación nacionalista restaure la antigua armonía. En una galaxia muy, muy lejana había un sistema planetario mayor y un sistema menor. El mayor tenía la cordura (seny) y el menor el arrebato (rauxa). El mayor era el pragmático y el menor el idealista. En la mayor reinaba la estabilidad y en el menor el caos. Pero la aparición de un tercer sistema, aún más anárquico y radical, lo trastocó todo, y para recuperar el orden es necesario que vuelvan a ser dos y que los planetas de los antiguos sistemas orbiten sobre el mismo sol.
Esta es la meta final del otro proceso, y la prueba es la insistencia de los convergentes en volver a ir a las elecciones del 26-J en lista conjunta con los republicanos. A Francesc Homs le delató la oferta trampa de que el número 1 de la eventual lista conjunta saliera de unas primarias (que al final deberá afrontar igualmente). Cuánta generosidad... si no fuese porque, teniendo en cuenta que ERC fue, de las dos, la fuerza más votada el 20-D, y que el presidente convergente de la Generalitat lo es gracias a los votos de ERC, y que los sondeos sobre expectativa de voto dicen lo que dicen, pues tal vez lo lógico hubiera sido que Homs se hubiera autopropuesto directamente de número dos. Pero eso es impensable para alguien amamantado en el planeta hegemonía.
En 2007, en plena travesía del desierto, Artur Mas ya quiso superar las siglas convergentes impulsando lo que llamó “La Casa Gran del Catalanisme”. Entonces no había que refundar sólo un partido, sino el catalanismo entero, que se suponía había quedado obsoleto, y que afortunadamente estaba representado por el partido que entonces no hacía falta refundar o reemplazar, pero ahora sí. Total, que hace nueve años Mas refundó el catalanismo, pero el catalanismo no se acabó de enterar (seguramente porque la tradición catalanista ha tenido el defecto histórico de encontrar más de una y de dos expresiones políticas). Ahora Mas ya no plantea ampliar la casa sino construir una nueva, pero el objetivo sigue siendo el de siempre: recuperar la vieja hegemonía, las grandes mayorías pujolianas, el orden justo de las cosas.
No será fácil. Estos republicanos siempre han sido más puñeteros e indigestos lo que parece. Y si no, que se lo pregunten a Homs.
Sostiene Artur Mas que quiere fundar un nuevo partido. Debe ser la primera vez en la historia de la humanidad que el líder de un partido que gobierna la principal institución que aspira a gobernar lo considera una herramienta tan inservible que necesita fabricar otra. Carles Puigdemont está de acuerdo. Tampoco debe haber muchos precedentes de presidente de gobierno que afirme que el vehículo que le ha llevado al cargo (hace sólo unos meses!) está averiado y es material de desguace. Conclusión: la cosa va en serio. Y hay prisa.
Ni Mas ni Puigdemont han explicado aún cómo debe ser este nuevo partido. Sabemos que no puede ser como la Convergencia de toda la vida, la del peix al cove (pájaro en mano), la puta y la Ramoneta y todo aquello. Pero pensábamos que la Convergencia de ahora ya no era como la de toda la vida, que había pasado pantalla y esas cosas, que iba a por todas. O sea que, si hace falta un nuevo partido, debe ser una criatura diferente a la Convergencia de antes, pero también a la de ahora.