La mayoría que defiende la consulta en Catalunya es aún más fuerte, está más convencida, después del debate en el Congreso. El presidente del Gobierno tomó la palabra, pero no para tender puentes y abrir vías de diálogo, si no para esgrimir la Constitución como un muro infranqueable para las aspiraciones catalanas. Para anunciar todos los males a una hipotética Catalunya independiente, condenada al naufragio, a la Isla de Robinson Crusoe. Antes había proclamado el amor a Catalunya, pero no sonó creíble. Antes, también, había intentado desmontar los argumentos esgrimidos por los representantes del Parlament. Y tampoco fue convincente. Al igual que su invitación a promover una reforma de la Constitución cuando sabe que Catalunya nunca logrará las mayorías necesarias.
Para Rajoy sólo existe la “soberanía del pueblo español” y, recordó, “no existen soberanías regionales o locales”. Y aquí está el epicentro del problema. Porque la mayoría social en Catalunya siente que es una nación y, por consiguiente, que tiene la soberanía necesaria para decidir su futuro. Y Rajoy añadió que “el mayor acto de autodeterminación de Catalunya fue votar la Constitución”. Fue así, porque en aquel momento significaba, como recordó después Alfredo Pérez Rubalcaba, la “libertad, la amnistía y el Estatut de autonomía”. Pero por encima de todo significaba el inicio de un camino que se frustró definitivamente con la sentencia contra el Estatut en el 2010.
Rajoy y Rubalcaba coincidieron en recordar que “Catalunya nunca tuvo tanto autogobierno como ahora”. Otro error. Porque ahora ya no es una cuestión de autonomía. La mayoría social en Catalunya reclama el reconocimiento como nación y el derecho a decidir su futuro. Un futuro que puede pasar por un nuevo pacto con España desde la igualdad de derechos. Y aquí el PSOE podría jugar un papel determinante. Rubalcaba defendió una reforma constitucional que abriera la puerta a un Estado Federal. Que fijara las competencias del Estado, convirtiera el Senado en una cámara territorial y “que reconociera las singularidades de Catalunya”. Otra vez el peso de las palabras. Ya no valen las ‘singularidades’ para afrontar, como recordó Joan Herrera, la realidad plurinacional del Estado.
“No soy capaz de imaginarme – proclama Rubalcaba – un futuro mejor que una Catalunya comprometida con España”. Y así ha sido durante treinta años de democracia y de catalanismo. Pero ahora “aquellos catalanes que nunca sintieron como extranjeros a Antonio Machado o a Miguel Hernández, y aquellos españoles que sintieron como propios a Joan Miró o a Salvador Espriu”, en palabras de Rubalcaba, tienen el inmenso reto de tejer un nuevo marco de convivencia. Porque si algo ha quedado claro en el Congreso es que el nacionalismo español ha optado por el inmovilismo (PP) o la confrontación (UPyD). Es la izquierda la única que puede construir puentes de diálogo como formuló Alfred Bosch (ERC) con su llamamiento a los sectores progresistas del conjunto de España para que se incorporen a la ‘primavera catalana’.
El debate escenificó, como explica Joan Coscubiela, un conflicto de legitimidades: el 80% de la Cámara catalana frente al 80% del Congreso. Un conflicto que sólo puede resolverse en las urnas. Porque negando el derecho a decidir de los catalanes, el Congreso consiguió reafirmar aún más la voluntad de los catalanes a decidir su futuro.
La mayoría que defiende la consulta en Catalunya es aún más fuerte, está más convencida, después del debate en el Congreso. El presidente del Gobierno tomó la palabra, pero no para tender puentes y abrir vías de diálogo, si no para esgrimir la Constitución como un muro infranqueable para las aspiraciones catalanas. Para anunciar todos los males a una hipotética Catalunya independiente, condenada al naufragio, a la Isla de Robinson Crusoe. Antes había proclamado el amor a Catalunya, pero no sonó creíble. Antes, también, había intentado desmontar los argumentos esgrimidos por los representantes del Parlament. Y tampoco fue convincente. Al igual que su invitación a promover una reforma de la Constitución cuando sabe que Catalunya nunca logrará las mayorías necesarias.
Para Rajoy sólo existe la “soberanía del pueblo español” y, recordó, “no existen soberanías regionales o locales”. Y aquí está el epicentro del problema. Porque la mayoría social en Catalunya siente que es una nación y, por consiguiente, que tiene la soberanía necesaria para decidir su futuro. Y Rajoy añadió que “el mayor acto de autodeterminación de Catalunya fue votar la Constitución”. Fue así, porque en aquel momento significaba, como recordó después Alfredo Pérez Rubalcaba, la “libertad, la amnistía y el Estatut de autonomía”. Pero por encima de todo significaba el inicio de un camino que se frustró definitivamente con la sentencia contra el Estatut en el 2010.