Este texto es el lúcido pregón del poeta Pau Castanyer en la Feria del Libro de Palma 2013. He querido ponerlo entero por el valor que tiene, por el esfuerzo de explicarnos, por la alegría y el entusiasmo, por la humildad e ideas claras que desprende. – Núria Martínez-Vernis
Querido público, queridos libreros y libreras, queridos cargos y cargas electas democráticamente en unas elecciones legítimas,
(Este pregón es en catalán, quien no me entienda, por favor, que levante la mano y le traduciré amablemente al balear o al LAPAO).
La pregunta que me hago es ¿por qué nos dedicamos a la cultura quienes nos dedicamos? Por mi parte –y no es una pregunta muy fácil de contestar por eso de que casi nunca nos preguntamos por qué hacemos lo que hacemos y simplemente lo hacemos– he llegado a la conclusión que soy lo que soy por todos los conocimientos que otros (sabiéndolo y sin saberlo) han compartido conmigo o han dejado patentes para que yo pueda disfrutar. Uno crece a partir de lo que han crecido los otros y no hay otro camino. Todos somos una prolongación de lo que otros han conseguido, de lo que la sociedad en conjunto ha asimilado y ha convertido en norma o concepto. Incluso, los grandes genios, aquellos que revientan paradigmas, no son tan geniales e innovadores en este aspecto: sólo son personas que han sabido expresar lo que el inconsciente colectivo latente ya hacía años que había asimilado para poder ser entendido e integrado (bien, ahora que lo pienso, seguramente es esto ser un genio...).
Volviendo a mi discurso de experto –porque tenéis que saber que si alguien os habla desde una posición privilegiada y preferente como la que yo ahora mismo ocupo, siempre sabe de lo que habla y lo que dice hay que considerarlo “la verdad” (es una ley no escrita que aprendí de los mítines...) –, nadie se puede desatar del hecho comunicativo. Somos esto, la consecuencia del pensamiento compartido. Y esto es la cultura. Es decir, que la sociedad, la humanidad, en el fondo no son nada más que la evolución de la misma cultura. Ya sé que todo esto puede sonar a cosa muy banal, sabida y comentada, pero a mí me sigue sorprendiendo cada vez que lo pienso. Lo encuentro fascinante. No hay nada original, todos somos sólo lo que la cultura nos permite ser, todos somos hijos o defectos de la comunicación, del pensamiento y del lenguaje.
¿Y ahora qué? Pues que cuando pienso sé muy ciertamente que dedicarme a la tarea cultural es la mejor de todas las opciones a las cuales me podría dedicar. ¿Qué hay más grande o satisfactorio, que intentar hacer un esfuerzo para ayudar a que nuestro conocimiento colectivo aumente, que avancemos juntos como seres conscientes; o para decir el tópico, para aportar mi granito de arena a la creación de posibles puentes para el pensamiento y la comunicación.
Siempre que tengo alguno de mis desencantos serios con el mundo cultural –un gran tema este, lo dejaré para el pregón del año que viene– intento volver a este tipo de pensamiento y me devuelve un sentimiento de certeza y pertenencia muy sosegador. Y esta certeza y esta pertenencia son mías, sólo mías, no serán nunca de ninguna otra persona. Aquí es donde quería ir: la cultura es el hecho colectivo, la charla del pueblo. Pero las experiencias de los que la hacemos son únicas, personalísimas e intransferibles, y esto, para mí, es lo más importante. La película que yo vea nunca será la película que veas tú. Como yo entienda una obra de teatro, nunca será como la entiendas tú. Cómo me emocione o no mirando un cuadro no será nunca como te emociones tú (o no) mirando el mismo cuadro. Y esta riqueza es magnánima. La cultura es lo que nos comparte, los filtros que usamos colectivamente para hablar de lo que hemos experimentado.
Bien, pero tendría que empezar a hablar de libros, que creo que estamos en la inauguración de una Feria. Pues con los libros pasa exactamente igual: cada lector hace un libro, hace el libro que lee. La autora o el autor de un libro no es la autora o el autor, sólo es el puente, la posibilidad, porqué el libro siempre lo hace aquel que lo lee. Aquel libro no era nada hasta que aquel lector en concreto lo ha leído. Incluso quién lo escribe no encuentra el libro hasta que lo lee, puesto que la diferencia entre lo que pensamos –la idea, la experiencia– y lo que podemos comunicar –el lenguaje, la cultura– es tan grande que llegan a ser dos cosas completamente diferentes.
A veces olvidamos la importancia del lector en este sentido. El lector no es sólo consumidor de cultura, es generador, y los que nos dedicamos a dar formatos a la cultura tenemos que tenerlo muy presente y tenemos que ser capaces de quitarnos de en medio, de alejarnos del hecho creativo, para conceder esta importante libertad creadora al lector, y así enriquecernos todos en este proceso (no, todavía no hablo de dinero).
Los que nos dedicamos a la cultura no somos el origen de nada, más bien somos proporcionadores, aunque no deja de ser una figura muy importante. Si devolvemos la responsabilidad creadora a nuestros lectores estamos creando cultura de verdad, no militancia de gente que nos compra libros. Nadie necesita que le digan cómo tiene que crecer o qué tiene que encontrar en un libro y, aun así, por mucho que lo hagamos, cada lector adquirirá los conocimientos y experiencias que buenamente pueda o quiera, y aquí nosotros ya no tenemos nada que hacer.
Así pues, el conocimiento es universal y la cultura es universal, nadie es propietario, porque la construimos entre todos. Cada uno de nosotros es creador por él mismo. ¿Y si el conocimiento y la cultura son universales, qué pasa con el acceso a la cultura? ¿Tiene también que ser universal? Señores y señoras de la industria cultural, no me satanicen todavía, todavía no he dicho la palabra gratuito, además nosotros, nuestra editorial, somos los primeros que cobramos por nuestros libros.
Pero la pregunta es clara: ¿cómo podemos cobrar por un conocimiento todavía por hacer y que es de todos? Sí, está claro que pasar una creación escrita a un formato –que en este caso sería el papel o el eBook–, los materiales empleados, la maquinaria que se utiliza y todo el trabajo que hay detrás de un libro, tienen su coste monetario; pero lo que no puede ser es que la normalidad sea que los precios de los libros (y de otras muchas actividades culturales) sean tan caros que muchas veces sean inaccesibles para el público.
Hay que hacer un claro esfuerzo para mirar de popularizar los precios y hacer más accesible la cultura formateada a aquellos que serán sus creadores. Incluso, haciendo un poco de ciencia-ficción-política, me atrevería a decir que sí, que en un futuro cercano el acceso a la cultura tendría que llegar a ser universal y gratuito. Habría que nacionalizar, cambiar las formas de intercambio a través de las cuales se llega a poder consumir cultura formateada. A mí esta cuestión me resulta tanto o más necesaria, de cara a tener una sociedad más sana, como la nacionalización de la energía y de la banca y que, en otra posibilidad sistémica –que hay– podrían acompañar a sus hermanas universalizadas (a punto de desfallecer, pobres) educación y sanidad.
Señoras y señores, nuestra cultura es muy pequeña (y más que la quieren empequeñecer). Depende de todos nosotros no caer en el victimismo y en la condescendencia a la que muchas veces nos abocamos. Tenemos muy buenos lectores, oyentes y espectadores, autores en definitiva, como ustedes mismos; sólo tenemos que procurar hacer las cosas más fáciles para que podamos seguir creando y seguir consolidando esta vivencia compartida que nos dice lo que somos.
Señoras y señores, muchas gracias, follen en silencio, lean y creen.