Cataluña se dispone a cumplir un año desde que se vio involucrada de la noche a la mañana en un fulminante proceso secesionista lanzado por su propio Gobierno autónomo. El mismo que había sido elegido menos de dos años antes con un programa reformista y una drástica política de rigor bajo el señuelo del “pacto fiscal”, capaz de gobernar en minoría con la complicidad del PP. A día de hoy la situación es que nadie está cabalmente en condiciones de pronosticar cuál será la situación dentro de seis o doce meses, ya que Cataluña ha dejado de ser en buena parte un país previsible, según los cánones políticos y económicos de las democracias consolidadas. La incertidumbre interna se ha sumado, pues, al clima de zozobra y angustia colectiva que arrecia en España desde el estallido de la Gran Recesión.
El pleito secesionista suscitado en Cataluña trasciende con mucho el estricto escenario interior y añade nuevas incógnitas a la frágil situación de los países del sur de Europa, desde Portugal a Grecia, enfrentados por otro lado a la onda expansiva de los cruentos conflictos que se multiplican en la orilla opuesta del Mediterráneo. La implosión de la llamada “primavera árabe” agravará sine die las condiciones de opresión y miseria que están en el origen de las migraciones masivas de pueblos enteros del gran continente vecino. Un escenario muy inquietante y un monumental fracaso para la rica y civilizada Europa, incapaz de ayudar a sus vecinos del sur a encontrar la senda del desarrollo y la democracia. Ni que decir tiene que este explosivo contexto tiende a exacerbar el temor a la inestabilidad y lo desconocido, amén de atizar los miedos atávicos a las amenazas procedentes del “otro”. El repliegue identitario, el sectarismo y el populismo son algunas de las secuelas de este fenómeno universal.
Un país en la encrucijada
Ni el propio Artur Mas sospechaba en la víspera del día de autos -la Diada del 11 de septiembre de 2012- que iba a desencadenar un vuelco de dimensiones históricas en la política catalana, coincidiendo además con las grandes turbulencias de la eurozona. El seísmo provocado por su giro soberanista se materializó ipso facto en su propia persona con el fiasco del adelanto electoral en busca de una “mayoría excepcional” necesaria para asumir el liderazgo del arriesgado proceso. Como es bien sabido no hubo tal cosa, de manera que Cataluña se mantiene desde entonces en una situación de provisionalidad política y bloqueo institucional, en paralelo al recrudecimiento de la asfixia financiera de la Generalitat y la crisis social provocada por la recesión. El deterioro del tejido asistencial, tanto público como privado, progresa de modo alarmante mientras afloran problemas jamás imaginados como la malnutrición infantil.
En un país normal y en condiciones normales, Mas no estaría hoy probablemente al frente del Gobierno de la Generalitat, pese a haber sido el más votado en las urnas. Los electores no le concedieron ni de lejos lo que pedía y frustraron con crudeza sus aspiraciones de liderazgo para ejecutar sus planes. Pero es una evidencia que Cataluña vive una etapa anómala y de profundo enajenamiento o ruptura encubierta con respecto a las normas, pactos y convenciones que han vertebrado su propio entramado institucional y político desde el final de la dictadura franquista. En suma, Cataluña es hoy un país en la encrucijada gobernado por una “minoría excepcional”, sujeta al dictado o la influencia de fuerzas extra gubernamentales (ERC) y hasta extra parlamentarias (Asamblea Nacional Catalana, ANC). Un gobierno centrado en la agenda soberanista y en disputa abierta con el poder central, donde una mayoría aplastante, aunque en fase de decadencia, pugna por 'resetear' el Estado ideado en 1978 por los constituyentes e implantar volis nolis la Marca España desde el Cap de Creus hasta Finisterre.
Revival de 1989
A la espera de verificar el impacto político de la cadena humana organizada por la ANC el próximo día 11 para apretar el acelerador hacia la independencia, todo invita a pensar que el Gobierno de CiU no vacilará en asumir el experimento de la “vía báltica” para presionar a Rajoy en el horizonte crítico de 2014. La idea de emular en Catalunya el movimiento popular que en 1989 condujo a las repúblicas bálticas (Letonia, Lituania y Estonia) a liberarse del yugo soviético es muy opinable. Pero tampoco lo es menos el sistema de recluta de los participantes mediante inscripción nominal acreditada, creando así un inédito “censo” de independentistas activos, dispuestos a movilizarse y formar un cordón de punta a punta del país cuando lo requiera la causa. Sea como fuere, la ANC acreditará de modo rotundo su peso determinante en el movimiento soberanista y en la propia agenda pública, lo que constituye sin duda una de las singularidades del parlamentarismo en Catalunya.
Artur Mas intenta mantener un equilibrio aparente ante la presión del movimiento impulsado por la ANC, a la que sin embargo hace un año reconoció plena legitimidad como portavoz del sentir popular, nada menos. La propia presidenta del Parlament, Nuria de Gispert ofició entonces este mismo reconocimiento en nombre de la Cámara, que con posterioridad hizo suya la reivindicación de la calle bajo el impulso de la mayoría soberanista. No es una película de corte épico sino una reseña apurada de la crónica política de Cataluña en el último cuatrimestre del pasado año.
Es bien sabido, por otro lado, que la ANC es un movimiento asambleario y extraparlamentario alimentado, sin embargo, desde las bases populares de las fuerzas nacionalistas (ERC y CDC) y otros estamentos (Omnium Cultural, ayuntamientos, etc.) oficiales, con el aval de las máximas instituciones representativas de la Generalitat. Es decir, por su presidente electo, quien en su día no dudó en acudir por su propio pie a votar en el simulacro de referéndum independentista organizado en Barcelona en abril de 2011.
En este contexto, el “papel institucional” con el que se pretende ahora excusar la ausencia de Artur Mas en la cadena humana agudiza si cabe la deriva de un político capaz de presentarse primero con tintes aristocráticos como jefe del “Gobierno de los mejores” y entregarse después a la vía caudillista ante el veredicto de las masas en la calle. El presidente de la Generalitat oficiará ahora a su medida la segunda gran misa de su fenomenal mutación política, pese a haberse dejado de momento 12 escaños y más de 86.000 votos en su trepidante segundo mandato electoral. Y no renuncia a un tercero.
El gran bulevar del PSC
Pero Artur Mas no es propiamente un suicida, resignado a entregar su cabeza y el legado pujolista en manos de Oriol Junqueras. El lider de CiU cuenta al menos en su haber con la virtual destrucción del PSC como alternativa de Gobierno y puede que hasta como partido, al menos en su actual expresión. Bajo la pálida batuta de Pere Navarro, la histórica formación no solo no ha resuelto nada de la crisis ideológica y programática que paraliza a la izquierda, sino que se ha roto al primer embate de la cuestión nacional en el cambiante escenario del nuevo siglo. La espantada de la exministra Carmen Chacón a Miami es tal vez la evidencia más reveladora y procaz de la deserción del PSC como fuerza innovadora y motor de cohesión social.
Las encuestas ya dan a ERC la condición de fuerza mas votada en unas virtuales elecciones. La fuga de votos soberanistas de CiU a ERC es incesante, pero Catalunya es hoy políticamente hablando material incandescente en pleno movimiento. El meteorito soberanista de CiU ha abierto en el solar del PSC una amplia avenida disponible para profundizar en las aspiraciones transversales de la federación nacionalista y compensar la huida de lectores hacia ERC, por un lado, y el debilitamiento de la sintonía con Unió, por otro. El conseller Ferran Mascarell, antigua estrella del PSC y uno de los ideólogos de plantilla del Gobierno de Artur Mas, es el mayor exponente de este gran filón, en el que ya asoma otro peso pesado del socialismo catalanista, el exalcalde de Girona, exconseller y ex aspirante a presidencia de la Generalitat Joaquim Nadal.
Nada, pues, es predecible en Cataluña y, por extensión, en el conjunto de España, de la que ha sido históricamente motor y referente. A partir del próximo dia 11 dispondremos de nuevos elementos para escudriñar el horizonte.
Cataluña se dispone a cumplir un año desde que se vio involucrada de la noche a la mañana en un fulminante proceso secesionista lanzado por su propio Gobierno autónomo. El mismo que había sido elegido menos de dos años antes con un programa reformista y una drástica política de rigor bajo el señuelo del “pacto fiscal”, capaz de gobernar en minoría con la complicidad del PP. A día de hoy la situación es que nadie está cabalmente en condiciones de pronosticar cuál será la situación dentro de seis o doce meses, ya que Cataluña ha dejado de ser en buena parte un país previsible, según los cánones políticos y económicos de las democracias consolidadas. La incertidumbre interna se ha sumado, pues, al clima de zozobra y angustia colectiva que arrecia en España desde el estallido de la Gran Recesión.
El pleito secesionista suscitado en Cataluña trasciende con mucho el estricto escenario interior y añade nuevas incógnitas a la frágil situación de los países del sur de Europa, desde Portugal a Grecia, enfrentados por otro lado a la onda expansiva de los cruentos conflictos que se multiplican en la orilla opuesta del Mediterráneo. La implosión de la llamada “primavera árabe” agravará sine die las condiciones de opresión y miseria que están en el origen de las migraciones masivas de pueblos enteros del gran continente vecino. Un escenario muy inquietante y un monumental fracaso para la rica y civilizada Europa, incapaz de ayudar a sus vecinos del sur a encontrar la senda del desarrollo y la democracia. Ni que decir tiene que este explosivo contexto tiende a exacerbar el temor a la inestabilidad y lo desconocido, amén de atizar los miedos atávicos a las amenazas procedentes del “otro”. El repliegue identitario, el sectarismo y el populismo son algunas de las secuelas de este fenómeno universal.