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Lo más sorprendente de esta crisis entre el PSOE y el PSC es que nos hemos enterado de que los socialistas están vivos. De pronto, militantes y dirigentes debaten, acusan, advierten, se indignan y amenazan con la ruptura: la sangre fluye alteradísima por conductos que parecían muertos.
Y de ahí viene la segunda sorpresa: son socialistas, pero se ve que lo único que realmente les excita es el “derecho a decidir”.
Nadie del PSC amenazó nunca con montar una crisis cuando José Luis Rodríguez Zapatero dijo eso de que “bajar los impuestos es de izquierdas” ni cuando claudicó ante la Iglesia y renovó el concierto en condiciones si cabe más favorables para el clero.
Por supuesto, tampoco cuando se tragó el programa electoral y se puso al servicio de la Troika y los mercados, en 2010. Ni cuando, ya en tiempo de prórroga tras la humillante derrota socialista de 2011, indultó ilegalmente –como ha constatado por unanimidad el Tribunal Supremo– a Alfredo Sáenz, el consejero delegado del Banco Santander, que había condonado una deuda millonaria al partido.
Al PSOE le ha sucedido algo parecido. Nadie amenazó con romper cuando el PSC, recién llegado al poder en Catalunya, prorrogó la concesión de las autopistas tras “renegociar” su deuda millonaria con La Caixa.
Tampoco hubo palabras gruesas por parte de los compañeros cuando el PSC pactó con la derecha catalana la Ley de Educación, que mantiene fondos públicos para escuelas privadas que segregan por sexo. Ni cuando fomentó la gestión privada de hospitales públicos y ensalzó el modelo de Innova –ahora en el foco de los tribunales–, que abrió camino para lo que ha venido después.
En un plis, los socialistas han perdido el Gobierno de España, la Generalitat, buena parte del poder municipal –diputaciones incluidas–, y hasta la narrativa que justifica su existencia, construida a lo largo de más de 100 años.
Pero están dispuestos a sacarse los ojos por el “derecho a decidir”.
Los socialistas españoles, catalanes incluidos, compiten con sus hermanos húngaros y griegos para ver quién dilapida más rápidamente una base electoral que hasta anteayer se situaba por encima del 40%. Ahora las encuestas sitúan al PSOE en un techo en la franja del 20% y al PSC en la del 10% y bajando.
Si Hungría y Grecia les parece lejos, podrían fijarse al menos en el PSUC de 1981, que en un santiamén pasó de ser El Partido a convertirse en una grotesca caricatura de sí mismo sin capacidad para leer bien el cambio de época y enfrascado en exóticos debates –leninismo, sí o no– a las puertas del cementerio.
Los nacionalistas han ganado. Y lo que queda de la tradición mayoritaria de la izquierda marcha excitada camino de su propio funeral, sin que ni siquiera esté previsto que a modo de despedida suene La Internacional. Vivieron juntos, pero serán enterrados por separado: uno con las notas de la La Marcha Real y el otro con Els Segadors.