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La revolución feminista de las palabras

Mar García Puig / Laura Pérez Castaño

Diputada de En Comú Podem en el Congreso / Concejala de Feminismos de Barcelona —

Ellas y ellos, vecinas y vecinos. Exageración o infravaloración. Histéricas o machos. Han sido multitud las polémicas que se han generado en torno al lenguaje no sexista desde que en 1973 la lingüista norteamericana Robin Lakoff planteó una primera reflexión sobre la inequitativa relación de hombres y mujeres con el lenguaje. La última que hemos presenciado en el ring mediático ha sido entre Arturo Pérez-Reverte y Francisco Rico, quienes, con la excusa de debatir sobre el lenguaje sacaron a pasear sendos egos, quedando patente que ninguno de los dos académicos carecía de él.

Hablando de egolatría, hablemos de la Real Academia Española y repasemos la capacidad de los detractores del lenguaje no sexista de ignorar reiteradamente los más de cuarenta años de lingüística feminista y sus aportaciones, tanto desde la academia como desde el activismo. Una ingente y como mínimo interesante bibliografía es ninguneada por la Real Academia al completo en un alarde de autoridad necesitada de defender su feudo. Con cierto tufo machista, por cierto.

En realidad la Academia incurre en una negación de la lingüística general del último siglo, y se olvida en sus debates de citar las teorías lingüísticas posteriores al estructuralismo que han mostrado cómo el lenguaje no sólo refleja sino que desempeña un papel protagonista en la creación y perpetuación del sistema social. En palabras del lingüista británico J. L. Austin, “se hacen cosas con las palabras”.

De hecho, también a través del lenguaje podemos resistirnos y subvertir el orden establecido. Aunque Pérez-Reverte no lo crea. Al contrario, afirmaba hace poco en una entrevista que si la sociedad es machista la Real Academia debe reflejarlo. Resistamos y subvirtamos pues, a pesar de Pérez-Reverte. Y recordémosle aquella frase de la Premio Nobel Toni Morrisson “el lenguaje opresivo hace más que representar la violencia, es violencia.”

Porque los seres humanos no estamos a merced de la lengua de forma pasiva, nuestro lenguaje tiene consecuencias en todos los ámbitos del patriarcado. Hace no tantos años los crímenes machistas eran despachados por los medios de comunicación como crímenes pasionales, un término que remitía a la esfera privada y que conllevaba una fuerte carga semántica de inevitabilidad y enajenación.

Posteriormente pasamos a hablar de violencia de género, explicitando así que se trata de una violencia marcada por el sistema de género. Hoy en día las feministas luchamos para que se le llame violencia machista, de forma que se explicite en el propio lenguaje la causa y el enemigo a batir.

Pasional, de género, machista. El lenguaje se rebela, avanza y lucha aunque la resistencia y subversión no sean bien recibidas por los guardianes del orden. Lo muestran en infinitas columnas y espacios ridiculizando y caricaturizando las propuestas del lenguaje inclusivo, las propuestas para visibilizar realidades que afectan a las mujeres, como el feminicidio, como las familias monomarentales, ¿o debería decir monomaternales?

Rechazan toda apropiación social del lenguaje, arrogándose el papel del experto: la lingüística es una y coincide con mi discurso, lo que se aparte de él es científicamente disparatado. La gramática prescriptiva que practican se disfraza de neutralidad, cuando en realidad está impregnada de la ideología de la superioridad masculina y la diferencia sexual.

Así sucede, por ejemplo, en el tan debatido masculino genérico. Diversos estudios de psicología social han medido el impacto de las formas masculinas consideradas genéricas y muestran que hombres y mujeres tienden a identificar estas formas como masculinas, y que por tanto las tan cacareadas afirmaciones del tipo “las mujeres se reconocen en el masculino genérico” no tienen ninguna validez científica.

Robin Lakoff, Sara Mills, Julia Penelope, Dale Spender, Patrizia Violi y Mercedes Bengoechea y Eulàlia Lledó en nuestro país, son algunos de los nombres de las lingüistas que han trabajado la lingüística de corpus, el análisis del discurso, la pragmática o la sociolingüística, disciplinas fundamentales a través de las cuales se ha puesto en duda la pretendida neutralidad de la lengua.

Pero lo cierto es que pese a las mencionadas resistencias, el uso de un lenguaje no sexista se está extendiendo. En la esfera política comienza a ser común escuchar ciudadanía en lugar de ciudadano, diputados y diputadas, incluso en la bancada conservadora, que lo pronuncia como por inercia. El propio Pérez-Reverte hablaba hace poco del lector y la lectora.

Tal vez el masculino genérico esté herido de gravedad. Por eso, conscientemente, apelamos a la necesidad de que los y las representantes políticas aprendamos de estos lenguajes construidos desde la opresión y apostemos por un lenguaje que no dé la espalda a nadie, verdaderamente inclusivo, que abrace a todos y todas por igual.

No nos engañamos, no creemos que podamos aspirar a un lenguaje libre de sexismo y completamente neutro, el lenguaje nunca lo es. Pero sí podemos y debemos aspirar a un lenguaje más consciente, que sea también agente del cambio del proceso transformador que estamos viviendo. Porque, como dijo Julia Kristeva, “¿cómo podemos concebir una lucha revolucionaria que no implique una revolución en el discurso?”

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