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Sant Jordi glorioso también tiene una cara oscura

La diada de Sant Jordi es una de les festividades más atractivas del año, por el carácter espontáneo de la movilización ciudadana alrededor del libro y la rosa, sin ser un festivo del calendario ni tampoco una feria profesional. Sin embargo la tradición viva y el clima primaveral que lanza la gente a la calle no debe servir para dar una imagen falsa del libro y la rosa. Las rosas que compramos son bellísimas y las regalamos con toda la ilusión del mundo. En un pequeño país de 7 millones de habitantes, el día de Sant Jordi se venden 7 millones de rosas, según estimaciones de los floricultores mayoristas, a quienes el gobierno del PP les ha rebajado el IVA del 21% al 10%, contrariamente a los libros.

Solo el 15% de las rosas de Sant Jordi son de producción local. Las demás proceden por vía aérea de Colombia y Ecuador (45% del total) y en menor medida de Holanda, el sur de España y países africanos como Kenia y Etiopia. Las grandes plantaciones industrializadas de rosas de exportación en Colombia y Ecuador, potenciadas por plaguicidas y fertilizantes sintéticos, crean problemas de contaminación y sobreexplotación de las reservas de agua, sin mencionar la retribución de la mano de obra local.

En cuanto al libro, la Asociación de Escritores en Lengua Catalana establece que solo un 9,7% de los afiliados pueden vivir del trabajo de escribir, sumando derechos de autor, artículos de prensa, conferencias, guiones, traducciones y otras colaboraciones, en caso de que las cobren. La inmensa mayoría de los escritores deben ganarse la vida a través de otras profesiones, sin dejar de escribir.

La literatura está formada en la fase productiva por escritores, editores, distribuidores y libreros. De todos esos profesionales, solo los escritores son capaces de trabajar por amor al arte, a pérdida, poniendo del propio bolsillo. Suelen recibir del 7% al 10% de la venta de sus libros, en caso de que les paguen. La literatura en catalán se enorgullece con frecuencia de su vitalidad, aunque se base en el agravio económico impuesto a los escritores que optan por esta lengua.

El 85% de los escritores en catalán conocen tiradas muy limitadas de sus libros, entre 200 y 1.200 ejemplares. Los índices de lectura del país siguen siendo bajísimos: un 65% de los ciudadanos declara leer un solo libro al año.

El pasado año se vendieron 1,5 millones de libros el día de Sant Jordi, generalmente a lectores que solo compran con esta ocasión. La facturación ascendió a 20,3 millones de euros, con un 54% de títulos en catalán. No debe inducir a ninguna euforia. Tenemos un sector editorial desarrollado y muchos libros en catalán, sin embargo quienes los escriben no pueden vivir de ello, hoy menos aun que pocos años atrás. Es uno de los sectores donde la precarización se ha instalado más descaradamente.

Para rematarlo, el gobierno del PP ha dictaminado que cualquier escritor que cobre la jubilación e ingrese más de 9.000 euros suplementarios al año por su labor (derechos de autor, conferencias, etc.) pierde el derecho a la pensión. La Generalitat ha recortado el presupuesto del departamento de Cultura del 1,68% del total al 0,7%. Más que el día del libro y la rosa, Sant Jordi es el día del escritor heroico.

La diada de Sant Jordi es una de les festividades más atractivas del año, por el carácter espontáneo de la movilización ciudadana alrededor del libro y la rosa, sin ser un festivo del calendario ni tampoco una feria profesional. Sin embargo la tradición viva y el clima primaveral que lanza la gente a la calle no debe servir para dar una imagen falsa del libro y la rosa. Las rosas que compramos son bellísimas y las regalamos con toda la ilusión del mundo. En un pequeño país de 7 millones de habitantes, el día de Sant Jordi se venden 7 millones de rosas, según estimaciones de los floricultores mayoristas, a quienes el gobierno del PP les ha rebajado el IVA del 21% al 10%, contrariamente a los libros.

Solo el 15% de las rosas de Sant Jordi son de producción local. Las demás proceden por vía aérea de Colombia y Ecuador (45% del total) y en menor medida de Holanda, el sur de España y países africanos como Kenia y Etiopia. Las grandes plantaciones industrializadas de rosas de exportación en Colombia y Ecuador, potenciadas por plaguicidas y fertilizantes sintéticos, crean problemas de contaminación y sobreexplotación de las reservas de agua, sin mencionar la retribución de la mano de obra local.