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Subcultura

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Resulta interesante comprobar los usos de la cultura. A menudo la encontramos en espacios de elite -donde todo es muy caro-, en espacios de esnobismo y / o comerciales -donde todo el mundo es muy moderno y un poco frívolo-, en espacios de compromiso -contra los recortes, con los indignados, con los desalojados y cabreados- y, sobre todo, allí donde se vierte todo, en internet.

La cultura llena espacios de todo tipo, más o menos trascendentes, da contenidos y se exhibe, más o menos, con pocas restricciones. La encontramos en los macroespacios de las ciudades, y en pequeños locales, bares o asociaciones, pero también en todos los aspectos de nuestra vida diaria. Y ahora me pregunto, ¿hemos pensado en algún momento qué pasaría si durante un día no sonara ninguna canción en ninguna parte? Anuncios sin música, móviles sin sonido, maquinillas de juego mudas, esperas de teléfono en silencio, la radio sólo con palabras, ninguna melodía por simple que sea. El silencio que se lograría sería bestial.

En este país, el silencio se lo llevan los creadores. La cultura funciona sin dinero y la marginalidad de los que realmente la trabajan es abrumadora. Las discusiones actuales sobre el modelo de cultura subvencionada que habíamos logrado -así lo dicen, con algo de razón-no puede soportar más la actual época de recortes. ¿Pero qué diablos ha pasado antes de llegar a este extremo? ¿Quién se ha llevado los beneficios durante estos años de bonanza? Muy sencillo: los tres productores de siempre, aquellos que alquilan el palacio de deportes por tres mil euros, llenan la grada y se embolsan limpios unos ingresos que casi darían envidia a las petroleras y, sobre todo, a las compañías telefónicas, porque internet no es gratis, la cultura de internet la pagamos a través de los equipos tecnológicos y las líneas telefónicas. Así como una editorial edita su número 1 en ventas para poder financiar otras colecciones nada rentables como la poesía, algunos sectores de la industria cultural han permitido que los beneficios no se repartieran justamente.

La cultura está en todas partes, es un abanico abierto que se despliega tocando las teclas de un piano radial y ocupa espacios de conocimiento, de entretenimiento, de salud, de marginación, de nuevas ideologías, de memoria, de reconocimiento, de imaginación, etc., pero ¡alerta!, la cultura es tan rica como pobre. La industria va desapareciendo o mengua, y la administración recorta -los músicos han hecho menos actuaciones este verano que nunca-, y el creador o artista se convierte en un miserable que a la vez financia el acto que se le propone profesionalmente -nunca sabes cuando cobrarás-, porque así como todo el mundo tiene claro que debe pagar el fontanero cuando viene a arreglarte la cadena del váter, no ocurre lo mismo con los que hacen cultura. Señores, señoras, ¡la cultura se paga!

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Resulta interesante comprobar los usos de la cultura. A menudo la encontramos en espacios de elite -donde todo es muy caro-, en espacios de esnobismo y / o comerciales -donde todo el mundo es muy moderno y un poco frívolo-, en espacios de compromiso -contra los recortes, con los indignados, con los desalojados y cabreados- y, sobre todo, allí donde se vierte todo, en internet.