La Diada de 2013 marcará de nuevo un antes y un después en la vida política de Cataluña. El previsible éxito de la cadena humana organizada por la Asamblea Nacional Catalana (ANC) fijará en el imaginario colectivo y en la propia percepción exterior de Cataluña la idea de un país implicado física y espiritualmente, desde la base hasta sus propias elites, en un proceso de ruptura con el Estado del que forma parte natural desde hace siglos. Al igual que hace un año, aunque con algunas correcciones de peso en el sector comunicacional privado, el éxito del evento cuenta de antemano con la cobertura entusiasta de los medios públicos, que en éstos y otros casos considerados fundamentales o “de país” ejercen sin complejos una suerte de “exención de neutralidad” tan llamativa como aceptada socialmente.
Hace un año la ANC supo activar y dar visibilidad al sentimiento de desafección y de ira que recorre de forma transversal la sociedad catalana, desbordando el vocabulario y la agenda de las instituciones representativas. Ahora la organización que acaudilla la outsider Carme Forcadell ha encontrado el formato ideal para levantar acta pública ante la escena global de que este estado de ánimo colectivo, tan firme como difuso,ha cristalizado de forma única,inequívoca e irreversible en la marcha hacia la independencia. Peti qui peti. Ya no es un proyecto político a discreción de los actores institucionaleso sujeto a los imponderables de la coyuntura, sino una misión protagonizada por y para el pueblo, y que no admite dilación alguna por su propia urgencia intrínseca y su inmediata utilidad práctica.
Un desierto de ideas
La puesta en escena supera con creces la Diada de 2012. La “vía báltica” enfatiza el origen popular del giro soberanista de Cataluña, sintoniza a la perfección con el espíritu épico-romántico, costumbrista y hasta “adolescente” –conseller Vila dixit-- que caracteriza a menudo la política catalana y, en fin, equipara por extensión al adversario –España— con uno de los estados más opresores y criminales de la Historia. Hablamos de la vieja Unión Soviética, por supuesto. No en vano la nueva Diada Nacional de Catalunya viene precedida por doce meses de excesos verbales y gestuales sin contención ni descanso, que han situado el debate político en un punto ciego en el que ninguna acción –u omisión- resulta inocua y donde cualquier argumento es bueno o, cuando menos, perdonable, si sirve a la causa propia.
El inventario es innecesario. En toco caso, hay que decir por enésima vez que el derroche de improperios, amenazas y simplismos exhibido en círculos del poder central y los sectores más recalcitrantes del nacionalismo español hace aún más desolador el desierto de ideas útiles, innovadoras y consensuales en el espacio político e intelectual de todo el país. El asfixiante caso Bárcenas no solo está sepultando la honorabilidad del partido que gobierna España y la credibilidad del propio sistema político, sino que está bloqueando cualquier posibilidad de ver surgircaras nuevas y oír cosas distintas en el PP y el PSOE, más allá del argumentario de los viernes de la vicepresidenta, los secos contragolpes de la secretaria general del partido o los murmullos del propio jefe del Gobierno. En este auténtico páramode ilusiones o proyectos colectivos, la independencia seduce incluso a los más descreídos o incrédulos.
En vísperas de la nueva exhibición de fuerza del independentismo, Artur Mas ha intentado afinar el rumbo en el fenomenal laberinto donde penetró hace un año y ha osado frenar en plena curva. En el último minuto previo a la Diada ha intentado desactivar el artefacto de 2014 como fecha límite para el gran órdago de la consulta y darse tiempo con la vista puesta en la reactivación económica. Las urnas y los sondeos tal vez han hecho aflorar in extremis el pragmatismo y el instinto de supervivencia del líder convergente. Como se sabe, la experiencia de la Diada de 2012, fecha del brusco giro soberanista de CiU, dio su verdadera lección en las urnas el pasado 25 de noviembre, cuando la nave de la federación nacionalista empezó a hacer aguas a babor y estribor en beneficio de ERC, por un lado, y de partidos constitucionalistas, por otro. Los sondeos sostienen que el doble agujero no para de crecer y sitúan ya a ERC virtualmente como primera fuerza política.
No lo tiene nada fácil Artur Mas. Al igual que ocurrió hace ahora un año en las calles de Barcelona, la gigantesca marea humana que esta vez se exhibirá en impecable formación de norte a surdel país aspira a obligar al presidente de la Generalitat a atender las legítimas consignas del pueblo en marcha. Si lo hizo hace un año al asumir solemnemente el mandato popular de la autodeterminación, lo mismo debería hacer ahora ante quienes le exigen pasar definitivamente a los actos y consumar la “ultima ratio” del proceso emprendido entonces en pleno éxtasis democrático.O sea, consulta en 2014. De hecho, así consta en el pacto parlamentario suscrito con el líder de ERC, Oriol Junqueras, convertido por sufragio universal y la aritmética parlamentaria en garante del proceso desde las instituciones, pese a no estar en el Gobierno ni ser la minoría más votada.
La pinza del inmovilismo y el radicalismo
Es cierto que Artur Mas se ha quitado presión ante la pinza de la bunquerización legalista del Gobierno central, por un lado, y la impaciencia del soberanismo más radical, por otro, recobrando de este modo iniciativa y autoridad frente a sus propios fieles y sus atemorizados socios de Unió. Pero el movimiento puesto en marcha hace un año posee una inercia colosal que no distingue segmentos sociales, orígenes naturales ni fronteras ideológicas o partidistas, como es particularmente visible en el PSC. De modo que la idea de esperar a 2016 para no poder el tren de la recuperación económica, intentar rehacerse en las urnasen Cataluña y explorar alianzas en un nuevo Congreso multicolor puede satisfacer al stablishment aquí y allá; pero también corre el riesgo de alimentar el bicho de la frustración con sus peores derivas. En todo caso, que nadie cuente con el final de esta historia por desistimiento, aburrimiento o, lo que sería peor, imposición. Sería como intentar volver a meter la pasta dentífrica en el tubo después de extraerla de su envase.
La “vía báltica” y, en general, la escenografía de exaltación patriótica que sin duda arreciará en la Diada de 2013 reafirmará un poco más la idea de que la aspiración independentista ya es algo inseparable y definitorio del catalanismo y hasta de la propia condición de “ser” catalán. La banalización y reiteración del secesionismo como la única opción que garantiza la personalidad nacional de Cataluña y su progreso económico y social, ha adquirido en los últimos doce meses un poder de presencia y aceleración jamás imaginado hasta hace un año. El cambio es tan profundo que ya afecta a la mirada de unos y otros, dentro y fuera, más allá del vocabulario y las ideas. Es un vuelco estructural de alcance generacional.
El escritor madrileño Javier Marías, uno de los más representativos de la literatura actual en castellano, ha dicho que España y Cataluña ya se miran hoy con la distancia con la que vemos Portugal. A este lado de la escena, el conseller de Cultura Ferran Mascarell, antaño en las filas del PSC, suscribe y amplia la perspectiva y asegura que a todos nos irá mucho mejor en la península con tres Estados como España, Cataluña y Portugal. Para Mascarell, que es historiador, España es una “anomalía histórica” desde 1714 y gracias a la emancipación de Catalunya podrá salir de su “laberinto”, deshacerse de su estructura “autoritaria” y encontrar la plenitud. Así que aún nos haremos todos un gran favor.
La Diada de 2013 marcará de nuevo un antes y un después en la vida política de Cataluña. El previsible éxito de la cadena humana organizada por la Asamblea Nacional Catalana (ANC) fijará en el imaginario colectivo y en la propia percepción exterior de Cataluña la idea de un país implicado física y espiritualmente, desde la base hasta sus propias elites, en un proceso de ruptura con el Estado del que forma parte natural desde hace siglos. Al igual que hace un año, aunque con algunas correcciones de peso en el sector comunicacional privado, el éxito del evento cuenta de antemano con la cobertura entusiasta de los medios públicos, que en éstos y otros casos considerados fundamentales o “de país” ejercen sin complejos una suerte de “exención de neutralidad” tan llamativa como aceptada socialmente.
Hace un año la ANC supo activar y dar visibilidad al sentimiento de desafección y de ira que recorre de forma transversal la sociedad catalana, desbordando el vocabulario y la agenda de las instituciones representativas. Ahora la organización que acaudilla la outsider Carme Forcadell ha encontrado el formato ideal para levantar acta pública ante la escena global de que este estado de ánimo colectivo, tan firme como difuso,ha cristalizado de forma única,inequívoca e irreversible en la marcha hacia la independencia. Peti qui peti. Ya no es un proyecto político a discreción de los actores institucionaleso sujeto a los imponderables de la coyuntura, sino una misión protagonizada por y para el pueblo, y que no admite dilación alguna por su propia urgencia intrínseca y su inmediata utilidad práctica.