Las últimas semanas se ha hablado mucho de la consulta de Tortosa. Y desde todas las perspectivas posibles. ¿De todas? Bueno, de todas no. La herramienta, la consulta, ha pasado tan desapercibida que se ha dado casi por descontada. Pero el terremoto que ha provocado su resultado al conjunto del país pone en riesgo, antes que nada, el mismo mecanismo de participación. Sobre todo cuando una semana después en Olot, sin hacer tanto ruido, la situación se repite con una consulta sobre la continuitat de los correbous.
En Catalunya estamos viviendo todavía momentos de aprendizaje participativo. Pero es cierto que con la llegada de los llamados “ayuntamientos del cambio”, el uso de estos mecanismos se está generalizando. Tortosa y Olot sólo son los primeros de una lista que amenaza con ser larga cuando los que no tienen vocación de servicio sino de supervivencia detecten que hacer un mal uso de las consultas ciudadanas puede servir a sus intereses, particulares o de partido. Y corremos el riesgo de cargárnoslas incluso antes de que nos muestren todo su potencial.
Francamente, ahora mismo no nos podemos permitir el lujo de sacrificar unos instrumentos que mejoran la convivencia a largo plazo por la urgencia de salvar intereses políticos coyunturales. La forma como se han planteado ambas consultas, tanto en Tortosa como en Olot, ha sido un compendio de malas prácticas. Desde el error de plantear resolver estos problemas con una herramienta que no ha sido diseñada para hacerlo hasta unas campañas de información mejorables que han desviado el foco de lo que realmente se estaba poniendo en cuestión. No sólo se hacen consultas cuando no haría falta, sino que encima, se hacen mal. Y una cosa y la otra van muy ligadas: porque los promotores de una y otra no están interesados en la participación, sino en legitimarse, sin importar lo que se lleven por adelantado.
Aún así, el nivel de interés y participación nos dice cosas más allá del estricto recuento de los votos. Los resultados (los que ya conocemos de Tortosa y los que nos temíamos en Olot) son una señal de alarma claro de que hay problemas en la convivencia que se están escapando de la comprensión general. ¿Cómo se concibe la memoria histórica en les Terres del Ebre? ¿Y la defensa de los derechos de los animales en Olot? ¿Hay un sentimiento de agravio respeto otras partes del pais, una exaltación del localismo al última de los votos? Son preguntas relevantes y quizás incluso urgentes. Pero la función de las consultas no tendría que ser esta. Las consultas son un mecanismo de decisión en debates socialmente muy definidos y establecidos, no un termómetro social.
Para la diagnosis previa hay un catálogo de herramientas participativas que a menudo se pasan por alto, porque exigen esfuerzo, tiempo, recursos y, sobre todo, una voluntad clara de apertura de las administraciones. Las consultas tienen muy limitados los espacios deliberativos y reducen la calidad de los procesos por carencia de reflexión, debate y aprendizaje. Las consultas son un mecanismo realmente útil cuando ya existe un hábito participativo establecido o cuando son la culminación de procesos deliberativos amplios. Y este no ha sido el caso, ni en Tortosa ni en Olot, sino más bien al contrario: las consultas no han sido la culminación de nada sino el detonante de un debate necesario pero aplazado.
En definitiva, en Tortosa, como en Olot, se han puesto en debate valores -la memoria histórica, los derechos de los animales- que una sociedad democrática madura ni siquiera se plantearía consultar. Las prisas y los intereses políticos ponen en peligro consensos sociales que cuesta décadas construir y que tendrían que ser el punto de partida y nunca el elemento en disputa. Además, también ponen en peligro unas herramientas de participación que son la punta de lanza para conseguir una apertura real de las instituciones y una mejora de la calidad de la gestión de la cosa pública de la que tendrían que sacar provecho tanto administrados como administradores. Las consultas en Tortosa y Olot no son los primeros triunfos de una concepción más participativa de la democracia, sino que en realidad dificultan que esta profundización democrática se consolide. Si lo tenemos presente quizás todavía estemos a tiempo de reconducirlo.
Las últimas semanas se ha hablado mucho de la consulta de Tortosa. Y desde todas las perspectivas posibles. ¿De todas? Bueno, de todas no. La herramienta, la consulta, ha pasado tan desapercibida que se ha dado casi por descontada. Pero el terremoto que ha provocado su resultado al conjunto del país pone en riesgo, antes que nada, el mismo mecanismo de participación. Sobre todo cuando una semana después en Olot, sin hacer tanto ruido, la situación se repite con una consulta sobre la continuitat de los correbous.
En Catalunya estamos viviendo todavía momentos de aprendizaje participativo. Pero es cierto que con la llegada de los llamados “ayuntamientos del cambio”, el uso de estos mecanismos se está generalizando. Tortosa y Olot sólo son los primeros de una lista que amenaza con ser larga cuando los que no tienen vocación de servicio sino de supervivencia detecten que hacer un mal uso de las consultas ciudadanas puede servir a sus intereses, particulares o de partido. Y corremos el riesgo de cargárnoslas incluso antes de que nos muestren todo su potencial.