La mayoría de análisis del 9-N se han centrado en sus consecuencias sobre el pulso por el problema catalán a partir de dos fenómenos simultáneos y paradójicos: la impresionante y entusiasta participación ciudadana y los primeros signos de estancamiento en el meteórico ascenso del independentismo desde la infausta sentencia del Tribunal Constitucional, en 2010.
Ambos fenómenos son ciertos y es pronto para saber cuál prevalecerá. Pero en el 9-N se jugaba otra gran batalla, Catalunya endins, dentro del campo soberanista. Y esta la ha ganado Artur Mas por goleada.
Antes del 9-N, Mas era un político acabado, que parecía incapaz de cumplir su gran promesa electoral, humillado en los sondeos y sin ninguna salida política realista para sobrevivir con dignidad después de la totémica fecha.
El sucedáneo de consulta lo ha cambiado todo.
Mas no sólo ha cumplido formalmente con su promesa de colocar urnas, sino que ha logrado emocionar a más de dos millones de personas. El acto ha sido meramente simbólico, pero sus participantes sienten realmente que han escrito junto a Mas un capítulo glorioso en la historia de Catalunya.
Antes del 9-N, todo parecía a punto para que Oriol Junqueras se zampara a Mas con un sorpasso en el campo nacionalista y sin ninguna duda este se hubiera producido si el sucedáneo se hubiera percibido como una mascarada. Pero con el éxito aumentará muchísimo la presión de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural a favor de una Lista del President. Y con el viento huracanado en esta dirección a Junqueras no le quedará más remedio que dejar el sorpasso de ERC sobre Convergència para más adelante o quizá incluso para otra vida.
Además, el 9-N ha vuelto a dar varias cartas a Mas cuando ya las había perdido todas: ahora puede amagar de verdad con las plebiscitarias con lista nacionalista única -antes, con la fortaleza de ERC y la caída de CiU, la posibilidad parecía un chiste-, pero al mismo tiempo recupera la posibilidad de esperar y ganar tiempo en nombre de una lógica negociación con el Gobierno central que antes era quimérica: ¿para qué sentarse a negociar con un político acabado?
Mas sale muy fortalecido del 9-N y todavía puede engordar muchísimo más si el PP y los nacionalistas españoles intentan canalizar su rabia a través de la Fiscalía o los tribunales.
El cadáver político vuelve ahora al tablero por la puerta grande. Lo más curioso es que la resurrección de Lázaro hubiera sido imposible sin la compañía del centroizquierda, la izquierda y la extrema izquierda, que han ejercido de salvavidas del presidente más neoliberal de la historia de Cataluña.
Mas ni siquiera ha tenido que pagar un precio por este acompañamiento: le ha salido gratis total. A pesar de gobernar en minoría, ahí sigue como consejero de Economía Andreu Mas-Colell, neoliberal muy competente y avanzadilla de los recortes en toda España; en Sanidad Boi Ruiz, exportavoz de la patronal sanitaria concertada que dice públicamente que la salud no es un derecho, y en Empresa Felip Puig, el amigo de Jordi Pujol Ferrusola que con tanta dureza dirigió los Mossos.
En realidad, Mas no ha tenido que prescindir de nada. Le ha bastado con ondear la bandera.
La mayoría de análisis del 9-N se han centrado en sus consecuencias sobre el pulso por el problema catalán a partir de dos fenómenos simultáneos y paradójicos: la impresionante y entusiasta participación ciudadana y los primeros signos de estancamiento en el meteórico ascenso del independentismo desde la infausta sentencia del Tribunal Constitucional, en 2010.
Ambos fenómenos son ciertos y es pronto para saber cuál prevalecerá. Pero en el 9-N se jugaba otra gran batalla, Catalunya endins, dentro del campo soberanista. Y esta la ha ganado Artur Mas por goleada.