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Un voto desde la izquierda

Josep M. Vallès

Exconseller de Justicia de la Generalitat —

Para quienes provienen de la tradición catalana de izquierdas, no es fácil la decisión sobre qué votar el próximo 27 de septiembre. Es innegable que estamos ante una cita electoral particularmente compleja y transcendente. Lo es no solo por lo que se ventila para Catalunya y también para España. Lo es sobre todo porque forma parte de una competición que desborda el ámbito peninsular y que se juega simultáneamente en tres tableros.

¿De qué tableros se trata? El primero es el que enfrenta alternativas de proyecto económico: entre quienes piensan que –tras la aparente superación de la crisis- será posible regresar a una situación parecida a la que la precedió y quienes sostienen que estamos entrando en una etapa en la que no valdrán recetas de un tiempo pasado cuando dominó un capitalismo de efectos mitigados por ciertos controles públicos. El segundo tablero de juego es el que contrapone a los satisfechos con una democracia representativa más o menos regenerada y quienes intentan explorar nuevos mecanismos de decisión colectiva que no sacrifiquen tan a menudo los valores de igualdad y justicia propios del ideal democrático. Finalmente, el último campo de juego es que distingue a los “soberanistas” utópicos y recalcitrantes –tanto los de las naciones con estado como los de las naciones sin estado- y quienes desean restar protagonismo a todo poder estatal en beneficio de comunidades políticas que se autogobiernen en todo lo que esté a su alcance y colaboren entre ellas en todo lo demás y en beneficio de sus ciudadanos.

Estas son las tres batallas simultáneas que –de una forma o de otra- se están ventilando a escala europea. Y lo harán en Catalunya el 27 de setiembre. De ahí que no sea una jornada para “el vot de la teva vida”, ni tampoco sea la apoteosis de la “lucha final”. Será un episodio más en un cambio de ciclo histórico, turbulento y de incierto final, como otros que la humanidad ha experimentado a lo largo de los siglos. En ninguno de los tres tableros se producirá una victoria clara y definitiva de unos sobre otros. En realidad, estaremos ante una escaramuza parcial en una confrontación en la que Catalunya es un escenario más. Con ello no quito importancia a los resultados de esta convocatoria electoral. No serán insignificantes. Hay que asumirlos con gran responsabilidad porque constituirán un paso más en la evolución del equilibrio entre las fuerzas que he descrito, aunque no vayan a decantarlo de modo definitivo en ninguna de las tres dimensiones del conflicto.

En este contexto político-electoral, ¿cómo pueden situarse los catalanes que aspiran a la vez a un cambio de modelo socioeconómico, a una radicalización del proyecto democrático y a una redistribución territorial del poder que no acepta la “pseudo-soberanía” de unos y otros? En primer lugar, conviene tener en cuenta que los tres objetivos son irrenunciables e indisolubles si se quiere progresar en el respeto a la dignidad y a la igualdad de todas las personas. No hay argumento decisivo que permita aplazar alguno de dichos objetivos en beneficio de otro, porque la renuncia a uno de ellos va en detrimento de los demás. En segundo lugar, está claro que tales objetivos requieren bastante tiempo para reforzar su valor ante la conciencia ciudadana y para encontrar los mecanismos –electorales y no electorales- que permitan movilizarla. Finalmente, hay que considerar que un empeño tan ambicioso y de tan larga duración reclama la máxima acumulación de recursos y capacidades en lugar de fragmentarlas aunque sea por razón de legítimos matices.

Estas son las coordenadas que me llevan a dar mi apoyo electoral a Catalunya Sí que es Pot. Es una opción que sostiene de forma coherente los tres objetivos esenciales de una visión transformadora de nuestra sociedad. Se propone trabajar en el robustecimiento de una ciudadanía activa y comprometida. Y, finalmente, opta por sumar capacidades, intentando integrarlas más allá de fronteras apriorísticas de cualquier clase. Ya sé que no hay oferta electoral impecable. Todas –también la que prefiero en esta ocasión- presentan defectos en su discurso, en su táctica o en las figuras que las representan. Pero pienso que Catalunya Sí que es Pot posee dos ventajas sobre las demás. Es más coherente cuando defiende sin jerarquía entre ellos los tres objetivos indispensables para una propuesta socialmente transformadora. Y es la que posee más perspectiva de desarrollo futuro –en su forma actual o en otras formas-, sea cual sea el resultado de la etapa que se cerrará el 27. Porque no estamos ante una carrera de velocidad para los Usain Bolt de la política, sino ante una larga marcha de resistencia que nos tocará recorrer durante bastante tiempo. En Catalunya, en España y en Europa.

Para quienes provienen de la tradición catalana de izquierdas, no es fácil la decisión sobre qué votar el próximo 27 de septiembre. Es innegable que estamos ante una cita electoral particularmente compleja y transcendente. Lo es no solo por lo que se ventila para Catalunya y también para España. Lo es sobre todo porque forma parte de una competición que desborda el ámbito peninsular y que se juega simultáneamente en tres tableros.

¿De qué tableros se trata? El primero es el que enfrenta alternativas de proyecto económico: entre quienes piensan que –tras la aparente superación de la crisis- será posible regresar a una situación parecida a la que la precedió y quienes sostienen que estamos entrando en una etapa en la que no valdrán recetas de un tiempo pasado cuando dominó un capitalismo de efectos mitigados por ciertos controles públicos. El segundo tablero de juego es el que contrapone a los satisfechos con una democracia representativa más o menos regenerada y quienes intentan explorar nuevos mecanismos de decisión colectiva que no sacrifiquen tan a menudo los valores de igualdad y justicia propios del ideal democrático. Finalmente, el último campo de juego es que distingue a los “soberanistas” utópicos y recalcitrantes –tanto los de las naciones con estado como los de las naciones sin estado- y quienes desean restar protagonismo a todo poder estatal en beneficio de comunidades políticas que se autogobiernen en todo lo que esté a su alcance y colaboren entre ellas en todo lo demás y en beneficio de sus ciudadanos.