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Justo un mes después de la manifestación de la Diada, el ministro de Cultura, Educación y Deporte ocupa las portadas de la prensa con su deseo de “españolizar a los alumnos catalanes”. Las palabras de Juan Ignacio Wert resumen la respuesta del PP a las reclamaciones de cientos de miles de catalanes. Primero, el Gobierno intentó minimizar la protesta (“una algarabía”); después llegaron las amenazas más o menos veladas y finalmente el gran veredicto: una parte importante, quizás mayoritaria, de la sociedad catalana reclama la independencia porque ha sido adoctrinada en la escuela. O es una provocación, o una calculada estrategia electoral o, simplemente, una estupidez de un ministro que actúa como alguno de los tertulianos que tanto daño hacen a la convivencia de este país.
Pero, sea cual sea su intención última, las palabras del ministro demuestran que el PP ha elegido el choque de nacionalismos como respuesta a las legitimas aspiraciones de amplios sectores de catalanes. Y además ha escogido un campo de batalla extraordinariamente sensible, el de la escuela. En Catalunya existe un amplio consenso sobre los modelos educativos que parten de las corrientes pedagógicas más avanzadas y de las que participan tanto la escuela pública como buena parte de la concertada. Ya durante el franquismo, la sociedad civil se implicó a fondo en la creación de escuelas que defendieran los valores democráticos y que posibilitaran la recuperación de la lengua catalana, perseguida por el régimen.
Así, las palabras de Wert despiertan un profundo sentimiento de rechazo en Catalunya. Pueden aportar algunos votos y aplausos en el resto de España, pero en Catalunya dinamitan los frágiles puentes que aún resisten los envites que llegan de ambas orillas. El PP asume de nuevo una grave irresponsabilidad, como ya hizo con su campaña contra el Estatut. Ahora pagamos aquella ignominia y con el tiempo descubriremos el precio de las sinrazones de estos días. La Diada significó una interpelación a las grandes fuerzas políticas españolas y, por desgracia, la respuesta del PP ha seguido el guion previsto.
¿Y la respuesta del PSOE? Desde tímidas promesas de federalismo a condenas del posible referéndum (Felipe González) o una tardía reprovación del ministro Wert. Es decir, un desconcierto que puede resultar letal para el PSC (relegado a cuarta fuerza política según la encuesta del CEO) y estéril a la hora de construir una ‘tercera vía’ que evite el choque de nacionalismos. El PSOE, que ha jugado un papel decisivo en la conquista de la democracia y en el progreso del país, se enfrenta ahora a un dramático dilema. O queda prisionero de la estrategia recentralizadora del PP y del jacobismo de parte de su propio partido, o lidera una segunda transición que alumbre una nueva realidad política en la que Catalunya, Euskadi y Galicia se sientan tratadas y respetadas como naciones.
No hay otra opción. En Catalunya sólo existen dos caminos. O la independencia o una profunda reforma de España. Y que no se equivoque el PSOE y el conjunto de la izquierda española. El independentismo no es sólo una maniobra de la burguesía catalana. Para amplias capas de la población, la independencia es ya el único camino para superar la depresión que condena a Catalunya a tener los índices de pobreza más sangrantes, los recortes más drásticos, las deudas más insostenibles y la inflación más alta.
Y entre todos los complejos factores que han llevado a millones de catalanes a creer que su futuro estaba en la independencia, tienen un papel decisivo la hostilidad del PP, los silencios del PSOE y, por supuesto, la demoledora degradación económica. No es la escuela señor Wert. Todo lo contrario. La escuela catalana ha sido clave en el fomento de la cohesión social; en la creación de un sentimiento de ciudadanía que ha superado el riesgo de crear comunidades diferenciadas por lengua u origen; en la defensa del civismo, muy visible, precisamente, en la manifestación de la Diada.
Este ha sido el mérito de generaciones de maestros y de padres que, de alguna forma, recuperaron la magnífica tradición pedagógica de la República. La escuela, en definitiva, ha sido en Catalunya un puente de convivencia, de diálogo, de encuentro para una sociedad extraordinariamente diversa y plural. Por eso, aquí y allí, puede resultar incómoda en unos momentos en que muchos, demasiados, pretenden dinamitar todos los puentes.
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Justo un mes después de la manifestación de la Diada, el ministro de Cultura, Educación y Deporte ocupa las portadas de la prensa con su deseo de “españolizar a los alumnos catalanes”. Las palabras de Juan Ignacio Wert resumen la respuesta del PP a las reclamaciones de cientos de miles de catalanes. Primero, el Gobierno intentó minimizar la protesta (“una algarabía”); después llegaron las amenazas más o menos veladas y finalmente el gran veredicto: una parte importante, quizás mayoritaria, de la sociedad catalana reclama la independencia porque ha sido adoctrinada en la escuela. O es una provocación, o una calculada estrategia electoral o, simplemente, una estupidez de un ministro que actúa como alguno de los tertulianos que tanto daño hacen a la convivencia de este país.