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Pau Castell, historiador de la caza de brujas: “Catalunya fue un epicentro”

Arresto por brujería. Cuadro de John Petti

Pau Rodríguez

29 de enero de 2022 22:51 h

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Fueron miles de procesos judiciales y de ejecuciones. Mujeres que, acusadas de causar epidemias y calamidades en sus pueblos y ciudades, acabaron señaladas como brujas y torturadas y asesinadas. Del alcance real de este fenómeno histórico, por ejemplo en cuanto a mujeres ajusticiadas, no hay datos concluyentes. Ni en España ni en Europa. Pero una investigación en Catalunya logró poner nombre y apellidos a hasta 700 procesadas por el crimen ficticio de brujería entre los siglos XV y XVIII. 

Detrás de ese trabajo, que se publicó en la revista Sàpiens, está el profesor de Historia de la Universitat de Barcelona Pau Castell, entregado desde hace 15 años a la búsqueda, pueblo por pueblo, archivo por archivo, de los rastros judiciales de la caza de brujas. Esta investigación es la que ha llevado a la mayoría de partidos del Parlament de Catalunya a aprobar esta semana una propuesta de resolución que insta a reparar la memoria de estas mujeres.  

Castell aporta rigor académico a un fenómeno, el de la caza de brujas, sobre el que se han vertido durante siglos mitos, reinterpretaciones históricas y mucha literatura. Sobre el eslogan feminista que ha hecho fortuna en las últimas décadas, el que dice que “somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”, él añade: “Estadísticamente, somos las nietas de aquellos que señalaron a sus vecinas como brujas, que extendieron falsos rumores, que testificaron en sus juicios y que, finalmente, asistieron a sus ejecuciones entre aplausos”.

¿Desde cuándo hay constancia de acusaciones de brujería en lo que hoy es Catalunya y España? 

El crimen de brujería aparece como tal en el siglo XV en distintas regiones del sur de Europa. Se conoce como la cuna de la caza de brujas y va desde el centro y norte de Italia a Suiza, el Languedoc francés y hasta los Pirineos, incluida Catalunya, donde los testimonios documentales que tenemos son muy precoces. El ejemplo más citado son las Ordinaciones de los Valles de Àneu, en la comarca pirenaica del Pallars Sobirà. Es la primera plasmación legal del crimen a nivel catalán y europeo. Una ley de 1424. A partir de aquí, el crimen se consolida y difunde a través de tratados y jurisprudencia por toda Europa, hasta las grandes cazas de los siglos XVI y XVII. 

¿Qué entendemos por el crimen de brujería?

Es un crimen que aparece a finales de la Edad Media y lo primero que hay que decir es que es imaginario. Es una construcción intelectual, que se basa en la idea de que existen hombres y mujeres que forman parte de una secta herética y demonolátrica, que se reúnen de noche, abjuran de la fe y provocan enfermedades y muertes por medios maléficos. Esto empieza a nivel de las élites intelectuales del momento, teólogos y juristas, pero es una creencia que se acaba extendiendo al grueso de la población, preocupada sobre todo por estos maleficios. Temen que haya gente, vecinos que viven entre ellos, que formen parte de este culto y causen la muerte de sus hijos, de su ganado… Es el componente antisocial que alimenta el fenómeno de la caza de brujas. 

¿Cuál era el perfil de las mujeres acusadas de brujería? ¿Tenían algo en común? 

No se puede hacer un retrato robot. Pero sí hay una constante: la mayoría se encuentran en situaciones de marginalidad y eso las hace más vulnerables a las acusaciones. Forasteras, por ejemplo. Mujeres que llegan de fuera y que se las señala porque al cabo de unas semanas ha muerto un crío. También las viudas. Pobres, mendigas, mujeres con problemas mentales… En general, todo esto facilita la acusación porque son mujeres sin apoyo familiar o social. 

Una idea que se ha investigado es si eran mujeres perseguidas por atesorar ciertos conocimientos: sabias, curanderas… 

Esta es una visión que nace en el siglo XIX. Va muy ligado al nacionalismo romántico, con personajes como los Hermanos Grimm o Jules Michelet. Redibujan a la bruja como mujer sabia, la mujer médico, portadora de saberes de las antiguas naciones europeas, y enfrentadas a la Iglesia Católica. Esta visión hizo fortuna a nivel popular y se mantiene como estereotipo, pero no tiene nada que ver con la realidad histórica. No se aguanta documentalmente.

¿Cómo solían ser los procesos de caza, juicio y sentencia de las acusadas de brujería? 

De entrada, debemos situarnos en el marco local. Las dinámicas contra las brujas rara vez salen de este contexto. Antes de llegar a juicio, lo que hay son procesos de estigmatización contra personas, sobre todo mujeres, por parte de sus vecinos. El rumor, la mala fama… Van circulando. Entonces, cuando llega una desgracia, como una epidemia, mortalidad o una granizada, esto desencadena en que los vecinos pidan a las autoridades y presionen para juzgar a esas mujeres. Antes del proceso judicial hace falta el caldo de cultivo. A partir de aquí, viene un juicio criminal como tantos otros. Con la diferencia que con el derecho penal catalán de la época resulta imposible demostrar que una mujer es bruja. No hay pruebas. Ante esto, y ante la gravedad del crimen y el odio social que despierta, los tribunales acaban doblegando las garantías procesales. 

¿Torturas?

Sí, tormentos. Torturas. Pero no solo. La tortura existía y era legal, estaba contemplada y regulada, para extraer la verdad de la boca de los acusados. Pero en la práctica, en los juicios de brujería ni siquiera eso se respetaba. Se usaba el abuso de la tortura para obtener confesiones autoinculpatorias. Sin la confesión era imposible. En los cientos de juicios que he analizado en Catalunya no hay ni uno en el que haya pruebas más allá del reconocimiento. 

¿Y siempre se las ejecutaba?

En la mayoría de estos tribunales seglares, presididos por los bailes –administradores de justicia en nombre del rey o de un señor feudal– o procuradores, sí. Sentencia de muerte y a la horca.

Otro mito que usted desmonta, al menos en Catalunya, es que fue la Inquisición la que lideró esta caza. Fueron tribunales locales.

El Tribunal del Santo Oficio fue en general escéptico respecto al crimen de brujería. Especialmente a principios del XVI, con la famosa Junta de Granada, abordan este tema porque se está dando sobre todo en Catalunya, Navarra y Aragón. Si son mujeres que abjuran de la fe y se les aparece el diablo, la Inquisición debe tomar cartas en el asunto, pero cuando intervienen ven que no hay nada de eso. Que esas mujeres no son herejes. Y más allá de eso, si se sospecha que matan a criaturas o envenenan vacas, esto no es materia para la Inquisición. En Catalunya, de todas las que he encontrado, las condenadas a muerte por este tribunal no alcanzan la decena. 

Esto es lo que explica que en Castilla no haya prácticamente mujeres condenadas por brujería. Porque allí la Inquisición tenía más control sobre el territorio. Catalunya, Aragón y Navarra, donde hay más caza, son territorios más autónomos y alejados.

¿Qué espacio ocupa Catalunya en cuanto a la intensidad de la caza de brujas? 

Catalunya fue un epicentro a nivel de la monarquía hispánica y es comparable a las grandes zonas europeas de caza de brujas. 

¿Hay estimaciones sobre su alcance real? Usted ha documentado 700 procesos judiciales solo en Catalunya. 

Es imposible. Hablar de cifras en este fenómeno es muy difícil. No conservamos más que una pequeña parte de la documentación que se generó. En el caso catalán, por las referencias que tenemos, en determinados períodos pasamos de las más de 1.000 mujeres ajusticiadas. Esto nos da una idea de las cantidades. Pero yo suelo hablar de miles, porque no podemos hilar tan fino. En 15 años de búsqueda he puesto nombre y apellido a 700 procesadas, pero no todas fueron asesinadas. 

Sobre la votación en el Parlament, que ha aprobado instar al Govern a “reparar” la memoria de estas mujeres, ¿qué opinión tiene usted como historiador? 

Son actos de desagravio que se han hecho en otros países. Están bien. Espero que sirva para darle visibilidad y que el gran público conozca esta parte de la historia. Que se rompan tópicos. Pero debemos huir del discurso autocomplaciente que mira a un pasado de salvajes y misóginos desde un presente supuestamente ilustrado y avanzado. Sobre todo porque si analizamos a fondo el fenómeno, vemos que las lógicas y dinámicas que se daban son hoy perfectamente vigentes. Me refiero a la idea de buscar un enemigo interior al que acusar de todos tus males.

¿En quién está pensado?

Ha pasado contra los judíos, los leprosos, los homosexuales… Estos son ejemplos históricos. Ahora pasa con la población migrante y especialmente con la de confesión musulmana, a quienes se pone en la diana en momentos de crisis e inestabilidad social.

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