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Paula Bonet regresa a ‘La Anguila’ en un ejercicio de reconciliación: “He vuelto a pintar desde el placer y la libertad”

Paula Bonet, junto a dos de las piezas nuevas de la revisión de 'La Anguila' en el museo Can Framis de Barcelona

Sandra Vicente

Barcelona —
1 de enero de 2025 21:34 h

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Entrar a La Anguila es como entrar en un útero. El ambiente está oscuro, los cristales tintados y el sonido de unos latidos crean la escena perfecta. La falta de luz empuja, irremediablemente, hacia los focos que iluminan una pared donde cuelgan cuadros de una veintena de fetos. Muchos ya están muertos. El resto no sobrevivirá.

Están deformados, inertes, borrosos. Pequeñas manchas rosáceas en un fondo oscuro que nunca verán la luz. Y frente a ellas está la pintora Paula Bonet. Esos fetos son los primeros cuadros que se ven en esta exposición que aborda las violencias, la muerte perinatal y las consecuencias de todo lo que el patriarcado ha hecho con el cuerpo de las mujeres. Pero también aborda la luz y la sanación.

Esta exposición comparte nombre y buena parte de las obras con la que Bonet ya presentó en 2021 en València. Pero la que se puede ver hasta el 12 de febrero en el museo Can Framis de Barcelona es distinta. Es una revisión de su trabajo anterior. Pero lo importante no son los cuadros nuevos, sino lo que los motiva.

“No hago esta revisión por placer”, asegura Bonet. Explica que tras la primera Anguila se sintió atrapada. “Nunca me había pasado antes, pero no estaba inspirada. Tenía ideas, pero no podía trabajarlas”, recuerda. Ahí se dio cuenta de que no había cerrado una etapa ni había sanado heridas, tal como pensaba.

Y es que esta exposición parte de dos abortos involuntarios de la autora y se adentra en las “violencias invisibilizadas”: las del lenguaje, las de relaciones amorosas o las familiares. Es un grito que da voz a todos “los mensajes que envían las víctimas y que la sociedad no ha sabido ver”. Era algo que Bonet necesitaba explicar, pero su primera exposición no tuvo el efecto catártico que creyó.

“La hice desde el miedo”, asegura hoy. “Me adentré en ese proyecto desde un lugar que no había habitado antes”. Bonet se caracteriza por sus trazos libres, en apariencia anárquicos aunque, en realidad, guardan todo un sentido y conexión. Pero la primera versión de La Anguila se hizo desde “el respeto absoluto por el trabajo y el contenido. Y el respeto se convirtió en miedo”, explica.

“Normalmente, pinto y voy hacia lo desconocido. Y, cuando acabo, intento entenderlo. Pero en la primera exposición, teoricé en exceso. Eso fue un error, porque perseguía la idea romántica de desaparecer en la obra. Y eso me fulminó”, relata. Tan escondida quedó que renunció a uno de sus rasgos característicos: el retrato.

Bonet pinta desde la “libertad y el placer” y donde encuentra más esas sensaciones es en los retratos, especialmente los de gran formato. Y esos han vuelto a aparecer en esta nueva versión de La Anguila, donde se exhiben rostros que recuperan la esencia pictórica de la autora y que han venido a sustituir diversas piezas que han sido descartadas de la primera muestra.

Bonet no reniega de su trabajo anterior, sino que muchas obras -como los fetos- se mantienen. La cuestión es que las nuevas dialogan con las antiguas, abrazando el dolor que las motivó y llevándolo a un lugar más sereno. Y, sobre todo, dándole el peso y poniéndolo en el lugar que le corresponde. Literalmente.

Hay piezas que, ni siquiera, están colgadas en las paredes. Una de las series que se mantiene es la de los penes flácidos, ubicada en el espacio dedicado a las violencias. Una decena de cuadros de miembros viriles sin entidad a los que Bonet les ha quitado del todo el poder dejándolos en el suelo.

“Esta parte originalmente ocupaba dos espacios, pero en esta versión decidí dejarle solo uno. Así que tenía que pensar bien cómo colocaba estos cuadros. Siempre se ponen en el suelo para visualizar cómo quedarán y cómo los ordenarás, pero estos nunca los colgaba… Y, finalmente entendí que tenía que dejarlos así”, cuenta Bonet.

Según la autora, esta disposición fue liberadora para ella, pero provocó cierta incomodidad en el museo. Tanta que tuvieron que añadir un epígrafe en el contrato estableciendo que la sala no tendría ninguna responsabilidad en caso de que alguna obra se rompiera. “Me parecería bien que alguien tocara uno de estos cuadros o le diera alguna patada”, dice, mientras ella misma desmonta uno con su pie.

“Nunca me he sentido demasiado apegada a mis piezas. No me importa lo que les pase y no hay ninguna que quiera conservar”, añade. De hecho, hay algunos de los cuadros de esta exposición -entre ellos, los penes- que van a desaparecer.

Esto se debe a que Bonet escogió una técnica nada ortodoxa que se basa en poner acrílico encima del aceite y no a la inversa, lo que da como resultado que la pieza se irá cuarteando con el paso del tiempo y quedará irreconocible. “No les quedan muchos años”, afirma, mirando esas obras.

El poder de soltar

En esta versión de La Anguila, Bonet deja ir. Deja ir el dolor, el miedo y la culpa. Pero también partes de su pasado como pintora. En la sala de las violencias se pueden escuchar y leer frases de su novela homónima. Para el audio se grabó a sí misma con la voz ligeramente distorsionada. Para las letras, escogió una tipografía que recuerda a la etapa que se hizo más viral, la que dedicó a retratos naifs, de colores vívidos y mensajes feministas con esa misma tipografía.

Es una etapa que Bonet hace tiempo que quiere dejar atrás. “Cuando algo tiene tanta acogida, ¿en qué quedas tú? Te puede devorar”, asegura la pintora. Y precisamente por eso ha cedido un espacio a esa fase antigua, “porque se va a quedar aquí”, sentencia.

Lo que también se va a quedar atrás es el miedo con el que la pintora abordó el proceso en primera instancia, lo que la llevó a dar mucho más peso a la parte oscura de lo que quería contar. Y es que La Anguila es un viaje “desde el infierno al paraíso” y en esta revisión la luz tiene mucha más importancia.

Es en la última de las salas donde se ve verdaderamente el trabajo de la nueva exposición: allí hay una gran “mancha” luminosa e impulsiva que dialoga con lo oscuro del inicio. Además, también están los dos retratos que dan sentido a la nueva muestra. Uno de ellos está en construcción y sólo se aprecia que muestra la cara de alguien cuando te acercas y miras detenidamente. El otro es más nítido pero a la vez ambiguo.

Representan a dos niñas importantes para Paula Bonet. Una es su hijastra y la otra es ‘Júlia’, el único cuadro que tiene título y que es una figuración de cómo podría haber sido su hija no nata. “Es ahora cuando miro a los ojos a la anguila, cuando la presento sin que me tiemble la voz y cuando puedo decir que esta, quizás, habría sido la hija que yo habría tenido, cuando sé que el proceso está cerrado”, asegura la pintora, mirando con orgullo su obra.

Esta exposición es una “reconciliación” con la maternidad y con la pérdida. Bonet explica que, durante la primera versión de La Anguila entendió que, a pesar del luto, no quería ser madre. Pero eso no aligeró su dolor ni le impidió tener una reacción “infantil” y buscar respuestas y culpas donde no las había.

Y no ha sido hasta que revisó su trabajo y se permitió volver al lugar donde empezó todo que ha podido cerrar. “Muchas veces la obra se te avanza y te da respuestas. El problema es que a menudo no te das cuenta y tienes que dejar que el tiempo pase”.

Eso hizo Bonet. Tras dos años durante los que intentó desprenderse de la anguila, ha vuelto a su nido. “Ahora sí me siento libre y en paz. He cerrado una etapa que no era sólo artística, sino que era un rapto personal”, reflexiona.

Ahora, dice, se siente lista de seguir adelante. Todavía le quedan unas semanas de vida a esta versión de La Anguila y Bonet reconoce que se siente “hastiada” de tener que seguir explicando y hablando de esta obra y de temas a los que ya no quiere dedicar “ni tiempo ni energías”. Pero no tendrá que hacerlo durante mucho tiempo, ya que en marzo estará lista para presentar su nuevo proyecto.

No quiere dar detalles sobre lo que se trae entre manos, pero sí deja claro que ha tenido bastante autobiografía por el momento. “Tengo ganas de hablar desde un lugar nuevo y de entregarme otra vez a la pintura. A esa que exige tanto a quien la pinta como a quien la mira”, asegura, prometiendo un trabajo en el que se podrá volver a ver a Paula Bonet en su máxima expresión.

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