El pequeño gran imperio catalán en la colonia española de Guinea: de los amos del cacao a Fèlix Millet

Pau Rodríguez

26 de junio de 2021 21:52 h

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Con tan solo 19 años, en 1893, Joaquim Rodríguez Barrera dejó su Sant Feliu de Guíxols (Girona) natal, donde trabajaba en el sector del corcho, para gestionar una hacienda de 182 hectáreas de cultivo de cacao en la isla africana de Bioko, por entonces denominada Fernando Poo. En un territorio, hoy perteneciente a Guinea Ecuatorial, en el que hacía apenas cinco años que llegaba una línea regular de vapores desde España (de la Compañía Transatlántica, del Marquès de Comillas), este fue uno de los primeros españoles, la mayoría catalanes, que se lanzaron en busca del negocio en la que sería hasta 1968 la Guinea Española.

Rodríguez Barrera es un ejemplo de cómo se forjó un pequeño imperio colonial en ese territorio africano con puerto de referencia en Barcelona. El guixolenc tenía tierras para producir el cacao –unas 200 hectáreas, según los registros–, lo comercializaba y abrió una pequeña fábrica de chocolate en la capital catalana. Presidió además el principal lobby de agricultores y abrió las puertas de Guinea a muchos otros compatriotas, pero, como tantos protagonistas de la historia colonial guineana, apenas es recordado hoy.

“¿Por qué se ha estudiado tan poco el pasado colonial en Guinea? Posiblemente por varios factores: uno, que el territorio era realmente pequeño, el equivalente a Catalunya. También que el proceso de descolonización fue muy traumático y quedaron pocos españoles. Y que siempre estuvo a la sombra de Marruecos”, señala Jordi Sant, historiador por la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y autor, junto a Eduard Gargallo, del libro El petit imperi. Catalans en la colonització de la Guinea Española (Angle Editorial). En él, ambos reconstruyen el destacado papel de los empresarios catalanes en la economía colonial de esos territorios africanos, sobre todo a principios del siglo XX, cuando se convirtieron en los amos del cacao. El 92% de las importaciones de este producto llegaban a España a través del puerto de Barcelona. 

Rodríguez Barrera no estuvo entre los mayores propietarios de tierras –entre los que había también portugueses o locales fernandinos–, pero sí sirve para entender el desembarco catalán en la isla y la posterior red de influencias que tejieron a través de Barcelona. Gracias a él, llegaron a Fernando Poo los dueños de la plantación Potau y Domènech, o Josep Rosselló, creador de SUMCO, una de las firmas comerciales de referencia de la colonia. El de Sant Feliu de Guíxols fue, además, una de las voces con más ascendencia en la zona: presidió durante años la Unión de Agricultores, una suerte de patronal que se dedicaba a hacer lobby en favor de los productores guineanos y que lo hacía con base en la capital catalana, donde se ubicaba también la sede del periódico La voz de Fernando Poo.

Explotación laboral en las haciendas

El libro de estos dos historiadores constituye una importante radiografía del pasado catalán en la actual Guinea Ecuatorial, aunque aporta luz también a la historia de la colonia, sobre todo en su vertiente económica y comercial. Su ocupación llegó prácticamente tras la pérdida de las colonias de Puerto Rico y Cuba, a finales del XIX, y aunque nunca llegó a tener un peso decisivo en la economía peninsular, sí fue el inicio de muchas fortunas familiares, levantadas en este caso no sobre el trabajo de los esclavos, como en las Antillas, pero sí sobre la explotación de las etnias locales.

Tanto la población oriunda como la fuerza de trabajo que se importó desde Liberia o Sierra Leone se reclutó y empleó a menudo en condiciones deplorables, según estos académicos. Y fueron ciudadanos de segunda, segregados socialmente, hasta los años 60. 

“Las condiciones laborales eran extremadamente duras y la mitad del salario era retenido por la Curaduría hasta expirar el contrato”, relatan los autores del libro. Esto último servía para minimizar la fuga de trabajadores. De la población autóctona bubi, que a principios del siglo XX eran unos 15.000, se decía por parte de los colonos que eran unos vagos. Pero el médico barcelonés Joaquín Coll Astrell escribió en un artículo en El Imparcial, ya en 1905: “No es que sean refractarios a la civilización y al trabajo, es que nosotros no hemos tenido el tacto necesario para atraerlos [...]. Los blancos que se hallan al frente de las fincas no se distinguen por su inteligencia, ni por sus modales suaves, ni por la grandeza de sus sentimientos amorosos”. 

Una de las grandes necesidades de los terratenientes durante años fue la de reclutar a braceros, porque en la isla no había suficientes. Lo hicieron en otras colonias africanas y también en la zona continental de Guinea, Río Muni, por entonces muy poco poblada. Entre los métodos usados, destaca el del teniente de la Guardia Civil Julián Ayala, contratado por el alcalde de la capital, Santa Isabel, Francesc Millet, a razón de 12.000 pesetas anuales y 25 más por cada nuevo trabajador. Fue un sistema de reclutamiento único para todos los terratenientes en el que, según los académicos, se engañó a los nativos, se les regalaba alcohol para contratarlos cuando estuviesen bebidos e incluso se les captaba mediante la concesión de créditos que luego no podían pagar.

Conexiones políticas y el 'boom' de los 50

Entre los apellidos catalanes más influyentes en la isla de Fernando Poo destaca también el de Torres, por Salvador y Gabriel de la Trinitat Torres, dos hermanos que abrieron la primera plantación de cacao, llamada La Barcelonesa. Su tío, Sebastià, fue presidente de la Liga de Defensa Industrial de Barcelona y diputado de la Lliga Regionalista, el brazo político de la burguesía catalana.

Otra figura destacada fue la de Antonio Pérez, conocido como el emperador del cacao, y cuyo hijo, Francisco-Javier Pérez Portabella, capitaneó desde la todopoderosa empresa FRAPEJO numerosas iniciativas patronales. En esta firma ocupó varios cargos durante la década de 1940 Jordi Sabater Pi, un primatólogo de reconocido prestigio mundial. Se le conoce sobre todo por haber descubierto, en 1966, un gorila albino que envió al Zoo de Barcelona: el Floquet de Neu.

El cultivo del cacao fue ganando peso en la entonces Guinea Española y la economía se fue diversificando hacia la madera o el café. Con períodos de bonanza como los felices años 20 y otros de mayor dificultad, como los que siguieron a la Guerra Civil española, el cénit del negocio guineano se alcanzó a partir de los años 50, en pleno franquismo, aunque en ese momento los capitales catalanes ya habían ido perdiendo peso dentro del negocio. La liberalización del precio del cacao, relatan Gargallo y Sant, disparó el negocio. Se pasó de 25.000 hectáreas de cultivo en 1950 a 57.800 en 1960. Las toneladas se multiplicaron hasta alcanzar las 30.000 durante esa década. 

Este boom económico fue aparejado al crecimiento de la población española en la isla, muchos de ellos para ocupar cargos medios en fincas y haciendas. En 1960 los blancos llegaron a ser 8.950, aproximadamente el 5% de la población. Y entre ellos, un por entonces joven Fèlix Millet.

“Él fue allí porque su padre le dijo que se podía hacer la mili rápido”, relata Sant. El padre era el financiero Millet i Maristany. Se sabe poco de su paso por la colonia, salvo que trabajó para la empresa CAIFER y que fue con su mujer. Algunas crónicas periodísticas posteriores, que revisitaron la figura del expresidente del Palau de la Música tras la condena del saqueo de la entidad, aseguran que tocaba el saxo con un grupo llamado Banana Boys. Los historiadores no han querido indagar más en el periplo guineano de Millet, como tampoco han podido contrastar que Francesc Millet, alcalde de Santa Isabel y presidente de la Cámara Agrícola durante los años 20, sea pariente suyo. 

En 1959, los territorios del golfo de Guinea fueron considerados provincias (por un lado Fernando Poo, la isla, y del otro Río Muni, la parte continental). El 12 de octubre de 1968, y tras años de presiones de la ONU y un referéndum, el gobierno español les concedió la independencia. La ceremonia de traspaso de poderes la presidió Manuel Fraga Iribarne, en nombre del Estado, junto con el presidente de la nueva república, Francisco Macías Nguema.