'Personal' es un blog por el que desfilarán los personajes más significativos de la actualidad catalana, con las palabras del periodista Xavier Ribera y la mirada artística del ilustrador Jaume Bach.
Pep Guardiola, más que un entrenador
Imborrable la imagen de aquel recogepelotas renacuajo que al terminar una semifinal de Copa de Europa entre el Barça y el Goteborg en 86 reclamaba a Víctor Muñoz la camiseta. Veintidós años después ese mismo niño, haciendo ahora de entrenador del primer equipo del FC Barcelona, pedía, al margen del resultado, intensidad a los recogepelotas de un Barça-Madrid. Un poético bucle que resume la intensidad de un futbolero de los pies a la cabeza: Pep Guardiola (1971).
En medio, aquel niño que idolatraba a Michel Platini, de quien tenía un póster colgado en la habitación, se ha hecho mayor y en más de un sentido. Del Gimnàstic de Manresa pasó a la Masía. Después de crecer en las categorías inferiores del Barça, debutó en el primer equipo el 16 de diciembre de 1990 contra el Cádiz, y lo hizo como titular. A partir del año 1991, Johan Cruyff lo seleccionó como medio-centro del primer equipo. Inmediatamente se convirtió en el director de orquesta del memorable Dream Team. Tras la retirada de José Mari Bakero, Guardiola se convirtió en el capitán del equipo.
La segunda parte de Pep Guardiola en el Barça comienza en junio de 2007, cuando se pone delante del Barça B, y un temporada después, el día 5 de junio de 2008, firma con el presidente del Barça entonces Joan Laporta, un contrato para entrenar al primer equipo, en sustitución de Frank Rijkaard. A partir de aquí y hasta 2012, el Barça vive uno de los períodos más exitosos de su historia, logrando dos champions y tres ligas, entre otros trofeos y disputando el juego más vistoso que se le recuerda.
Sin embargo, y como el Barça, el santpedorenc ha sido para el fútbol más que un jugador y más que un entrenador. Como su maestro Cruyff, Guardiola se ha convertido en un auténtico filósofo del fútbol. Dice el entorno que su afonía característica indica pasión; es decir, si pierde la voz es que todo va bien. Y la pierde a menudo hablando de fútbol, pero también de su país, Catalunya, que lo hace levantarse ben d'hora ben d'hora para que acabe siendo imparable. Guardiola se ha significado a favor de la independencia y de la cultura catalana.
Ahora, el hijo pródigo ha vuelto a casa, pero no para quedarse. Ha venido con el uniforme del Bayern, a disputar en el equipo de su vida el trofeo más preciado de fútbol, la Champions League. Ha sido la primera vez que ha actuado como rival del Barça, el equipo de su corazón, y en el Camp Nou, el escenario de su vida. Y en Barcelona y Munich ha vivido Seguramente uno de los peor de sus pesadillas cuando recogía pelotas para estar cerca de sus ídolos. Ha sido más que una eliminatoria para más que un entrenador. Y al final el constructor del mejor Barça ha acabado siendo víctima de su obra. Seguro, que en el fondo, está orgulloso.
Imborrable la imagen de aquel recogepelotas renacuajo que al terminar una semifinal de Copa de Europa entre el Barça y el Goteborg en 86 reclamaba a Víctor Muñoz la camiseta. Veintidós años después ese mismo niño, haciendo ahora de entrenador del primer equipo del FC Barcelona, pedía, al margen del resultado, intensidad a los recogepelotas de un Barça-Madrid. Un poético bucle que resume la intensidad de un futbolero de los pies a la cabeza: Pep Guardiola (1971).