Pere Aragonès (Pineda de Mar, 1982) es ordenado, disciplinado y paciente. Solo con eso no basta para llegar a la presidencia de la Generalitat aunque probablemente ser así le ha ayudado a conseguirlo. Es de los políticos que estaba en el lugar y el momento. Licenciado en derecho por la Universidad Oberta de Catalunya y máster en Historia Económica por la Universidad de Barcelona, Aragonès era independentista cuando no estaba de moda, y de ERC cuando lo más cómodo era ser de Convergència. Por su entorno familiar y social lo lógico hubiese sido que se afiliarse a las juventudes pujolistas. Cuando a los 16 años escogió las republicanas, su padre le avisó de que hiciese lo que quisiera pero que él no tuviera que ir a buscarle a una comisaría. Aragonès, de momento, ha cumplido.
Fue concejal en el Ayuntamiento de Pineda de Mar desde el año 2011 hasta 2017 y antes, durante diez años, entre 2006 y 2016, diputado en el Parlament. Es entonces cuando Junqueras le nombró su mano derecha en la vicepresidencia económica del Govern. El líder de ERC sabía que podía acabar en la cárcel y así se lo confesó a un núcleo reducido en un almuerzo meses antes del 1-O. Pasado ese verano se confirmaron sus temores. La cúpula de Economía y algunos de los dirigentes más próximos al líder republicano acabaron procesados por el referéndum, casi todos menos uno: Aragonès.
Junqueras y Marta Rovira lo habían preservado porque era el elegido y así se lo comunicaron el 28 de diciembre del 2017 en un locutorio de la cárcel de Estremera. Coordinándose todo lo que podía con ambos, uno estaba en prisión y la otra en Ginebra, asumió las riendas del partido y sin hacer demasiado ruido, algo que tradicionalmente en ERC era imposible, fue ganando poder. Él y su equipo, también poco dado a las estridencias públicas. Con el nuevo Govern asumió la vicepresidencia económica y con no pocas dificultades logró que se aprobaran unos Presupuestos, para lo que se acercó a los ‘comuns', una línea que ha tratado de seguir después a la hora de negociar la investidura. No es invento suyo, pero Aragonès ha sido uno de los republicanos que con más claridad ha puesto en práctica la “vía amplia” para pactar a diferentes bandas aunque haya acabado acordando el Ejecutivo con los posconvergentes.
En enero de 2020 Quim Torra anunció que convocaría las elecciones una vez se dispusiese de las nuevas cuentas, pero no cumplió su promesa y la agonía se prolongó, con inhabilitación presidencial incluida. Aragonès era el número dos y por primera vez se convirtió en el número uno aunque sin serlo y sin llegar a ejercer como presidente de la Generalitat. Le vino bien tener paciencia pese a que en alguna ocasión llegó a perderla con las broncas reiteradas por la gestión de la pandemia. Los republicanos consideraban que Junts estaba actuando de manera desleal y trasladando a los medios los debates internos sobre las medidas a tomar. Tiró de calma y pragmatismo, algo que despierta críticas entre algunos sectores del independentismo que le consideran excesivamente prudente. Torra ha reconocido que actualmente la relación con Aragonès es inexistente y en el dietario que publicó tras salir del Palau de la Generalitat, 'Les hores greus' (Símbol editors), afirma que le hubiese gustado “una actitud más activa” por parte del vicepresidente durante la crisis provocada por el coronavirus.
Los colaboradores del nuevo president aseguran que durante la campaña se lo pasó bien. Una campaña que obligatoriamente fue muy rara, con aforos reducidos y en la que la participación de Junqueras se notó en los sondeos que manejaban los republicanos puesto que consiguió frenar la curva descendente. Pensaban que podían vencer aunque no se lo acababan de creer. Al final, empató en escaños con Salvador Illa y ganó por uno a Laura Borràs, y fue casi más importante lo segundo que lo primero porque significaba que ERC podía asumir la presidencia y no resignarse a ser el número dos, como le pasó a él en la pasada legislatura o antes a Junqueras.
Así que Aragonès se ha convertido en el primer candidato de ERC que logra ser presidente desde la llegada de la democracia. Nada hace prever que vaya a tener un mandato tranquilo. Él, que se define como keynesiano, ha llegado a un acuerdo con los anticapitalistas de la CUP. Negociar es ceder y así lo entendieron ambas formaciones. Más le ha costado el pacto con Junts, pero al final, a la tercera, ha llegado. Combinar su apuesta por el diálogo con el Gobierno de Pedro Sánchez con el compromiso de mantener viva “la confrontación” será todo un ejercicio de funambulismo.
Un millennial con 'hortet'
Su generación es la de los millennials, la de los nacidos entre el 82 y el 94. De la primera hornada puesto que tiene 38 años, con apariencia de viejoven, pero millennial. En democracia, solo Jordi Pujol llegó al cargo antes de cumplir los 50 (le faltaba un mes). Todos los posteriores, Artur Mas, Pasqual Maragall, José Montilla y Carles Puigdemont ya los habían superado. El último, Quim Torra, tenía 56 cuando fue investido. A diferencia de su predecesor, Aragonès sí ocupará el despacho del president en el Palau de la Generalitat. No es la única diferencia. Uno de los propósitos del dirigente republicano es parecerse lo menos posible a Torra, en los gestos, en los discursos, en la concepción de la institución y en la del país.
Aficionado al senderismo, buen imitador en privado de compañeros de gobierno y también de más de un ministro, para leer prefiere el ensayo político y si le preguntan por una serie cita 'Sherlock' o 'House of Cards'. “Una de mis aficiones es ir de excursión por la montaña con mi perra y cuidar del huerto de mi casa”, explica en un perfil publicado en la web de ERC. “La caseta i l'hortet” era lo que uno de los referentes casi icónicos del universo republicano, el president Macià, quería para todos los trabajadores. Una casita y un huerto, una manera algo poética de defender que los ciudadanos debían tener un techo y comida asegurados. Ha llovido mucho desde que el primer presidente de la Generalitat (1931-1933) durante la Segunda República resumiese su ideal de progreso en esa frase. Con el tiempo, la expresión se fue adaptando a los nuevos modelos sociales.
Joan Puigcercós, el primer mentor de Aragonès cuando este empezaba a despuntar entre los cachorros de ERC, afirmaba en una entrevista publicada en 2009: “En parte, seguimos siendo los de la caseta i l'hortet, porque apreciamos el valor de la propiedad, la competencia, el mercado y la meritocracia. Con progreso social”. Ese mismo año, Aragonès se compraba su ‘caseta', valorada en 325.000 euros. Él también se reivindica heredero y continuador de la lejana Segunda República, por el progreso social y la modernización que representó. Pero el nuevo president es menos romántico que Macià, para algo su biografía se titula 'El independentismo pragmático' (Pòrtic), y, más allá de los paralelismos en las reivindicaciones, haría bien en no olvidar que según reveló muchos años después una de las nietas de Macià, las últimas palabras de ‘l'avi' antes de morir fueron “¡pobre Catalunya!”.