Tras una campaña en la que no se ha hablado de la amnistía y casi menos aún de independencia, los 5,7 millones de catalanes con derecho a voto están convocados a las urnas con dos incógnitas. La primera es, como en toda jornada electoral, el resultado. La segunda son las alianzas que se configurarán para evitar un bloqueo que todos los partidos aseguran que no quieren, pero que ninguno se atreve a descartar.
El CIS señaló que un 40% de los electores no habían elegido su voto cuando empezó la campaña y de estos, 900.000 tenían previsto tomar la decisión este fin de semana. Tanto Salvador Illa como Carles Puigdemont han apelado a concentrar el voto en sus respectivas candidaturas o, para ser más exactos, en ellos porque ambos han antepuesto el discurso personalista al de las siglas, más en el caso del líder de Junts, como se puede comprobar este domingo en las papeletas de los colegios.
Illa busca atraer a un electorado transversal que va desde los votantes de la antigua Convergència (más reivindicada que nunca en esta campaña) a los que sea desde la izquierda o la derecha denostan al nacionalismo. Y Puigdemont, de nuevo en modo plebiscitario, como ya hizo en el 2021, se presenta como garante de las esencias independentistas y promete regresar para acabar el trabajo del 2017 aunque no concreta ni cómo ni cuándo lo culminará.
Mientras, ERC se ha lamentado de que el líder de Junts se haya negado a debatir con Pere Aragonès pese a que el candidato republicano estaba dispuesto a desplazarse a Argelès para mantener un cara a cara. ERC ha intentado presumir de una gestión que más bien les lastra y se han pasado estas semanas subrayando que los posconvergentes apuestan ahora por negociar en Madrid después de haberles criticado a ellos que lo hiciesen.
Pero Puigdemont es mucho Puigdemont y sigue siendo un cabeza de cartel atractivo para muchos electores independentistas. Incluso entre los que se declaran de izquierdas o, en una paradoja todavía más sorprendente, entre votantes de la CUP. Este es un partido que se define como antisistema pero que, según los sondeos, sufrirá fugas hacia el líder de Junts en un momento en que Puigdemont ha apostado por una fiscalidad que favorece a las rentas altas y un modelo de país que incluye la ampliación del aeropuerto de Barcelona y el macrocasino de Hard Rock. Es decir, un programa que recupera el espíritu de la Convergència de toda la vida.
Illa y Puigdemont necesitan el trasvase de votos de ERC pero a la vez que los republicanos no se hundan en picado porque ambos aspiran a que sus escaños les permitan hacerse con la presidencia. Al socialista, que calcula que puede alcanzar los 40 diputados o superarlos, le conviene también que los Comuns aguanten con un resultado que le ayude a recabar apoyos para la investidura y ya se vería si en su caso también para gobernar.
Mientras, al líder de Junts le interesa que la CUP le permita alcanzar la mayoría independentista que necesita para poder gobernar. ¿Tener esa mayoría se lo garantiza? La respuesta es no. Pero sin ella es prácticamente imposible que pueda volver al Palau de la Generalitat y ya ha anunciado que si no puede ser presidente de la Generalitat no se quedará en el Parlament.
Las noches electorales toca gestionar resultados pero también expectativas. Puigdemont se enfrenta a su última posibilidad de volver a ser president (a no ser que se repitan las elecciones) y de ahí que haya tildado estos comicios de “históricos”. La expectativa de Illa es la de que un socialista regrese, 13 años después, a ocupar ese cargo con la voluntad de no seguir “con más de lo mismo” y romper los bloques que el procés consolidó.
La otra batalla
Solo hay una persona que necesite la victoria de Illa tanto como él. Sí, Pedro Sánchez. Ha monopolizado la campaña tanto cuando pareció que se iba como después cuando ha asegurado que ha vuelto con “más ganas y fuerza que nunca”. El líder del PSOE puede ayudar a movilizar ese electorado socialista poco dado a votar en las autonómicas y que solo lo hizo de manera masiva durante los años álgidos del procés (muchos para prestarle el voto a Ciudadanos).
Tanto Sánchez como Alberto Núñez Feijóo han trasladado su batalla a Catalunya. También sus temores. El líder del PSOE ha hablado más del PP y de la extrema derecha que de los independentistas porque necesita derrotarles pero sin enojarles en demasía. Y Feijóo se ha dedicado a atacar al PSOE hasta que los sondeos que se han seguido publicando hasta el último día y los internos que manejan los partidos indicaron que Vox estaba o está en disposición de empatarles o superarles este domingo.
El interrogante que ha sobrevolado durante toda la campaña es si a la extrema derecha de Vox se sumará la de Aliança Catalana. Todos los partidos a excepción de PP y Ciudadanos se han comprometido por escrito a no alcanzar ningún acuerdo con ellos. Cada nuevo escaño de la extrema derecha, en cualquier Parlamento, es una mala noticia, enarbole la bandera que enarbole.
Lo que a estas alturas parece una duda despejada es que quien desaparecerá de la Cámara catalana será Ciudadanos. Ellos han hablado más de independencia que los partidos secesionistas, con actos muy minoritarios y que han probado que solo la tensión del procés hizo posible que llegasen a ser el primer partido en unas autonómicas.
El voto no cambia nada, pero es el único medio de cambiar algo, escribe François Bégaudeau, en ‘Menuda papeleta’, un libro que en España acaba de publicar Errata Naturae y en el que el autor francés, con algunas reflexiones cuestionables, analiza los déficits de los sistemas electorales. Si a partir de los comicios de este domingo cambiará poco o mucho la política catalana probablemente tardaremos aún unas semanas o incluso meses en saberlo.