CRÓNICA

Manuel Valls, el aclamado centrista que llegó de París y acabó engullido por la derecha

9 de enero de 2021 22:54 h

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Hubo un tiempo y no muy lejano en el que Albert Rivera estaba llamado a ser el Macron español y un exprimer ministro francés, Manuel Valls, su fichaje más célebre. Pero uno y otro sobredimensionaron sus posibilidades y aquellos que en editoriales y cenas les prometieron su apoyo, también económico, fueron desapareciendo a medida que los sondeos vaticinaban las debacles que se confirmaron en las sucesivas elecciones. Rivera ya no está, aunque gusta de seguir dando lecciones a los que se han quedado, y Valls cada vez está menos. Este martes ha anunciado finalmente que no seguirá en el Ayuntamiento a partir de septiembre. Ha completado poco más de la mitad de la legislatura pese a que prometió quedarse hasta el final.

El exprimer ministro francés, que se define como un patriota europeo, francés y español, regresó a su ciudad natal porque quería cambiar de vida. Al menos eso es lo que respondía cuando se le preguntaba por qué después de dos décadas en la primera línea de la política en la quinta potencia mundial (así les gusta definirse) había decidido que quería ser alcalde de Barcelona. Nunca ligó su retorno a las desavenencias con el socialismo francés, la que fue su familia política pero a la que acabó acusando de estar aferrada a un pasado nostálgico, ni tampoco al desdén con que el macronismo le trató. 

“Una burguesía muy de pueblo”

La burguesía catalana, la poca que aún queda y la que aspira a serlo pese a no tener apellidos que la avalen, lo acogió con entusiasmo. Llevaba un tiempo visitando a menudo Catalunya y siendo aclamado en las concentraciones de Societat Civil Catalana. No se tiene cada día a un primer ministro francés en una manifestación, presumían por entonces los organizadores. Valls se dejaba querer y deslumbraba con un carácter que no siempre le ha ayudado. Una de las cenas más comentadas fue la que se celebró en casa del empresario Mariano Puig. Valls reprochó a los presentes que no se hubieran mostrado más contundentes en público contra el avance del independentismo. En los postres, uno de ellos le recordó que la estrategia del Gobierno de Mariano Rajoy había ayudado al auge del secesionismo. Tiempo después, y preguntado por esa cena, Valls se desquitó: «En Barcelona la burguesía es muy de pueblo», le soltó a Salvador Sostres en una entrevista publicada en ABC en julio de 2019.  

El 25 de septiembre del 2018, en una rueda de prensa que pese a las semanas de preparación es de las más improvisadas que se recuerdan, proclamó que quería ser el próximo alcalde de Barcelona. Ya no era el exalcalde de Evry, ni el exministro del Interior, ni el jefe de gobierno designado por Hollande. Se había convertido en el candidato que iba a echar a Ada Colau del Ayuntamiento y evitar que el independentismo se hiciese con la plaza que tanto deseaba. Lo haría de la mano (y una parte importante de financiación) de Ciudadanos, pero a su manera. Los contactos habían empezado un año antes y el exprimer ministro siempre dejó claro que él pretendía ser el líder de una plataforma que no empezase y acabase en el partido de Rivera.  

El diario Ara desveló cómo en plena celebración del Trofeo Conde de Godó de tenis, el conocido cazatalentos Luis Conde le preguntó al candidato a alcalde en qué podía ayudarle. La respuesta de Valls fue clara: “Votos y dinero”. Faltaba un mes para las elecciones municipales, la estrella del exprimer ministro no brillaba ya como al inicio, al menos en Barcelona, puesto que en Madrid seguían teniendo muchas esperanzas depositadas en su resultado. Demasiadas.

Valls obtuvo un sonado fracaso, un mal resultado que no intentó disculpar puesto que siempre ha reconocido que fue malo. Consiguió seis concejales, solo uno más de los que tenía Ciudadanos. “Muy, muy lejos de nuestras expectativas”, asumió. El orgullo puede ser amargo aunque sorprendió ese reconocimiento de la derrota sin los paños habituales de las noches electorales al sur de los Pirineos. Pese al desastre electoral, la partida de Barcelona no estaba aún acabada, o no al menos en la cabeza de algunos estrategas del PSC, que esa misma noche vieron rápidamente una jugada no prevista: una alianza que evitase que ERC se hiciese con la alcaldía y a la vez permitiese a los socialistas regresar al gobierno de la ciudad. El precio para Valls era comerse sus palabras en campaña y en contra de lo prometido no solo no ayudaría a echar a Ada Colau de la alcaldía sino que sus votos serían imprescindibles para mantenerla en el cargo. Y eso es lo que pasó. 

 «A los franceses no les interesa saber si la política es de izquierdas o derechas. Quieren pragmatismo», replicaba a las críticas que recibía cuando era primer ministro francés. Es la receta que aplicó también en Barcelona. Su compromiso era “frenar el populismo y el independentismo”. Como todo no podía ser, tuvo que escoger. Salvar a Colau le costó el divorcio con Rivera, aunque ya llevaban tiempo distanciados. Donde el líder de Ciudadanos veía a un aliado, Vox, el exprimer ministro francés veía un peligro, la ultraderecha. La foto de Colón, una de las imágenes del 2019, fue para Valls la prueba de que él y Rivera no podían estar en el mismo barco. No solo la calificó de error sino que avisó de que Ciudadanos debía “luchar contra la extrema derecha en primera fila”. 

Barcelona pel Canvi se había registrado como partido y pese al fracaso cosechado en las municipales se argumentó que podría actuar en toda España como «una forma de estar preparado para todas las posibilidades». La ruptura con Ciudadanos hizo que de los seis concejales se quedase en solo dos, él y Eva Parera. Empezaron las especulaciones sobre un posible salto de Valls a las autonómicas o incluso en alguna candidatura para las generales. “Es un activo político que no se puede reservar al ámbito municipal o autonómico”, declaró Parera. Valls se descartó para las elecciones a presidente de la Generalitat y en un principio no cerró la puerta a acabar haciendo política en Madrid. Su presencia en el acto de La España que reúne, una plataforma que se define como progresista, cívica, laica y reformadora hizo que los rumores circulasen todavía más. Pero se quedaron en rumores.

A Valls cada vez se le veía menos por el Ayuntamiento, el primer confinamiento le pilló en Menorca y multiplica su agenda en París pese a mantener el acta de concejal en Barcelona. Niega que vaya a abandonar la política municipal pero el azucarillo de Barcelona pel canvi se va deshaciendo. Solo faltaba el anuncio de que Parera, la mano derecha de Valls, se iba con el PP para ser la número tres en la lista para las autonómicas.

El viaje de su número dos

Parera anunció que seguiría como concejal y que mantendría su cargo como secretaria general de Barcelona pel Canvi porque estaba autorizada a compatibilizar ambas afinidades políticas. El suyo es un viaje interesante puesto que fue miembro de Unió, defendió como senadora de CiU la necesidad de celebrar un referéndum en Catalunya, abogó por recuperar Convergència, formó parte de los impulsores de la Lliga Democràtica, un proyecto que pretendía aglutinar el centro derecha catalanista, formó tándem con Valls y acabó compartiendo mítines con Pablo Casado. 

Poco antes de la campaña, Gemma Nierga le preguntó a Valls si tenía decidido a quién votar en las próximas autonómicas. Contestó que aún no lo sabía. “En Catalunya, muchos constitucionalistas están huérfanos”, lamentó, y aprovechó para lanzarle una pulla al PSC porque considera que los socialistas no tienen las ideas claras y por eso especulan sobre las posibles futuras alianzas. Ya cuando Pedro Sánchez negociaba con ERC el apoyo de los independentistas a su investidura, le había recordado una de las famosas frases de Mitterrand: “El nacionalismo es la guerra”. Insistió sin que nadie atendiese a su petición en que el “constitucionalismo” que representan PSOE, PP y Ciudadanos se uniese para configurar el nuevo gobierno de España.  

Su admirado Camus abogaba por ser consciente de las propias limitaciones y actuar en base a ellas. Tal vez Valls ha comprendido ya cuáles son las suyas. Hasta hoy era líder de un partido en el que solo estaba él. Este martes, tres años después de proclamar que quería ser alcalde de Barcelona, ha anunciado que no volverá al consistorio barcelonés.